(En estos dos artículos, podemos ver, por una parte, una cultura de los derechos muy extendida. De ahí que el político demagogo diga que sí, que va a dar más derechos. Que sí, que sí. Que no se preocupen.
Por otra parte, tenemos el comportamiento irrresponsable de las Comunidades Autónomas. Con esta crisis de caballo y una deuda terrorífica siguen aumentando el gasto público. Y yo me pregunto si no tendrá que ver una cosa con otra.
Los políticos autonómicos gastan más porque buena parte de la población está por pedir más derechos y gratuitos. Y universales.
¿Qué va a hacer el político demagogo? En fin, o cambiamos todos o nos harán cambiar a la fuerza. Cuando ya sea muy tarde y todo sea más duro y difícil. Tal vez así aprendamos. Tal vez.)
ESPAÑA Y LOS DERECHOS.
Y uno, que tiene cierta deformación profesional, contempla a sus conciudadanos con la mirada con que escruta a los políticos, es decir, no sin cierta mala leche. Lo peor es que, como en el caso de los próceres de la patria, el resultado no es muy positivo.
Así, después de unas semanas de ir por España ojo avizor, creo que el rasgo principal del español medio de hoy en día es su convicción de estar cargado de derechos. Miren, por ejemplo, a los ciclistas que pueblan las carreteras veraniegas: se creen con derecho a circular por mitad de la vía y en paralelo, aunque eso genere un atasco de proporciones industriales, o incluso en alegre pelotón, si son los suficientes.
Ellos, como sagrados usuarios del medio de transporte más querido por el perroflautismo universal, tienen todos los derechos y ninguna obligación, ni siquiera la de llevar casco en ciudad, que eso es malo para el cuero cabelludo –nota al margen: a mí me parece estupendo que cada uno se abra la cabeza a su sabor, pero si a mí como conductor me obligan a llevar cinturón y como motorista no puedo dejar el casco, ¿a qué viene la bula de los ciclistas?
Pero para derecho el de algunos ciudadanos de mi pueblo, que, descontentos con la nueva piscina construida por el alcalde, no sólo lograron que durante un par de veranos funcionasen dos piscinas municipales –en un ayuntamiento de 1.400 habitantes, viva la austeridad-, sino que ahora andan recogiendo firmas, incluso se llegó a hacer una pintada en la pared del ayuntamiento: "Queremos una piscina digna".
Ya ven: la piscina olímpica no es ya sólo un derecho, sino que se convierte en un requisito para la dignidad colectiva del pueblo. La repera.
Un último ejemplo: en una playa gaditana, hace un par de días unos policías municipales requisaban el cargamento de un vendedor ambulante ilegal que ofrecía a los bañistas algún tipo de comida que no llegué a identificar. Por supuesto, la mayor parte de los presentes agradeció su labor a las fuerzas del orden con una sonora pitada y no pocos gritos. "¡Dejadles que se ganen la vida!", decía uno. El derecho a la venta ilegal.
No me cabe la menor duda de que el cien por cien de los que protestaban están convencidos de que, si se produjese una intoxicación alimentaria por uno de esos productos vendidos en la playa, la culpa sería de las autoridades, que no controlan esas cosas lo suficiente. Ellos, obviamente, tienen derecho a comerse lo que les dé la gana y que papá Estado les haga de catavenenos.
Ah, y se me olvidaba el principal de los derechos: que todo esto, y mucho más, tiene que ser gratis.
(Carmelo Jordá/ld).
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21-VIII-2013
Falacias autonómicas
España
sigue contando con un sistema autonómico totalmente insostenible, tanto
financiera como políticamente. Sin embargo, el Gobierno lleva meses
vendiendo a la opinión pública una imagen irreal y distorsionada de la realidad,
enfatizando unos esfuerzos de consolidación fiscal que, en el fondo, son
inexistentes. La evolución que han registrado las cuentas regionales durante la
crisis demuestra que, lejos de aplicar
drásticos recortes públicos para aligerar sus sobredimensionadas estructuras,
el gasto público ha aumentado pese a las dificultades económicas y el desplome
de la recaudación fiscal. En concreto, las comunidades autónomas gastaron 186.474
millones de euros en 2012, casi un 20% más que en 2007 (unos 30.000
millones), en pleno pico de la burbuja inmobiliaria. Además, sus ingresos han
aumentado un 9% durante este período, hasta rondar los 168.000 millones de
euros el pasado año.
La
frialdad de estas cifras pone de manifiesto, una vez más, las insistentes
falacias que giran en torno a los presupuestos autonómicos. La primera, y más
importante de todas, es que el volumen de gasto público que manejan las regiones no sólo no ha
bajado un ápice sino que se ha disparado durante la crisis.
Hoy por hoy, las comunidades autónomas gastan más dinero público que en
pleno boom económico, desmontando así la supuesta austeridad y la drástica
política de recortes que tanto gusta denunciar a la izquierda. La tan cacareada
reducción presupuestaria brilla por su ausencia en el ámbito de las
Administraciones Públicas y, especialmente, en el autonómico.
En segundo
lugar, cabe recordar que el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, se escudó
en una consolidación fiscal que, en realidad, no existe para tratar de
justificar la aplicación de su polémico déficit a la carta durante
2013, por el cual se premia a las comunidades más incumplidoras, y en especial
a Cataluña, en perjuicio de las más austeras y responsables, como es el
caso de Madrid. No hay excusa ni razón alguna para aplicar semejante
injusticia, ya que las cifras demuestran que el despilfarro sigue siendo la
tónica dominante en la gestión territorial, y ciertas autonomías se aprovechan
del discurso falaz de los recortes para seguir engordando su estructura
a costa del dinero de todos los españoles.
Por si fuera poco, tampoco se sostiene la
falacia relativa a que los recortes pueden dañar el crecimiento de las regiones
que presentan un mayor déficit. Y la prueba, nuevamente, es Madrid, la primera
región que ha logrado salir de la recesión, cumpliendo escrupulosamente los
objetivos de déficit y sin subir un solo impuesto. Que algunas
autonomías sigan gastando mucho más de lo que ingresan tras más de un lustro de
crisis prueba la irresponsabilidad y demagogia que reina en el modelo autonómico.
Así pues, el análisis de las cuentas regionales
no deja lugar a dudas. El Estado
autonómico, uno de los problemas estructurales más importantes que sufre España,
es hoy mayor que antes de la crisis, lo cual ha sido
posible gracias a la connivencia del bipartidismo político: el PSOE, primero,
permitiendo e incluso alentando el descomunal descuadre de las cuentas
autonómicas hasta 2011; y el PP, después, rescatando de forma incondicional
comunidades insolventes sin intervenir antes sus cuentas.
(edit.ld.)
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