Actualizado Domingo , 24-01-10 a las 11 : 30
Sentarse a hablar con George Friedman o a leer su libro «Los próximos cien años» (que publicará Destino), es como darse con un martillo en la cabeza. Imagínese que todo lo que le han contado del mundo en los últimos cuarenta años resultase que es una falacia. Sus análisis, sus predicciones son una llamada a la insurrección contra las ideas recibidas, el pensamiento acomodado o los clichés con que nos hemos habituado a catalogar la realidad.
—En su libro se lee que la guerra de EE.UU. contra Al Qaida está casi acabada y que la edad de oro de América no ha hecho más que empezar... ¿Lo cree así o lo dice para provocar?
—Los Estados Unidos se están retirando de Irak y el esfuerzo en Afganistán tiene una fecha límite. Seguirá habiendo extremismo islámico y actos terroristas, pero el gran conflicto está a punto de acabar. Al Qaida tenía un objetivo estratégico a largo plazo, que era la recreación del Califato. Para lograrlo tenían que superar las divisiones del mundo islámico y dirigir toda la animadversión hacia la que en sus términos es la mayor potencia cristiana, Estados Unidos. El objetivo estratégico de Estados Unidos era mantener dividido al islam. Y ha tenido éxito.
—¿Para cuándo el final del terrorismo, entonces?
—El terror no es algo que un buen día se acabe. Fíjese en ETA. Pero hay una gran diferencia entre hacer frente a una realidad desagradable, a un desafío político serio o a una amenaza existencial. Al Qaida no llegó a ser nunca una amenaza existencial para EE.UU., pero sí a plantear un desafío político serio. Yo creo que acabará reducido a una realidad desagradable.
—Usted vaticina que el poder chino se derrumbará y que Rusia reemergerá... sólo para perder una segunda Guerra Fría frente a EE.UU. Prevé la decadencia de Francia, Alemania y toda la Europa atlántica. Y que Polonia acaba siendo la gran mártir de una III Guerra Mundial en la que EE. UU. se enfrenta a Japón, a Turquía y quizás a Alemania... ¿La historia se repite?
—Nunca se repite al pie de la letra, pero existen fuerzas básicas que crean pautas constantes.
—¿Y qué pasa con España? Tras estar ausente de las dos primeras guerras, ¿también lo estará de la tercera?
—Entre España y Portugal pusieron las bases del sistema global que conocemos. Luego España perdió su momento. Entre la subordinación a otros y el encierro en sí misma bajo regímenes como el de Franco, España devino una víctima histórica y no un actor histórico. La decisión de unirse a la Unión Europea perpetúa esta tradición. Hoy en día el destino de España está en manos de sus socios europeos. España hizo una vez historia, hoy se contenta con ganarse la vida.
—Siendo José María Aznar presidente, España se alineó con Estados Unidos como nunca y apoyó la guerra de Irak. ¿Aznar acertó o se equivocó?
—Yo creo que Aznar entendió los peligros de la excesiva dependencia de sus socios europeos y trató de buscar un contrapeso. El problema es que EE. UU. es una nación mucho más activa que Francia o Alemania, entonces es un socio que exige mucho más. Y los españoles no se sentían cómodos con lo que los Estados Unidos les pedían.
—Después del 11-M el Partido Popular perdió las elecciones y las ganó José Luis Rodríguez Zapatero, famoso por no levantarse al paso de la bandera americana en un desfile...
—El actual presidente español tomó la decisión de alinearse con el bloque franco-alemán antes que con EE. UU., buscando beneficios económicos sin coste militar. Pero la actual crisis plantea la cuestión de si la UE puede atender las necesidades de España o si exigirá la subordinación de los intereses españoles a los de Alemania. Si el bloque franco-alemán no ayuda a resolver los problemas de España, entonces el presidente español se ha equivocado. La economía estadounidense es mucho más dinámica que la francesa y la alemana y puede abrirse de par en par a sus aliados... Sobre lo de que su presidente no se quiso levantar al paso de la bandera americana, déjeme decirle una cosa: es la primera noticia que tengo. A veces los gobernantes europeos hacen grandes gestos de desprecio hacia los Estados Unidos de los que nosotros no llegamos ni a enterarnos. Son cosas de estricto consumo interno.
—Usted describe una Tercera Guerra Mundial con Estados Unidos controlando el mundo con «Estrellas de batalla» en el espacio, que serían atacadas por Japón desde la Luna, una especie de cruce entre Pearl Harbor y la Guerra de las Galaxias...
—Si usted hubiese vivido en 1900 y alguien le hubiera descrito la Segunda Guerra Mundial también le habría parecido de ciencia-ficción.
—En un momento en que muchos americanos parecen avergonzarse de la tradición militarista de Estados Unidos, usted reivindica que este país se hizo fuerte gracias a las guerras.
—No estoy tan seguro de que muchos americanos se avergüencen. Considere estas cifras: en EE. UU. 23 millones de personas sirven en el Ejército. Asuma que cada una de esas personas tiene por lo menos un padre, un cónyuge, un hijo. Esto significa que más de 90 millones de americanos tienen un vínculo personal con las fuerzas armadas. Yo mismo tengo una hija que sirvió dos veces en Irak con la Primera División de Caballería y un hijo en la Fuerza Aérea. Hay sitios muy concretos donde el servicio militar es y se ve raro, como Manhattan o las universidades, pero la tradición militar está profundamente incardinada en nuestra cultura. Para nosotros es motivo de respeto. Eso es algo que muchos europeos no entienden.
—¿Cree usted que George W. Bush ha sido injustamente demonizado?
—Bush no esperaba que toda su presidencia quedara definida por Al Qaida. Buscó una respuesta y la tuvo que buscar sin tener idea real de las capacidades o las intenciones de Al Qaida. Hubo fallos masivos de inteligencia. Todas las opciones que el presidente tenía eran malas. Sus decisiones también tenían que serlo. Y pagó por eso. La cuestión que yo siempre planteo a los críticos con la guerra de Irak es: ¿qué habrían hecho ellos? Yo sospecho que cualquiera que hubiera tenido la mala suerte de ser presidente en 2001 habría hecho más o menos lo mismo.
—¿Se considera usted un patriota?
—Lo que me pregunta es si es posible ser un patriota y a la vez pensar objetiva y críticamente sobre el mundo y tu propio país. Es lo que yo trato de hacer con este libro. (Anna Grau/ABC)
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