martes, 1 de septiembre de 2009

SOCIALISTAS ANTIDEMÓCRATAS.


Diga lo que diga el Constitucional, el Estatuto catalán prevalecerá. Esta es la tesis que los partidos catalanes, y de manera muy especial el PSC, están trasladando a la opinión pública en los últimos días, ante la práctica seguridad de que la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) será a la baja. Aunque con diferencias de matiz, queda claro que se está configurando un frente catalán ante lo que ya se intuye como un colosal choque institucional, «el problema político más grave del Gobierno en democracia», tal y como se afirma desde ERC.

En esta línea, el PSC se prepara para una sentencia que «sería un golpe muy duro para Zapatero», en palabras del portavoz de los socialistas catalanes, Miquel Iceta. Progresivamente, desde el PSC se va endureciendo el tono, prosiguiendo con la campaña de desprestigio que se está lanzando sobre el TC a la vez que se arman estrategias para soslayar la sentencia. El camino lo dibuja ya el partido de José Montilla. Si el tribunal «pone alguna cosa en cuestión, se tendrá que recuperar de alguna manera, por la vía política», explicó Iceta.

Ruptura con España
El portavoz del PSC, sin aparente incomodidad al decirlo, ve posible hacer compatibles el «respeto» a las consideraciones del Tribunal Constitucional con el techo de autogobierno que marcaron los catalanes al avalar el Estatuto. Con todo, y sin querer dar pábulo a quienes desde sectores nacionalistas alientan ya la ruptura con el resto de España en caso de sentencia desfavorable, Iceta consideró que el fallo del TC «no será el fin de la historia».

Sea como fuere, y aunque no sea el fin de la historia, el fallo del TC conducirá, seguro, a «años de conflicto jurídico permanente» entre Cataluña y el Estado central, tal y como anunciaba ayer un consejero de ERC. Se trata, en definitiva, de ver «qué grietas legales hay para poder avanzar».

Las estrategias que se anticipan pasan por la modificación de leyes orgánicas o, sobre todo, la utilización del artículo 150.2 de la Constitución, el cual permite la transferencia de competencias de titularidad estatal a las autonomías, como ya sucedió con las de Tráfico en 1997.

Como lo expresó ayer el portavoz Iceta, «a menos que alguien piense que una sentencia del TC es sinónimo del fin de la historia o de un acontecimiento ligado a la extinción, hará falta hacer política». Por lo pronto, el gobierno catalán seguirá legislando en lo que pretende ser un «despliegue frenético» del Estatuto antes de que el TC lo tumbe, según definió un dirigente de ERC.

Primero, la Constitución
Más allá de las transferencias vía 150.2, en Cataluña una hipotética sentencia negativa del TC se interpreta como un antes y un después. La tesis que se impone es clara: si el texto que aprobó el Parlament, «cepillaron» las Cortes y se aprobó luego en referéndum no es constitucional, lo que hay que hacer es cambiar la Carta Magna. En definitiva, una refundación del Estado, la revisión del «pacto» entre Cataluña y España, en palabras de los nacionalistas. Pasqual Maragall formuló esta idea en su momento, con otro enfoque: el gran error ha sido modificar el Estatuto sin cambiar la Constitución. (Álex Gubern/Barcelona/ABC)
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Sebastián Urbina

Nacionalismos: no somos iguales



Decía Miguel de Unamuno: ‘Soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio». Así expresó Miguel de Unamuno su amor y pasión por España, de lo que dejó constancia en algunos de sus textos. Es el caso del artículo País, paisaje y paisanaje, publicado el 22 de agosto de 1933 en el periódico Ahora, e incluido, posteriormente, en el libro Paisajes del alma.

Pero no todos los sentimientos son iguales.

Si el patriotismo español fuese, por ejemplo, como el de los nacionalismos periféricos, el sistema público de enseñanza, en toda España, sería exclusivamente en lengua española. Es lo que hacen los nacionalismos. Los padres castellanohablantes no pueden escolarizar a sus hijos en español. En Cataluña, solamente lo pueden hacer en catalán. Afortunadamente, ha habido cambios, recientemente, en Galicia y el País Vasco. De ahí que los nacionalismos periféricos sean, y así lo han demostrado repetidamente, excluyentes e intolerantes. Aunque nieguen los hechos. Por eso la mentira es una de sus especialidades. Pero ya es tarde. Mucha gente se ha enterado, aunque algunos no se atrevan a decirlo en público, por si acaso.

Saben lo que les pasa a los disidentes, como el famoso Albert Boadella, (y tantos otros) que tuvo que marcharse de Cataluña. Es la libertad del Oasis, y de los nacionalismos periféricos, en general.

En cambio, el patriotismo español, no sólo ha permitido sino que ha reconocido legalmente el uso del catalán, euskera, gallego. Con una profunda y amplia descentralización política, deslealmente utilizada por los nacionalistas. O sea, el patriotismo español es incluyente, no excluyente.

De esto se han aprovechado los nacionalismos periféricos para excluir el castellano, o español, de las instituciones. Este es su verdadero rostro, el desprecio por la libertad ajena. Con la patética colaboración de los socialistas y la acobardada genuflexión de los populares. Con las honrosas excepciones de rigor.

El ser humano, aunque haya contadísimas excepciones, no sólo tiene sentimientos hacia otros seres humanos o, incluso, animales no humanos. También tiene sentimientos hacia entes colectivos. Es inevitable tener emociones y sentimientos hacia la ‘patria’. Por ejemplo, yo no tengo ni puedo tener los mismos sentimientos hacia Madagascar (con todos mis respetos) que hacia Mallorca y hacia España. El problema no es éste.

El problema es si tales sentimientos, que son prácticamente inevitables, se sacralizan, junto a sentimientos de superioridad frente al ‘forastero’, el maketo, o el charnego. Es normal tener sentimientos positivos hacia la patria, pero es despreciable que en nombre de la misma se rechacen o minusvaloren las personas que no tienen los mismos sentimientos, o los mismos orígenes.

En resumen, los supuestos intereses del ente colectivo, la patria, no pueden estar por encima de los intereses de las personas de carne y hueso, si hubiere conflicto. Y esta barbaridad, la primacía de los supuestos intereses de la nación sacralizada, sucede con el fanatismo nacionalista. Del que catalanes, vascos y gallegos han dado lecciones, seminarios y masters. Por no hablar de la quema de banderas españolas, silbidos al himno nacional, quema de fotos del Rey y otras muchas ofensas que, en parte, se han exhibido en las televisiones periféricas, pagadas con los impuestos de todos los españoles.

Por cierto, las televisiones nacionales no han hecho lo mismo que ellos, lo que muestra, una vez más, las diferencias entre el patriotismo español y los nacionalismos periféricos. A tal efecto, recordemos el conocido, ‘me cago en la puta España’, en la TV3 catalana, vomitado por Rubianes y jocosamente comentado por el presentador, entre las risas periféricas del auditorio. No hubo excusas, por supuesto. Es más, la Ministra de la Guerra, la señora Carmen Chacón, se puso un suéter, en una manifestación ‘progresista’, que decía: ‘Todos somos Rubianes’. Todos los que son como ella, naturalmente.

Por no hablar de la absurda e injusta ley electoral que privilegia a los nacionalistas. Recordemos que en las pasadas elecciones, 300.000 votos le valieron al PNV para conseguir seis diputados. Pero 303.000 votos le valieron a UPyD para conseguir un solo diputado. ¿Cómo pagan estos privilegios feudales? Con chantajes, ofensas y victimismo.

A mí no me interesa que alguien tenga sentimientos positivos exclusivos hacia Cataluña, País Vasco o Galicia, y negativos hacia España. Es su problema. Lo que critico, y muestra la decadencia y corrupción de nuestra clase política y de nuestra democracia, es que tales sentimientos puedan conducir a privilegios y ventajas económicas o políticas, o ambas. Y que en nombre de estos sentimientos, se impida que los padres castellanohablantes (o los que quieran) puedan escolarizar a sus hijos en castellano o español. La lengua oficial del Estado.

Aunque no puedo evitar que me lean nacionalistas periféricos, no escribo para ellos. Escribo para los convencidos y para los dubitativos, para los que, todavía, no han aclarado si los nacionalistas periféricos tienen cuentas pendientes a su favor, que el resto de españoles debamos pagar. También escribo para los que se han creído la acusación nacional-periférica, de que ‘todos los nacionalismos son iguales’.

Este es el intento de blindar sus creencias nacionalistas. Si todos los nacionalismos son iguales, ningún españolista (supuestamente nacionalista) podría, legítimamente, criticar a un nacionalista periférico. Pero no somos iguales. Cree que ladrón que todos son de su condición. La mayoría de los españoles de hoy, somos patriotas. Si fuésemos nacionalistas, como ellos, ya se habrían enterado. Y lo pasarían mal.

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ZAPATERO, EL PEOR PRESIDENTE.

El Presidente Zapatero, el peor presidente de la democracia española ( apoyado electoralmente por la mayoría de los ciudadanos) es incapaz de defender la Constitución, gracias a sus promesas irresponsables a los catalanistas para mantenerse en el poder a cualquier precio. Precio que pagamos los españoles. Igual que con la crisis económica. Sus mentiras y su incapacidad para afrontar reformas estructurales lo pagamos los ciudadanos, con mayor pobreza y subida de impuestos. Aunque hace menos de dos meses aseguró por televisión que no los subiría. Pero las ovejas, perdón, los ciudadanos, no parecen tomarlo en cuenta.

Es lo peor que nos podía pasar. Un socialista que no sabe cuál es su patria. Pero los demás sí lo saben. Sólo queda esperar que en vez de populacho tengamos ciudadanía.

Sebastián Urbina.


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