lunes, 21 de marzo de 2016

LA ESPAÑA ANALFABETA











(Solamente una sociedad políticamente analfabeta puede seguir embobada con las promesas populistas o comunistas. Es el caso de Podemos. 



Y es el caso del líder del PSOE, Pedro Sánchez, que anhela un acuerdo político con Pablo Iglesias. Lo ha dicho repetida y públicamente. ¿A dónde va el PSOE?



¿Cómo es posible tanta estupidez? Lo dicho. Analfabetismo político. 



Se puede decir lo mismo pero más finamente. Inmadurez política. ¡Qué desgracia! Lo pagamos y lo pagaremos caro. Tanta idiotez no es gratis.


PD. Rajoy es muy penoso- y no le voto- pero no elegimos entre 'buenos y malos' sino entre 'malos y peores'.)



EL INEXPLICABLE PRESTIGIO DEL COMUNISMO EN ESPAÑA.


Hay cosas que son intelectual y moralmente inexplicables. Una de ellas es el prestigio del comunismo español entre los jóvenes y entre los no tan jóvenes después de una historia nada heroica. Hemos asistido al guillotinamiento político de Errejón y su amigo Pascual, por mano de Pablo Iglesias, con el aplauso de Teresa Rodríguez y los suyos que aún no han caído en la cuenta que serán sus cabezas las que vayan después al cesto de los despojos políticos. 

Y lo que es más sorprendente: con el silencio, real o forzoso, de las "bases" y los círculos"(al parecer muy viciados) que han visto cómo la supuesta democracia interna era sustituida por el dictado de un tigelino desenfrenado que suplantó a los indignados por sus círculos, a éstos por sus consejos, a sus consejos por su cúpula dirigente y ahora, a lo que se ve, aspira a eliminar a la cúpula -unos detrás de otros -, hasta la caligulada final. Fue precisamente Trotsky el que explicó cómo era el camino de Stalin hasta el piolet definitivo. Pero los trotskistas de hoy no han leído a su maestro.

El comunismo español que nace de una costilla enferma del PSOE, precisamente sus juventudes -la carta de Carrillo a su padre, el socialista Wenceslao Carrillo debería formar parte de un museo internacional de la infamia -, no tiene nada que ver con el comunismo italiano, ni francés ni europeo en general, donde apenas existe o está prohibido. No me refiero sólo a las matanzas de los adversarios organizadas durante la II República y durante la Guerra Civil. Me refiero a la liquidación de sus ingenuos aliados republicanos, incluso comunistas disidentes y libertarios. Recuérdese el despellejamiento y asesinato de Andreu Nin y otros dirigentes del POUM, un partido trotskista aniquilado por los amigos soviéticos de Carrillo y La Pasionaria. 


Su sumisión al estalinismo y su estrategia internacional en las vísperas de la II Guerra Mundial - se olvida interesadamente que Stalin fue socio de Hitler un tiempo, fue infame. Como lo fue su deseo de alargar la guerra para satisfacer los intereses de Stalin. Tras la Guerra Civil, hay que leer los testimonios de Federico Sánchez, El Campesino o Líster para hacerse una idea de la crueldad y la miseria de este Partido Comunista que retrató con crudeza Gregorio Morán. Como señaló, el comunismo es ya cadáver y lo que queda de él no es otra cosa que zombies podemitas mediáticos animados desde poderes de la comunicación fácilmente reconocibles.

Hace tiempo que se demostró que las ideas comunistas no tienen fundamento científico alguno, ni filosóficos ni económico, y no se las creen ni siquiera en China, donde el aún incipiente desarrollo económico y social, ha venido de la mano de las ideas capitalistas, controladas eso sí por los riquísimos dirigentes del Partido. A pesar de la caída del Muro de Berlín, qué pocos intelectuales españoles levantan la voz, escriben, muestran y enseñan, no sólo la falta de rigor de las ideas, sino el asombroso, por lo extenso, número de víctimas de diverso tipo que han causado en la historia del mundo en menos de dos siglos.


 Que sus versiones populistas actuales como la bolivariana, la evomoraliana, la castrista y otras sean alabadas cuando deberían ser intelectualmente fumigadas por la crítica racional, me resulta increíble.

 Mi admirado Félix de Azúa, con el que aprendí a decepcionarme, acaba de poner los puntos sobre las íes de sus todavía inquietantes partidarios. Ahí tienen lo de Rita Maestre. No le gusta la Iglesia, asalta una capilla legalmente concedida, profana, amenaza ("arderéis como en el 36") y humilla las creencias de los demás. Es condenada, no dimite como exige a sus adversarios en casos semejantes y encima es aplaudida. Y así una cosa detrás de otra. Quosque tandem abutere patientia nostra?
 
Para mi, la única grandeza del comunismo patrio fue contribuir a la reconciliación nacional de la transición en un diseño democrático compartido que ahora se aprestan a destruir sus herederos zombies de la mano de los astutos separatistas de derechas y ciertos estrategas islamistas. Es su carácter, como el caso del escorpión. La pregunta es: ¿Cuál es nuestro carácter?

 (Pedro de Tena/ld.)



LA CUBA COMUNISTA.

Raúl Castro se siente muy incómodo. Ese es su estado anímico frente a Barack Obama. Lo recibe con un secreto apretado en el pecho. Es una contradicción viviente. Desde hace varias décadas sabe que el sistema comunista es inherentemente improductivo. No hay ilusión ni imbecilidad que resista 58 años de desengaños.

A mediados de la década de los ochenta, Raúl envió a sus mejores oficiales a tomar cursos de gerencia en las buenas escuelas de negocios de Occidente. Conocí a alguno de ellos en España. Entonces el general pensaba que era cuestión de administración. Daban los primeros pasos para la creación del Capitalismo Militar de Estado.

Los militares, obedientes y disciplinados, conducirían bien la economía tras entender el modo en que los capitalistas manejaban sus empresas. Pocos años después, Raúl advirtió que tampoco era eso. Sus auditores descubrieron un fraude monumental de más de cien millones de dólares. Los resultados eran usualmente muy malos o mediocres.

Marx se equivocó. No había sustituto al empuje de los emprendedores y a la existencia de una economía de mercado donde los medios de producción fueran privados. La vida de su propio padre, D. Ángel Castro, lo demostraba. Llegó a Cuba desde una aldea gallega, sin un centavo, a principios del siglo XX. Cuando murió, en 1956, tenía 150 empleados y dejó en herencia más de seis millones de dólares. Hoy serían cien.

Raúl se emborrachaba todas las noches para ahogar sus convicciones.

Los militares mentían, robaban y engañaban como cualquier hijo de vecino. En esa época Raúl tomaba mucho alcohol. El aparato productivo continuaba fané y descangayao, como en el tango «Esta noche me emborracho» del maestro Santos Discépolo. Raúl se emborrachaba todas las noches. Ahogaba sus convicciones íntimas en whiskey.

En el 2006, precipitadamente, Raúl llegó a la presidencia colgado de los intestinos de su hermano Fidel. Pero ni siquiera podía revelar su juicio pesimista. Tenía el gobierno, pero no el poder. Afirmó, entre apesadumbrado y desafiante, que no dirigía la revolución para enterrarla. Se acogía a la terca máxima española: sostenella y no enmendalla. Los caballeros no rectificaban. Eso era cosa de maricas.

A estas alturas sabe que sus «lineamientos» tampoco dan resultado. La producción sigue hundiéndose. Los cubanos insisten en escapar. Han diezmado la industria azucarera. Se acabará pronto el subsidio venezolano. El amigo Lula puede acabar tras la reja. Los chinos le han dado una tarjeta con el teléfono de la Cruz Roja. Lo único que funciona espléndidamente es la represión. El marxismo-leninismo y el modelo soviético eran extraordinarios fabricantes de jaulas herméticas. Sólo eso.

Nada de esto puede decírselo a Barack Obama. Raúl se callará su secreto. Musitará algunas consignas bobas sobre la soberanía y reiterará el curso gallardo de la revolución. Lo felicitará por el cambio de política, pero insistirá en el disparate totalitario del Capitalismo Militar de Estado. Está atrapado en una ratonera histórica e ideológica, sujeto a la vigilancia moral de su hermano Fidel, un personaje patológicamente terco que morirá con el régimen intacto. Al fin y al cabo, él también es un prisionero.

(Carlos Alberto Montaner/ABC)

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