domingo, 13 de marzo de 2016

DESPRECIABLES SOCIALISTAS


 (¿Hace falta más? Los socialistas partidarios de romper la soberanía nacional tienen todo mi desprecio. 

Y también los socialistas que se callan y miran para otro lado. 


Ya es hora de mirar de frente a los problemas. Si esto es el socialismo es mejor que se hunda.)


 DESPRECIABLES SOCIALISTAS.
'La consulta es una necesidad'

Núria Parlon, dirigente del PSC, a favor de romper la soberanía nacional.

La viceprimera secretaria de los socialistas catalanes ha apelado a trabajar para lograr referéndum vinculante, en un debate de la organización separatista Òmnium Cultural. (La Gaceta)





(¿ES POSIBLE TANTA MISERIA?)

''Pedro Sánchez prefiere pactar con un amigo de la ETA o la ETA misma antes que con el PP''.

Columna en 'El Mundo', F. JIménez Losantos, 05-03-2016

 

 (Y su correa de transmisión sindical ...)

 

El nuevo líder de UGT: "La catalanofobia no funciona".

Josep María Álvarez sustituye a Méndez como secretario general del sindicato. El asturiano, líder de UGT-Cataluña, partidario del "derecho a decidir". (ld)

 

 

 

 CATALANOFOBIA.
A muchos españoles les habría gustado que el reciente congreso de la UGT hubiese sido el de la regeneración ética y política de un sindicato agujereado por la corrupción y las prácticas clientelistas de su hipertrofiado aparato de poder.

 En vez de eso -apenas una breve y abstracta autocrítica del líder saliente, Cándido Méndez-, la nueva dirección ha orillado el debate renovador para autoproclamarse fruto de una «derrota de la catalanofobia», ya que el flamante secretario general es abierto partidario de un referéndum de autodeterminación para Cataluña.

 Según el emigrado asturiano Josep María -antes Pepe- Álvarez son catalanófobos, pues, todos aquellos compañeros que no lo han votado y desde luego los millones de ciudadanos opuestos a la consulta soberanista: una propuesta que atenta contra la igualdad de los españoles al quebrar el concepto de soberanía nacional conjunta. He aquí el retrato del estereotipo victimista del nacionalismo, que tilda de catalanofobia el deseo afectivo, político y social de que Cataluña siga formando parte de un proyecto civil compartido.
Catalanófobos son para el líder de UGT los trabajadores que se oponen a la ruptura unilateral de la solidaridad del Estado
Bajo los 26 años de mandato de Álvarez, todo un paradigma de renovación y desapego, la UGT catalana ha abandonado la tradicional identidad integradora ligada al origen migrante de muchos de sus afiliados para volcarse en respaldo de las tesis nacionalistas; actualmente tiene a dos dirigentes en el Gabinete independentista de Puigdemont y a bastantes más en cargos administrativos. El propio Álvarez, aunque no se declara favorable a la secesión, se manifiesta en sintonía con el resto de las reclamaciones del soberanismo, que pasan esencialmente por disminuir la aportación de Cataluña al Estado.

Entre otras la contribución fiscal gracias a la que se pagan los subsidios de los parados andaluces, extremeños o gallegos, a los que debería revelar cuanto antes que son catalanófobos sin saberlo. Y ya de paso convencerlos de que es la solidaridad de clase la que le impulsa a postular la modificación de los mecanismos igualitarios que garantizan la cohesión de los servicios sociales.

Estaría bien que, dada su convicción sobre la conveniencia de preguntar a los catalanes si desean continuar en España, el nuevo líder ugetista efectuase también una consulta al respecto entre los militantes de la organización entera. Siquiera sin efectos vinculantes, sólo para saber qué opinan los trabajadores sobre el presunto derecho a decidir de un sujeto político soberano exclusivo de los ciudadanos de Cataluña.

O sobre la posibilidad de que tengan que sacar el pasaporte para ir a ver a sus nietos en la periferia de Barcelona. O sobre la desconexión de las empresas catalanas de la caja común de pensiones. Y que les explique, si puede, que el máximo dirigente de un sindicato de izquierdas no siente contradicción ideológica alguna por empatizar con una rebelión -esa sí xenófoba- de ricos contra pobres.

(Ignacio Camacho/ABC) 

 

 

 A QUIÉN LE FUNCIONA LA CATALANOFOBIA.

El nuevo secretario general de la UGT, Josep María Álvarez, hizo saber después de su elección que estaba orgulloso de que UGT sea "la primera organización del Estado en que la catalanofobia no funciona". Le habían elegido a él y no al salmantino Miguel Ángel Cilleros. ¿Se podría decir que en UGT ha funcionado la castellanofobia? Paparruchas, respondería a buen seguro el propio Álvarez, pese a que está dispuesto a creer en una paparrucha de igual calibre. 

Pero hay un dato que se le ha escapado al sindicalista. La UGT no es la primera organización del Estado (ante todo, no digamos España) donde la paparrucha no funciona. Justo al otro lado de la mesa, en la patronal, en la CEOE, tiene a un señor de Barcelona de presidente desde diciembre de 2010. Y seguiríamos por ahí, si no fuera una pérdida de tiempo.

Sólo una vuelta más a esa tuerca, porque hay una posibilidad inquietante. Igual nos está diciendo Álvarez que el PSOE, por referirnos a un partido afín a la UGT, rechazó por pura catalanofobia a Carme Chacón en el Congreso que ganó Rubalcaba en 2012; que, en cambio, la maldita fobia no funcionó cuando el partido eligió a Borrrell en 1998, y que volvió a estar operativa a los pocos meses, al verse obligado a dimitir el catalán que había sido ministro de Hacienda. Bueno, un catalán al que Jordi Pujol le dijo: 

"Usted no es catalán, usted ha nacido en Cataluña". Pero sospecho que el criterio con el que Álvarez mide la catalanofobia de las organizaciones estatales no es tan sencillo como parece. El quid no está en si una organización elige o no elige a un catalán. Es peor.

Como el rasgo diferencial de Álvarez respecto a otros miembros de su sindicato es que está a favor del llamado derecho a decidir de los catalanes, se deduce que la aceptación o no de tal derecho es la cuestión determinante. Si lo aceptas eres normal, si no lo aceptas eres catalanófobo. Puede que Álvarez no esté de acuerdo con el reparto de credenciales de catalanidad establecido por el nacionalismo, según el cual quien no es nacionalista no es catalán, pero su filtro de catalanofobia pertenece al mismo juego de enseres domésticos. Uno de los problemas democráticos del nacionalismo está precisamente ahí: hace depender la condición de ciudadano de su identificación con una doctrina política. Con una doctrina identitaria. Así, los no nacionalistas o no son catalanes o son anticatalanes. De modo similar, por cierto, a como la dictadura franquista declaraba antiespañoles a sus oponentes.

A quienes sí les funciona la catalanofobia es a los nacionalistas. Por eso no dejan de mentarla. Para intentar convencer a una parte de los catalanes de que son odiados por el resto de los españoles. 

Para persuadirlos de que son víctimas de un maltrato secular por parte de España. Para justificar la ruptura como pura reacción de supervivencia a los continuos atropellos y abusos que una malvada y torva España inflige a Cataluña. De paso, aunque no es asunto menor, agitar el espantajo de la catalanofobia permite al nacionalismo un doble encubrimiento. Sirve de tapadera a su práctica de instigar el odio a lo español y enmascara el sustrato supremacista del nacionalismo. Lo enmascara y al tiempo lo revela. ¿Qué otra cosa podría sustentar esa fobia que denuncia si no es la envidia por la superioridad de los catalanes?

He conocido a catalanes que creen que la catalanofobia existe por algo que les dijeron en un taxi o en un bar en Madrid. O porque les rayaron el coche con matrícula de Barcelona cuando estaban en Lugo, por ejemplo. Yo les podría contar de la fobia que les tenían a los madrileños hace décadas los chavales de mi ciudad, sólo porque venían de la capital y parecían muy chulitos. Todo este anecdotario es poco serio. 

Pero me da que Álvarez no puede ofrecer muchas más pruebas de la existencia de las meigas. Aparte, claro, de su convicción de que defender el derecho a decidir de todos los españoles es signo inequívoco de aversión a los catalanes.

(Cristina Losada/ld.)


 PEDRO SÁNCHEZ Y EL NACIONALISMO ESPAÑOL.


Ni con España ni contra España. El PSOE, siempre a medio camino, en la más estricta equidistancia. Es curioso el problema que tienen los socialistas, mande quien mande en Ferraz, con el sustantivo España. A mí me evoca el guión de El ángel exterminador, la película de Buñuel. Recuérdese, los invitados a una fiesta que se celebra en un suntuoso palacete, personas muy principales e influyentes todas, no se atreven a traspasar la puerta de salida una vez finalizado el convite. 

Convertidos de pronto en rehenes permanentes de una casa que no es la suya, ocuparán el resto de sus vidas en engañarse a sí mismos y a los demás para racionalizar ese miedo absurdo. Sus energías se gastarán a partir de entonces en un empeño inútil por encubrir el pánico a atravesar la línea imaginaria que los separa de la calle. Nunca osarán dar el paso. Preferirán morir antes. Así el PSOE con la cuestión nacionalista.

Algo, esa patología tan suya, que les obliga, como ayer mismo en las Cortes, a sacar de tanto en tanto el placebo del federalismo para intentar tener contentos a los separatistas catalanes. Empeño perfectamente inútil, por lo demás. Ese viejo y manido cuento del federalismo que Jiménez de Asúa llamó el "fetichismo de un nombre" durante las constituyentes de la República. Porque no otra cosa más que pura charlatanería huera encierra el afán de los socialistas por convertir en una federación de iure a un país, España, que ya lo es de facto. Es lo más parecido a un impulso pavloviano: en cuanto un socialista con mando en plaza oye la palabra España, al instante le entra el pánico escénico por temor a ser confundido con un nacionalista español. Ese ha sido, de hecho, el supremo triunfo histórico de los micronacionalistas periféricos: lograr que la izquierda toda haya interiorizado la falacia de que cualquier repudio del nacionalismo solo puede proceder de otro nacionalismo simétrico y opuesto.

Una falacia absoluta, por cuanto ni Ciudadanos ni tampoco el Partido Popular mantienen la menor promiscuidad intelectual con los restos, por ventura marginales, de la mugre retórica franquista que desacreditó, acaso para siempre, al nacionalismo español. El repudio radical, sin paliativos ni medias tintas, del nacionalismo catalán, la nausea moral ante esa doctrina egoísta y miserable que azuza los instinto más bajos y mezquinos de la condición humana no puede caer en la mima tara que denuncia. Porque lo contrario de un nacionalismo no puede ser, bajo ningún concepto, otro nacionalismo. 

Lo contrario de un nacionalista, igual catalán que español, no es otro nacionalista, igual catalán que español, sino un patriota. Y un patriota ama a su país tal como es, no como a él le gustaría que fuese tras forzarlo a pasar por la cama de Procusto. De ahí que los patriotas españoles no nos escandalicemos nunca cuando, por ejemplo, un diputado utiliza la lengua catalana en la tribuna del Congreso de los Diputados. Pierda el miedo y atrévase a traspasar la puerta de una vez, Sánchez. Sea valiente. Usted puede.

(José Garcia Dominguez/ld) 







Pedro Sánchez y Carles Puigdemont.
EP (PD)

Chulo irascible con Rajoy, untuoso buenrollismo con los separatistas.

POR JUAN VELARDE. La doble y sectaria alma del socialista. - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/jose-garcia-dominguez/pedro-sanchez-y-el-nacionalismo-espanol-78420/ - Seguir leyendo: http://www.libertaddigital.com/opinion/cristina-losada/a-quien-le-funciona-la-catalanofobia-78412/

 

 EL DIÁLOGO COMO OBJETIVO.

16/03/2016 09:05

Alguien debería explicarle al joven Sánchez que no es el presidente del Gobierno y que no lo va a ser, al menos de momento. Es verdad que estuvo hábil al aprovechar el rechazo de Rajoy para postularse él en su lugar, aunque le faltara para la investidura lo mismo que a Rajoy: una mayoría absoluta en la primera convocatoria o una suficiente en la segunda. 

Alguien debería explicarle también que la suya es la única investidura fracasada en 39 años de democracia en España. 


Alguien, aunque sea Luena, debería alertarle del peligro que tienen iniciativas como la que desarrolló ayer al visitar a domicilio al presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont.

No parece que ayer comprometiera el pundonoroso candidato colaboración en el referéndum que es para su interlocutor un deseo irrenunciable. Tampoco le pidió explícitamente la abstención para una hipotética investidura posterior, como si la esencia de la democracia fuera presentar a Sánchez hasta que salga.

El portavoz Girauta ha matizado el mosqueo de C's con el PSOE con una excelente metonimia: «No vamos a romper el pacto por un viaje a Barcelona». Ni vamos a criticar a Carod-Rovira por que se fuera a comer una paella a Perpiñán. 

Naturalmente. Hacer viajes a Barcelona es una experiencia muy recomendable para cualquier español, sin excluir al secretario general del PSOE. Otra cosa es el diálogo con tipos que niegan la soberanía del pueblo español sobre una parte de España, que consideran que la democracia es compatible con la ignorancia de la Ley y con la desobediencia a los tribunales. 

 Albert debería haber insistido en acompañar a Pedro como garantía de que la conversación no traspasaba la frontera de la legalidad.

«Lo vamos a intentar todo siempre que esté dentro de la legalidad», dijo ayer el joven Sánchez. El problema es que Pedro Sánchez se explica como si la violación de la Ley fuera un riesgo futuro y no una certidumbre del pasado en Carles Puigdemont y su antecesor, Artur Mas

Sánchez cree que entre Cataluña y España hay un problema creado por Mariano Rajoy, que es el culpable de la falta de comunicación y diálogo. ¿Y el Rey? Felipe VI se negó a recibir a la presidenta del Parlamento de Cataluña para comunicarle la investidura de Puigdemont. ¿Cree Pedro que el Rey de España no es un hombre partidario del diálogo y que es su función enmendarle la plana? 

En este parvulario en que se ha convertido la política española, los medios puramente instrumentales (el diálogo para llegar a acuerdos) se han convertido en objetivos, comiéndose por el camino lo que sí debería ser la primera obligación de todo gobernante: guardar y hacer guardar la Ley.

El hombre al que ayer visitó el aspirante Sánchez está violando la Constitución mediante el desarrollo de las tres leyes de la desconexión. Todo empezó en noviembre de 2003 cuando un aspirante como Sánchez dijo: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña». Y el pobre Pedro, que le prometió ¡otro Estatuto! al gran Rufián, cree que lo que falta es diálogo.

(Santiago González/El Mundo) 









 LA CRÍA DEL CUERVO.

Dentro de su tónica de ir por el mundo armado de una permanente sonrisa y de una total ausencia de convicciones, el Secretario General del PSOE y candidato raté a la Presidencia del Gobierno se ha reunido con el bachiller Puigdemont, jefe del Ejecutivo catalán por la gracia de la Constitución que se propone liquidar y que Pedro Sánchez sueña con reformar para que España sea sólo una ficción sobre el papel. Por tanto, es obvio que dos personajes de tal fuste intelectual y político tuviesen muchas cosas de las que hablar en aras del interés general de la Nación desfalleciente y de la nacioncilla inventada. 

Las declaraciones del líder socialista a la salida de la hora de constructiva conversación resultarían alarmantes si no fuera porque nuestra capacidad de asombro está ya prácticamente agotada. El dinámico aspirante a La Moncloa soltó la frase siguiente: “Puigdemont quiere votar para romper. Nosotros lo contrario, acordar y luego votar. Queremos que la sociedad catalana vote primero la Constitución, luego la relación de Cataluña con el Estado español”.

Aunque estamos acostumbrados a que el forcejeo de nuestros políticos con el Diccionario de la Real Academia y con la sintaxis no sea precisamente fluido, analicemos las palabras de Pedro Sánchez sobre la hipótesis optimista de que entiende el significado de los vocablos que emite y que domina la estructura lógica de la comunicación verbal. La clave interpretativa de su aserto está en el adverbio “luego”. 

Con la loable intención de solucionar el problema independentista nos propone una reforma de la Constitución que no precisa, pero que se infiere avanzaría en dirección confederal, por lo menos en lo relativo a Cataluña, y una vez aprobada ésta por el pueblo español en su conjunto, posteriormente tendría lugar una consulta a la sociedad catalana, es decir, un referendo ceñido exclusivamente a los residentes en esa Comunidad para decidir -¿autodeterminación?- en el marco de la nueva Ley de leyes, que así lo permitiría, el tipo de vínculo o de supresión del vínculo de Cataluña con el resto de España. En otras palabras, que dado que la Carta Magna actualmente vigente no contempla el derecho de secesión de ningún territorio, se cambia primero este molesto detalle para después celebrar el susodicho referendo ahora sí amparado por el ordenamiento básico.


No cabe duda que la voluntad de diálogo de Pedro Sánchez con el máximo representante ordinario del Estado en Cataluña, al que pagamos entre todos para que se pueda dedicar cómodamente a acabar con la soberanía nacional que es la base de nuestros derechos y libertades, ha quedado manifiestamente probada tras este cordial encuentro. De hecho, lo que le ha venido a sugerir es que no acabe con España como Nación a las bravas, sino que facilite su investidura como Presidente del Gobierno, que ya se encargará él de que lo pueda hacer tranquilamente y sin romper la vajilla.  De la ley a la ley, como enunció magistralmente Torcuato Fernández Miranda, pero con una diferencia, que el sagaz estadista asturiano diseñó un procedimiento para fortalecer España como proyecto colectivo, mientras que el chisgarabís madrileño que hoy rige los destinos del socialismo español pretende facilitar su fragmentación. Y es que, por mucho que les pese a los igualitaristas dirigentes de Podemos, todavía hay clases.

Otra aportación significativa del contacto bilateral del pasado 15 de Marzo es la buena disposición del Secretario General del PSOE a negociar con los independentistas sobre la base de los veintitrés puntos que el políticamente extinto Artur Mas presentó a Rajoy en su momento.

 Esencialmente, lo que Mas le vino a exigir al ahora Presidente en funciones y entonces en activo, fue un estatus diferenciado para Cataluña que haría de ella en la práctica un Estado Libre Asociado en los terrenos fiscal, competencial e institucional. A todo ello se ha mostrado dispuesto Pedro Sánchez a ser receptivo demostrando por enésima vez que las cúpulas de los dos grandes partidos todavía no se han enterado de que la técnica del apaciguamiento mediante concesiones no funciona con los separatistas y, francamente, si no lo han hecho a estas alturas de la descomposición patria es que no lo harán nunca.

No parece que Sánchez, al igual que Rajoy, sea hombre de profundas y sosegadas lecturas, pero al menos debería ser conocedor de nuestro rico refranero y tener presente su advertencia sobre lo que les sucede a los que crían cuervos que, aparte de tener más, se quedan sin ojos.



 (Aleix Vidal Quadras/La Gaceta.)
 


 
 
Idoia Mendia (Secretaria General del PSE-EE)

El PSOE vasco ve 'muy interesante' un pacto con EH Bildu.

La secretaria general del PSE-EE asegura que "un eje entre EH Bildu, Podemos y los socialistas centrado en las políticas de izquierda podría llevar muchos beneficios al País Vasco". (La Gaceta)

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