CEUTA, MELILLA Y MARRUECOS.
La ONU considera Gibraltar una colonia, y ha incitado a Inglaterra a descolonizarla (en vano, naturalmente), mientras que Ceuta y Melilla se reconocen como ciudades españolas. Ambas cosas fueron un éxito de la diplomacia franquista, tanto más notable ante la fuerte tendencia demagógica de la ONU.
Sin embargo, el Gobierno de Rabat reivindica las dos ciudades, y los socialistas y los separatistas en España le apoyan, con disimulo o abiertamente, a fin de debilitar por cualquier flanco la nación española, o equiparando fraudulentamente el caso con el de Gibraltar.
La exigencia de Rabat ha sido rechazada porque Ceuta y Melilla nunca pertenecieron a un estado marroquí. Propiamente hablando, no existe un estado tal hasta entrado el siglo XVI, con la dinastía saadí, cuyas fronteras se delimitan frente a la presión de portugueses y turcos.
Aun así, ese estado tuvo dos características inhabituales. Fue muy expansivo hacia el sur, llegando hasta Tombuctú y practicando un masivo tráfico de esclavos que alteró considerablemente la composición étnica del sur del actual Marruecos; por lo cual Rabat ha reivindicado enormes extensiones del Sahara, para molestia de los estados creados tras la descolonización. Y en el territorio del Marruecos actual fue más bien un estado arabizado, establecido sobre las zonas llanas y próximas al litoral, pero incapaz de dominar la mayor parte del actual país, es decir, las zonas propiamente bereberes de las montañas, donde ni siquiera podía cobrar impuestos: solo conseguía en ellas el rezo en nombre del sultán, tomado como signo de soberanía sin más consecuencias prácticas. Pues siempre ha existido en el Magreb una considerable tensión entre la parte beréber y la arabizada, que todavía hoy estalla a veces en rebeliones. En realidad fue la colonización francesa la que hizo de Marruecos un estado relativamente moderno y efectivo, con los límites actuales, aparte de su expansión por el antiguo Sahara español.
No obstante, Rabat suele considerar precedentes estatales marroquíes los imperios almorávide y almohade, con lo cual podría reclamar –y lo hace de modo implícito, aunque sin pretensiones a corto plazo– casi todo el Magreb, más un tercio o la mitad de la península ibérica por el norte, y Mauritania, por el sur.
De hecho, Marruecos ha sido desde su independencia el país magrebí más agresivo y que más conflictos, diplomáticos o bélicos, ha sostenido con todos los países de su entorno y, desde luego, con España. Su método, en nuestro caso, ha sido explotar momentos de debilidad política en Madrid para provocar o avanzar con hechos consumados, a veces mediante agresiones bélicas a cargo de fuerzas supuestamente incontroladas. También extendió unilateralmente sus aguas territoriales, privando de caladeros a los pesqueros españoles, a los que hostigó con detenciones y ametrallamientos.
Otra
forma de agresión indirecta ha sido el envío ilegal de emigrantes
subsaharianos o magrebíes a las costas de Canarias y Andalucía.
Su
mayor éxito fue, aprovechando la agonía de Franco, la invasión del
Sahara español mediante la Marcha Verde con apoyo useño, motivado este
por el peligro de que la colonia cayera en manos de Argelia, entonces un
país socialista muy antioccidental. Rabat consiguió su
objetivo, que se convirtió durante bastantes años en un regalo
envenenado, pues le obligó a sostener una costosísima guerra con el
Frente Polisario, respaldado por Argel.Aunque Marruecos no ha acabado de digerir el Sahara, ganó finalmente la guerra, con lo que su Gobierno ha podido volver los ojos sobre su próximo objetivo, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Para presionar sobre España, Mohamed VI utiliza su posición como aliado de USA y de Francia en el Magreb, juega con la amenaza islámica y atiende a los signos de flaqueza de Madrid.
Signos hoy muy ostensibles: movimientos secesionistas en Cataluña y Vascongadas, amparados de hecho por el Gobierno del PSOE, evolución política hacia la disgregación nacional con reconocimiento de "naciones" en las regiones españolas, crisis económica, "alianza de civilizaciones", es decir, de dictaduras, incluida la marroquí, etc. La demagogia ignara de Obama también le favorece, y París, desde luego, no va a mover un dedo por los intereses españoles.
Pero además, Rabat ha recibido del Gobierno socialista signos inequívocos de aliento a sus aspiraciones, como la reducción de las guarniciones de dichas ciudades o una propaganda ambigua respecto de la naturaleza política de estas.
Una ambigüedad viene de lejos. Me comentaba Sabino Fernández Campos su asombro ante la declaración de un alto responsable español a Hasán II: "El problema se resolverá según ustedes vayan metiendo marroquíes en Ceuta y Melilla, hasta que sean mayoría". Un proceso, por cierto, al que hemos asistido año tras año, considerando xenofobia la más elemental y legítima defensa. Cierto que esos marroquíes, en su mayoría, saben bien como se vive en Marruecos y no desea volver a lo mismo. Pero en caso de conflicto abierto no hay duda sobre qué camino tomarían. (Pio Moa/LD)
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