martes, 20 de agosto de 2013

MADRID.


 (¡Dios mío! Si esto es cierto, que no lo lean los catalanistas.

 No me hago responsable de la flojera intestinal, sarpullidos y urticarias malignas que pueden atacarles sin compasión.)








MADRID.

EN 1561, Felipe II eligió a la irrelevante Madrid como sede de la Corte. Una decisión caprichosa, pues había entonces ciudades de más poder y abolengo. ¿Cómo habría sido nuestra historia si la capital se hubiese plantado en Sevilla, Barcelona o en un puerto atlántico? Fantasear con ello resulta ocioso. Madrid fue la elegida, por sus aires salutíferos y su buena agua, soslayando sus contratiempos (la lejanía del mar y ese clima puñetero, que salta raudo del frigorífico a la checa solar). Desde el siglo XVI, Madrid ha podido con todo. Ha padecido guerras salvajes en sus calles y atentados cuyo recuerdo duele. Incluso ha salido airosa de la descentralización. Contra todo pronóstico, la capital de España se ha robustecido en la era autonómica. Con Barcelona achatándose por la fijación provinciana, Madrid se ha quedado sola como la única urbe española que disputa la liga de las grandes metrópolis mundiales, aquellas que por su población y dinamismo son locomotoras de prosperidad e inventiva.

Madrid es una de las ciudades más arboladas del planeta y cuenta con hermosos parques. Muchos son evidentes (El Retiro), otros más bien secretos (el increíble Capricho), algunos todavía están echando los dientes y lucen algo alopécicos (el Juan Carlos I). Pero todos convendremos en que poco tienen que hacer los parques madrileños frente a la umbría magnificencia de Hyde Park o Kensington Gardens.

Madrid es una de las mecas del arte, con El Prado, El Reina Sofía y el Thyssen. Pero París sigue sacándole unos metros con el Louvre, el Quai d’Orsay, el Pompidou y el museo Picasso. Madrid presume ya de un pequeño skyline, con sus cuatro rascacielos al norte. Pero son champiñones solitarios frente a la fachada costera de Hong Kong. Madrid cuenta con grandes tiendas; en realidad, no falta una. Pero en Bilbao o La Coruña se viste mejor. Madrid se ha vuelto cada vez más grata al peatón. Pero todavía sobran coches y el placer de callejear por Londres supone un deleite superior. Madrid posee un legado histórico apabullante. Pero no puede competir con Roma, donde tiras una colilla al suelo y te aparece un foro.

Sin embargo, hay algo en lo que Madrid barre a Londres, Roma, París o Hong Kong: su gente. El topicazo es cierto: Madrid es una ciudad abierta a todos, que no pide cartas de pureza de sangre. Los madrileños, que pueden nacer en Madrid o en Huelva, en Tegucigalpa o en Badalona, son resolutivos y desprejuiciados. Trabajan rápido y mucho. Viven con urgencia y compiten. Nervio y productividad como en ningún otro lugar de España. Pero también el colchón del sentido del humor –a bocajarro– y una grata cortesía en el trato, todavía muy castellana. Tolerancia y respeto a la privacidad ajena. Ganas de ir a más. Y si toca mala leche, pues a chorros. En Madrid te topas con bordes y gilipollas; claro, como en todas partes. Pero la ciudad, tal vez por su talante práctico, admite mal la bobería.

Madrid, acostada sobre las brasas de un secarral a 667 metros de altura, podría ser un lugar imposible. Pero su gente, que no sus gallardones y esperanzas, la ha convertido en otra cosa: la pista de aterrizaje de los mejores. 

 (Luis Ventoso/ABC).

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 Esto ya es insoportable. ¡Maldito centralismo!
 

Solo por detrás de París, Londres y Milán

Madrid, cuarta ciudad de Europa en industria creativa y cultural

Más de 156.000 personas trabajan en este tipo de industria que representan ya el 9% del total de los trabajadores

LVL

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