domingo, 31 de marzo de 2013

EN DEFENSA DEL LIBERALISMO.













(En defensa del liberalismo)

LA (supuesta) ESTAFA LIBERAL.

He leído un interesante artículo de Eduardo Arroyo, (El Semanal Digital) ‘La estafa liberal’. Un punto central en su argumentación es que el liberalismo, de forma parecida al marxismo, pone en peligro los pilares de nuestra cultura occidental, ya que favorecería sus mismas tendencias destructoras.
Su punto de partida, para caracterizar el liberalismo, es la obra de J. Gray, Liberalismo, Alianza editorial. Recoge cuatro características, supuestamente, fundamentales que el articulista hace suyas.


Primero.
Es individualista en cuanto que afirma la primacía moral de la persona frente a las exigencias de cualquier colectividad social.

Decir que el liberalismo ‘afirma la primacía moral de la persona frente a las exigencias de cualquier colectividad social’ es, al menos, insuficiente. ¿Por qué? Porque se refiere, sin más, a ‘las exigencias de cualquier colectividad’, sin especificar ni concretar. De todos modos, es falso que, en cualquier caso, la primacía moral del individuo se imponga sobre las exigencias (habría que ver cuáles) de la colectividad.


Supongamos, por ejemplo, que la primacía moral del individuo le permite a un hombre convivir sexualmente con otro hombre. Supongamos que la colectividad exige que no se le permita, porque la colectividad no acepta esta primacía moral del individuo y pretende imponer la colectiva. Pero si la primacía moral está de parte de la colectividad, ya sabemos que las preferencias individuales solamente serán atendidas si a la colectividad le parece bien.


Pero ¿qué es la colectividad? Las colectividades no tienen preferencias. Solamente las tienen los individuos de carne y hueso. De modo que la preferencia de la colectividad se puede descomponer en las preferencias de los individuos que la componen. Y el resultado puede ser que una mayoría decida que una persona determinada no tenga acceso a lo que desea, porque la mayoría ha decidido lo contrario.


Se trataría, en este caso, del ‘dominio de las mayorías’ y no del ‘principio de las mayorías’. En el primer caso, los derechos de las minorías pueden ser anulados por el voto mayoritario, lo que choca con las creencias democráticas actuales. En el segundo caso, las mayorías no pueden violar los derechos (aunque habrá que especificar cuáles) de las minorías.


La inicial crítica a la primacía moral del individuo, parte de una habitual deformación del liberalismo que se empeña en ver a los liberales como individuos egoistas y asociales, exclusivamente preocupados por si mismos y despreocupados por la colectividad en la que han nacido y vivido. Pero la primacía moral colectiva puede desembocar en un desprecio a los derechos individuales. Es lo habitual.


Segundo.
Es igualitaria porque confiere a todos los hombres el mismo estatus moral y niega la aplicabilidad, dentro de un orden político o legal, de diferencias en el valor moral entre los seres humanos.

Esta característica, que parecería beneficiosa, resulta que, según el articulista, no lo es. ¿Por qué? Porque se sustituyen las comunidades históricas por agregados de individuos ‘libres e iguales’. Sin embargo, es falso que el liberalismo tenga la capacidad de sustituir, a su voluntad, las comunidades históricas. Por otra parte, la afirmación de que el liberalismo no acepta las diferencias en el valor moral de los seres humanos, exigiría mayor precisión.
Si quiere decir que el liberalismo respeta por igual una opción que otra, si es tomada libremente, sin violar derechos de los demás, ni la legalidad vigente, la respuesta es afirmativa. El liberalismo no pretende primar la opción de una persona frente a otra. Por ejemplo, primar moralmente al que utiliza su tiempo libre leyendo y contemplando el paisaje, frente al que dedica su tiempo libre a jugar a cartas y a beber ron. El proyecto liberal no dicta cómo las personas deben dirigir sus vidas. Ellas mismas son las responsables de sus vidas.
Lo contrario supondría establecer clases de seres humanos en función de sus opciones morales, por parte de alguna autoridad. ¿Cuál? Entramos en un terreno muy peligroso.

El peligro igualitario consistiría, según sus críticos, en la creación de individuos egoístas e insolidarios, en la creación de un sistema de egoísmos contrapuestos. En primer lugar, el altruismo y la solidaridad no se imponen por decreto. O son voluntarios, o no son. En segundo lugar, para conjurar el peligro igualitario, se requeriría una instancia superior capaz de obligarnos a ‘ser buenos’, según la visión que tenga el oráculo de turno. Esto sería mucho peor.
De todos modos, hay un error de fondo en este planteamiento. Se trata de la añoranza por el Arca Perdida, el Buen Salvaje, o la Arcadia Feliz. Las sociedades tribales, basadas en fuertes lazos de parentesco, poca división social del trabajo y con una escasa demografía, necesitaban (para sobrevivir) el ejercicio de virtudes como la generosidad, la ayuda, el trabajo en común y similares. El grupo y no el individuo era el centro neurálgico. Es más, no había, en sentido estricto, individuos.

Cuando pasamos de las sociedades tribales a las sociedades extensas actuales no es posible mantener estos lazos tan intensos, la llamada ‘moral cálida’. Por mucho que duela, a lo que podemos y debemos aspirar es a la moral del respeto. Y en las obligaciones jurídicas. Y si, encima, nuestra familia es una familia bien avenida y tenemos buenos amigos, amigos de verdad, podremos disfrutar de estos cálidos vínculos que, en general, han desaparecido de nuestras sociedades extensas.

Nadie quiere igual a su familia y a sus amigos íntimos que a un señor que pasa por su lado en la calle. No aceptar esto, es meterse en un callejón sin salida. Por supuesto, usted es libre de hacer el bien sin mirar a quién. Usted tal vez puede convertirse en una Teresa de Calcuta. Esto es una bendición, pero nunca puede ser una exigencia.



Tercero.
Es universalista, ya que afirma la unidad moral de la especie humana y concede una importancia secundaria a las asociaciones históricas específicas y a las formas culturales.

Es falso que el liberalismo haya tratado de imponer un solo proyecto social en todo el mundo. Ni uno, ni varios. El liberalismo no impone, como hacen los marxistas. Entre otras cosas, porque se basa en el respeto a la libertad de las personas para decidir su propia vida, dentro de un contexto social dado Las asociaciones históricas y las formas culturales son respetables en la medida en que, a su vez, respetan la libertad y la dignidad de las personas que viven en estas asociaciones y formas.

Cuarto.
El meliorismo ha impulsado una especie de utopía liberal según la cual el fracaso de las doctrinas liberales sobre el terreno no se debe a lo incorrecto de los planteamientos sino a la poca persistencia y a la escasez de los mismos.

Las doctrinas liberales no han fracasado. A pesar de las continuas tentaciones totalitarias que le rodean. La más importante, probablemente, es la que adora al Estado, supuestamente benefactor. En la práctica, un monstruo que controla casi la mitad de la riqueza nacional, con tentáculos en casi todos los rincones de la vida pública y privada, con batallones interminables de burócratas, con un despilfarro vergonzoso a costa de los impuestos ciudadanos y con el deseo, nunca completamente satisfecho, de dirigir las mentes de todos. Especialmente de las jóvenes generaciones. ¿Quién propugna este Leviatán? Básicamente, pero no exclusivamente, la izquierda. No los liberales.

Por otra parte, gracias a las economías liberales, millones de personas en el mundo han salido del hambre. China y La India son, entre otros, destacados ejemplos de lo que digo. Ningún otro modo de producción puede compararse, ni de lejos. Hoy por hoy, no hay alternativa económica a la economía de mercado.

Expuestas las cuatro características principales, el articulista critica que, al menos de hecho, el liberalismo desprecia la trascendencia. No puede aceptar morales heterónomas.


Esto es cierto. No es que desprecie la trascendencia sino que la deja a la libre elección de la persona. Pero es una falsedad comparar el marxismo con el liberalismo. El marxismo prohibe y persigue la religión y la trascendencia. El liberalismo no lo hace. No es admisible meterlos en el mismo saco. Es falso.
Otra crítica al liberalismo, dice lo siguiente: Pero el talón de Aquiles liberal radica en no ver que es precisamente la falta de restricciones -por ejemplo, en el mercado- lo que acaba vulnerando los derechos de aquellos que, en calidad de "individuos libres e iguales" aspiran así mismo al "bienestar" de la utopía liberal.

Esto es falso aunque se repite continuamente. Lo hemos oído con motivo de la crisis económica actual. Recuerdo que la Vice-Presidenta De la Vega dijo: ´La mano invisible del mercado nos ha llevado a la crisis que ha tenido que ser solventada por la mano visible del Estado’. En resumen, cualquier persona mínimamente informada sabe que, especialmente el sector financiero, está excesivamente regulado por el Estado. El problema no está en la ausencia de regulación sino en la falta de controles efectivos. No han funcionado.
El liberalismo no es el responsable de esta falta de control sino el propio Estado y sus funcionarios. Además, nadie tiene ‘derecho’ al mismo bienestar que los demás. Como mucho, en las sociedades que producen suficiente excedente, hay servicios sociales universales. Este es el sentido de tener derecho al ‘mismo bienestar’. Nada más y nada menos.

La obsesión igualitaria es propia de la izquierda o de los colectivistas, comunitaristas y asimilados, no del liberalismo. El socialismo realmente existente intentó guiarse por la estrella polar de la igualdad (en los resultados), pero fracasó rotundamente. Al final, ni igualdad, ni libertad.

La guinda final del articulista no tiene desperdicio. Dice: El caso es que cultura, historia, religión e idiosincrasia deben ser destruidos en aras de ese universalismo liberal que aspira a ser solución única e incontestada.
Esto es, directamente, un disparate. El liberalismo no pretende la destrucción de todas estas cosas. Cuestión muy diferente es que las personas libres decidan alejarse, o acercarse, a instituciones, tradiciones y valores que el articulista antiliberal considera irrenunciables.

Afirmar que el liberalismo aspira a una solución única e incontestada es no haber entendido nada del liberalismo. Porque pretender una solución única e incontestada, es propio de las doctrinas totalitarias. Nada más alejado del pensamiento liberal.

Nada es más fértil que el arte de ser libre, pero nada es más duro que el aprendizaje de la libertad’.Alexis de Tocqueville.

Sebastián Urbina.

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EL NEOLIBERALISMO QUE NOS INVADE.



El catedrático de Sociología, Ignacio Sotelo, dice en El País: ‘uno no sale de su asombro al comprobar que el PP, proponiendo más de lo mismo, no haya logrado desprenderse ni un ápice del neoliberalismo que nos ha llevado al desastre... el PP sigue confiando en el mercado sin plantear
siquiera la cuestión clave, qué política económica habría que poner en marcha para cambiar el modelo productivo’.
Veamos más de cerca estos ‘asombros’.
Guy Sorman dice que la URSS se desmoronó porque el sistema económico socialista no era viable. Desde entonces, solamente hay una economía, la economía de mercado, la economía liberal. No hay alternativa. Al menos de momento.

Hoy está reconocido que la política económica (New Deal) de Roosvelt en los años treinta, agravó la crisis. Hizo lo que tanto gusta a la izquierda, intervenir. Ayudó a las empresas con problemas, las empresas improductivas recibieron dinero público, lo que dificultó la competencia y la innovación, retrasando la recuperación. Salvando las distancias, en la crisis económica mundial de 1973 se siguió con las medidas keynesianas intervencionistas. Pero tampoco funcionaron.
Johan Norberg dice que la creciente prosperidad del planeta se debe al capitalismo. Un estudio acerca de la política comercial de 117 países entre 1970 y 1989 demuestra que con políticas librecambistas el crecimiento era entres tres y seis veces superior al de los Estados proteccionistas.

Xavier Sala nos dice que la historia nos da ejemplos de la superioridad de las economías de libre mercado sobre las economías planificadas. Es el caso de Alemania Federal frente a la llamada República Democrática Alemana, o el de Corea del Sur, con una renta catorce veces superior a la de Corea del Norte. O Hong Kong, Singapur, Taiwán y un largo etcétera.

Carlos Rodríguez Braun dice que la percepción exclusivamente asignativa del mercado (como asignador de recursos) oculta su eficacia fundamental en el descubrimiento de recursos, el intercambio y la creación de riqueza. O sea, los menos favorecidos tienen en el mercado una buena oportunidad para dejar de serlo. Aunque la llamada cultura del subsidio proclama lo contrario. Hablando de subsidios, recordemos que algunos grupos de presión (los buscadores de rentas) tratan de identificar sus particulares intereses (que pagamos todos) con el interés general.

¿Y qué sucede con el origen de la crisis económica actual que, según Ignacio Sotelo, es responsabilidad del neoliberalismo?

Según parece, tanto la administración Clinton como la administración Bush presionaron a Fannie Mae y Freddie Mac (entidades esponsorizadas por el gobierno) para que expandieran sus créditos a familias de renta baja, aunque esto supusiera entrar en el mercado subprime, el de las famosas hipotecas. Como dice Juan Ramón Rallo, después del 11 de Septiembre, la Reserva Federal de EEUU comenzó a inflar la oferta crediticia para tratar de impedir una crisis económica. Los bajos tipos de interés, que llegaron a situarse en el 1% durante 2003, favorecieron que los bancos comerciales y otros agentes financieros tuvieran tanto numerario como para prestar incluso a individuos de escasa reputación y solvencia (subprime). 

Milton Friedman recordaba que F. Hayek tenía razón al insistir en que las causas de la crisis, el paro, la inflación y la depresión debían ser rastreadas en los sistemas públicos intervencionistas y no en el mercado libre... Uno de sus mayores aciertos fue advertirnos contra la tentación de buscar fundamentalmente el atajo político en la lucha por la libertad. Atajo estéril y peligroso porque, como muy bien escribió, ese es el mundo de los socialistas de todos los partidos. Pues bien, el ‘socialismo de todos los partidos’, el intervencionismo, es una enfermedad que también afectó a la Administración Bush y Carter. No sólo a la de Clinton. Ahí estaría el origen de la crisis y no en el neoliberalismo.

Ignacio Sotelo critica al PP que siga creyendo en el mercado. Esto nos empuja a la siguiente pregunta. ¿Y si no confiamos en el mercado, en qué? A menos que confiemos en la bondad natural de las personas para organizar la economía, tendremos que apelar al Estado. Es típico de la izquierda. Una tramposa manera de afrontar el problema es la de comparar una realidad (la economía de mercado actual) con una idealidad (una sociedad utópica de izquierdas). Por supuesto, siempre gana la idealidad. Sin embargo, para no hacer trampas hay que bajar de la nube y comparar dos realidades. ¿Cuál es el modelo productivo alternativo a la economía de mercado? No lo hay.

La visión de la izquierda y de Sotelo, es la de un capitalismo ‘salvaje’ (el capitalismo siempre es ‘salvaje’; en otro caso, no es capitalismo) que nos lleva al desastre y que sólo el socialismo ‘civilizado’ (el socialismo siempre es civilizado; en otro caso, no es socialismo) nos lleva a la felicidad colectiva. Pero hay que rechazar esta simplona visión izquierdista, así como la propuesta, explícita o implícita, de más Estado. Se han dado cuenta, incluso en Suecia, el modelo a imitar por todos los socialdemócratas del mundo. Han tenido que adelgazar el llamado Estado del Bienestar para que pueda subsistir. Por no hablar del fracaso del ‘socialismo realmente existente’.

En fin, a la izquierda y a Sotelo les encanta lo público, que supone coacción. ¿Cómo? ¿Por qué coacción? Una vez que nos hemos desprendido de la idea de una posible y deseable ‘moral cálida’, propia de las sociedades primitivas, se entiende con claridad que, en nuestras sociedades extensas, aplicar esta moral cálida implica utilizar la coacción. ¿Por qué? Porque los fuertes lazos solidarios, propios de las sociedades tribales, no existen en las sociedades extensas actuales, salvo en la familia y la amistad íntima. Y claro, hay que imponer por decreto ‘la moral cálida’, la bondad, la solidaridad.

Frente a la visión constructivista y diseñadora de la izquierda, hay que recordar que el mercado, el dinero o el lenguaje, por ejemplo, son subproductos. Es decir, son órdenes espontáneos. Y lo mejor que pueden hacer los izquierdistas (y asimilados) es no meter las manos. Una vez más, la izquierda incurre en La fatal arrogancia. Como nos dice F. Hayek, un grupo de hombres inteligentes cree que pueden diseñar una economía o una sociedad mejor de lo que lo harían las aparentemente caóticas interacciones de millones de individuos.

¿Es que acaso el capitalismo no necesita el Estado de Derecho? El mejor capitalismo (ya que el capitalismo puede subsistir sin democracia) es el que se apoya en instituciones democráticas que garantizan la propiedad privada, la seguridad jurídica y los derechos individuales. Pero no se trata de más gobierno o de más Estado. Al contrario, se trata de gobiernos más pequeños, eficaces y controlados. O sea, confianza en la sociedad civil, en el individuo y su libertad, más que en Papá-Estado y sus burócratas.

Sebastián Urbina.

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