(¡Dios mío! Si esto es cierto, que no lo lean los catalanistas.
No me hago responsable de la flojera intestinal, sarpullidos y urticarias malignas que pueden atacarles sin compasión.)
MADRID.
EN 1561, Felipe II eligió a la irrelevante
Madrid como sede de la Corte. Una decisión caprichosa, pues había
entonces ciudades de más poder y abolengo. ¿Cómo habría sido nuestra
historia si la capital se hubiese plantado en Sevilla, Barcelona o en un
puerto atlántico? Fantasear con ello resulta ocioso. Madrid fue la
elegida, por sus aires salutíferos y su buena agua,
soslayando sus contratiempos (la lejanía del mar y ese clima puñetero,
que salta raudo del frigorífico a la checa solar). Desde el siglo XVI,
Madrid ha podido con todo. Ha padecido guerras salvajes en sus calles y
atentados cuyo recuerdo duele. Incluso ha salido airosa de la
descentralización. Contra todo pronóstico, la capital de España se ha robustecido en la era autonómica.
Con Barcelona achatándose por la fijación provinciana, Madrid se ha
quedado sola como la única urbe española que disputa la liga de las
grandes metrópolis mundiales, aquellas que por su población y dinamismo
son locomotoras de prosperidad e inventiva.
Madrid es una de las ciudades más arboladas del
planeta y cuenta con hermosos parques. Muchos son evidentes (El
Retiro), otros más bien secretos (el increíble Capricho), algunos
todavía están echando los dientes y lucen algo alopécicos (el Juan
Carlos I). Pero todos convendremos en que poco tienen que hacer los
parques madrileños frente a la umbría magnificencia de Hyde Park o
Kensington Gardens.
Madrid es una de las mecas del arte,
con El Prado, El Reina Sofía y el Thyssen. Pero París sigue sacándole
unos metros con el Louvre, el Quai d’Orsay, el Pompidou y el museo
Picasso. Madrid presume ya de un pequeño skyline,
con sus cuatro rascacielos al norte. Pero son champiñones solitarios
frente a la fachada costera de Hong Kong. Madrid cuenta con grandes
tiendas; en realidad, no falta una. Pero en Bilbao o La Coruña se viste
mejor. Madrid se ha vuelto cada vez más grata al peatón. Pero todavía
sobran coches y el placer de callejear por Londres supone un deleite
superior. Madrid posee un legado histórico apabullante. Pero no puede
competir con Roma, donde tiras una colilla al suelo y te aparece un
foro.
Sin embargo, hay algo en lo que Madrid barre a Londres, Roma, París o Hong Kong: su gente.
El topicazo es cierto: Madrid es una ciudad abierta a todos, que no
pide cartas de pureza de sangre. Los madrileños, que pueden nacer en
Madrid o en Huelva, en Tegucigalpa o en Badalona, son resolutivos y
desprejuiciados. Trabajan rápido y mucho. Viven con urgencia y compiten.
Nervio y productividad como en ningún otro lugar de España. Pero
también el colchón del sentido del humor –a bocajarro– y una grata
cortesía en el trato, todavía muy castellana. Tolerancia y respeto a la
privacidad ajena. Ganas de ir a más. Y si toca mala leche, pues a
chorros. En Madrid te topas con bordes y gilipollas; claro, como en
todas partes. Pero la ciudad, tal vez por su talante práctico, admite
mal la bobería.
Madrid, acostada sobre las brasas de un
secarral a 667 metros de altura, podría ser un lugar imposible. Pero su
gente, que no sus gallardones y esperanzas, la ha convertido en otra
cosa: la pista de aterrizaje de los mejores.
(Luis Ventoso/ABC).
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Esto ya es insoportable. ¡Maldito centralismo!
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Esto ya es insoportable. ¡Maldito centralismo!
Solo por detrás de París, Londres y Milán
Madrid, cuarta ciudad de Europa en industria creativa y cultural
Más de 156.000 personas trabajan en este tipo de industria que representan ya el 9% del total de los trabajadores
LVL
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