jueves, 3 de marzo de 2016

NO VENGÁIS A EUROPA.










 NO VENGÁIS A EUROPA. (Unión Europea)


(Todo el mundo quiere ser bueno. Casi todo el mundo. Es mucho más bonito, ética y estéticamente, ser ‘bueno’ que mostrar las tristes limitaciones de los seres humanos. ¿Qué limitaciones?

La inmensa mayoría de los seres humanos carecemos del nivel altruista de, por ejemplo, Teresa de Calcuta y otros seres fuera de lo común. Esto es un hecho. Por tanto, las exigencias de altruismo que lanzan los políticos- queda mucho mejor un discurso ‘buenista’ que uno realista- se topan, en algún momento, con resistencias. De momento pacíficas.

¿Qué significa esto? Que la inmensa mayoría de las personas tenemos sentimientos altruistas que llegan a un cierto e indeterminado nivel. Pasado este difuso listón, empiezan los problemas. Inicialmente las protestas son pocas y pacíficas pero a medida que aumenta el problema- en este caso, aumenta la entrada de refugiados e inmigrantes- las protestas empiezan a cambiar de tono.

¿Por qué? Porque mucha gente siente miedo e inseguridad ante unos acontecimientos que ni ellos ni los políticos controlan. Si todos- o casi todos- fuésemos como Teresa de Calcuta esto no sería un problema. Porque estas personas excepcionales viven para los demás. Pero son una excepción. Y los políticos no pueden convertir la excepción en regla.

Esto explica que en unos cuatro años, más o menos, los discursos de los políticos hayan cambiado. Lo que antes era racista y xenófobo ya no lo es. Además, no sirve de nada subir el listón ético- desde la sinceridad o la hipocresía- y recriminar a todo el mundo lo malo que es. E insultar a diestro y siniestro por no alcanzar los niveles éticos que yo exijo a todos los demás. ¡Fachas, que sois todos unos fachas!

Finalmente, este problema- como tantos otros- se puede enfocar desde una perspectiva ética o política. Los políticos no pueden hacer de ‘Papas’. El Papa es coherente con su papel religioso. ‘Abrir nuestros brazos con amor a los que vienen de fuera’. Pero el Papa hace un alegato moral. No nos puede imponer sus soluciones por la fuerza, como pretenden hacer los políticos. 

Las soluciones políticas tienen un techo diferente al techo ético. Hay que ser conscientes de ello.)


NO VENGÁIS A EUROPA.

"Compartimos el mismo planeta. La pobreza, la delincuencia organizada, el terrorismo, el cambio climático son problemas que no entienden de fronteras nacionales. Compartimos las mismas aspiraciones y valores universales: estos últimos se van arraigando progresivamente en un número cada vez mayor de países en todo el mundo.

Compartimos "l'irréductible humain", la quintaesencia del ser humano. Más allá de nuestro país, de nuestro continente, todos formamos parte de la humanidad. Jean Monnet concluye sus memorias con las siguientes palabras: "las naciones soberanas del pasado han dejado de ser el marco en el que se pueden resolver los problemas del presente. La propia Comunidad no es sino una etapa hacia otras formas de organización del mundo del mañana".

El compromiso concreto de la Unión Europea a escala mundial está profundamente marcado por la trágica experiencia que para nuestro continente han supuesto los nacionalismos exacerbados, las guerras y la shoah, encarnación suprema de la maldad, y se inspira en nuestro deseo de evitar que vuelvan a cometerse los mismos errores. 

Es la piedra angular de nuestro enfoque multilateral de la globalización: una globalización basada en los principios hermanos de la solidaridad y la responsabilidad mundiales. Todo ello inspira el compromiso de la Unión con nuestros países vecinos y nuestros socios internacionales, de Oriente Medio a Asia, de África a las Américas".

El 10 de diciembre de 2012, en Oslo, el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy; el de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso; y el del Parlamento Europeo, Martin Schulz, recibieron en nombre de la Unión Europea el Premio Nobel de la Paz.  Las palabras arriba citadas son del discurso de Barroso, pero de las intervenciones del resto se podrían extraer frases muy similares.

Una declaración potente, elegante. Una idea de Europa, una Europa solidaria, que todos compartían y con la que es muy fácil identificarse. De unión, superación, cooperación y entendimiento. De apertura.


 En apenas cuatro años, el mensaje que ahora envía la UE al resto del mundo es precisamente el contrario: lo que importa son las fronteras nacionales. Nosotros al un lado, ellos al otro. Ese "compromiso marcado por la trágica experiencia" ya no inspira el deseo de que no se cometan los errores del pasado.
A 3 de marzo, siete países en Europa han reinstaurado controles fronterizos. Esta misma mañana, Dinamarca, tras aprobar una ley para requisar las pertenencias de los refugiados, ha notificado por carta a Bruselas que prolongará un mes más la medida para controlar el flujo migratorio.

A 3 de marzo, miles de personas duermen en campos improvisados en la frontera entre Grecia y Macedonia, con gases lacrimógenos, presión policial, frío y una falta alarmante de productos de primera necesidad.

El ministro francés Emmanuel Macron ha 'amenazado' a Reino Unido con dejar que los acampados en Calais, ahora desalojados, lleguen al país si sale de la UE, pues Londres ya no podría hacer controles en territorio galo.

En el Este, los mensajes abiertamente xenófobos se propagan por Polonia, República Checa o Eslovaquia. En este último país, la estrategia electoral del ¡socialdemócrata! Robert Fico está marcada por carteles con el lema: "Protegemos Eslovaquia", y una fortísima campaña sobre la inmigración en un Estado que la ve apenas de pasada y que en 2015 aceptó ocho  solicitudes de asilo.


Esta misma mañana, el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, ha enviado un mensaje directo a todos los inmigrantes económicos: "no vengáis a Europa’’.



 El mensaje tiene matices, por su puesto. Su tuit se dirige, en teoría, a los "inmigrantes económicos potencialmente ilegales", los que no tienen derecho a quedarse. Los que tratan de llegar a Europa por las mismas rutas que los demandantes de asilo de Siria o Irak, los únicos que ahora están siendo aceptados en la fronteras de Macedonia. Y dice: "No crean a los traficantes, ningún país europeo será un país de tránsito".

Pero la idea que subyace al tuit de Tusk, a sus declaraciones en Atenas, a las conclusiones de los últimos Consejos Europeos, de las reuniones de ministros de Interior, a las declaraciones de los ministros de Europa Central, a las leyes y las actuaciones policiales, es bastante concreto: las puertas están cerradas para todos. 

La de hoy no es una frase aislada, es la estrategia marcada desde hace meses. Y la referencia a los países "en tránsito" es una clara referencia a los refugiados que piden asilo y tratan de llegar a pie hasta Alemania. Ellos son también destinatarios del mensaje del presidente del Consejo.

Hace un año la urgencia era humanitaria y había que ayudar sin demora a millones de personas. Desde hace seis meses, la prioridad, la primera, es vigilar las fronteras.Tusk ha cambiado totalmente su forma de expresarse. Quizás no por decisión propia, sino por la asfixiante presión de numerosos países, enormemente preocupados por un problema que no han sabido o no han querido afrontar. Pero el cambio es patente.


¿Exageramos? Cuando el que recomendaba a los refugiados e inmigrantes que se quedaran en Turquía era Viktor Orbán la indignación era mayúscula. En Bruselas, en tono desafiante, el primer ministro húngaro dijo lo siguiente: "Lo importante es la responsabilidad. Ni queremos alimentar los sueños, la imaginación de la gente, la idea de que estamos dispuestos a aceptar a todo el mundo será un fallo moral. Nuestra obligación moral es dejarles claro que no deben venir, que es peligroso venir, que no podemos garantizar que vayan a ser aceptados. Turquía es un país seguro, quédense allí. Serbia es un país seguro, es mejor para su familia, para sus hijos, no vengan aquí. Nadie puede cruzar las fronteras de Europa sin que sea controlado y nadie puede dejar Hungría sin ser anotado en un registro. No pueden irrumpir en un país."

Ese Día Tusk replicó que la actitud de Orbán en defensa de los "valores cristianos" era cualquier cosa menos "cristiana". Hoy, ese mensaje suena moderado, casi razonable. En lenguaje, el clima, se ha enrarecido tanto que una afirmación de ese calibre no llama la atención. Los atentados de París, las agresiones de Fin de Año en varias ciudades de Europa, el enquistamiento político y la cercanía de elecciones (por ejemplo en Eslovaquia) han convertido Europa en territorio hostil para los refugiados. Nadie en Bruselas, en las capitales, levanta la voz llamando racistas a los racistas, intolerantes a los intolerantes ni para denunciar el peligro que supone permitir, tolerar e incluso aplaudir en privado mensajes que destrozan la idea sobre la que la UE fue fundada.

En la última Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno Orbán asistió, feliz y complacido, al desmoronamiento del plan alemán para la acogida e integración de cientos de miles de refugiados. Merkel, su diana favorita, se veía obligada a plegar velas. Su estrategia, la de los muros y los gases lacrimógenos, es la que va calando. Y cada vez más la narrativa europea le va dando la razón.

Hace medio año era un radical aunque se le reconociera un punto de razón al denunciar la pasividad deTsipras. Ahora todos los dedos apuntan a Grecia (Fico advierte que acabará sacrificada y convertida en un gigantesco hotspot donde los refugiados se quedarán esperando años antes de poder llegar a otros destinos en la UE, si es que pueden) y no a los muros. Señalan a Turquía, y no a los 26 Estados Miembros que han acogido a apenas 500 de los 160.000 demandantes de asilo que deben ser reubicados desde Grecia e Italia. Se preocupan de los centros de recogida de datos, no de los que desaparecen en las rutas terrestres.

A pesar de lo ocurrido en Afganistán, en Irak o en Siria. De las Primaveras Árabes, de dejar tirados a los socios ucranianos, de mirar para otro lado con la deriva autoritaria de Erdogan. A pesar de que el Líbano o Jordania tienen el equivalente al 20% de su población en refugiados y Europa apenas discute para aceptar un 0,11%. A pesar de todo ello, la UE del Nobel de la Paz ha metido en el cajón esa idea compartida de "l'irréductible humain", de la quintaesencia del ser humano, y ha cerrado las puertas.

"No vengan a Europa", no son bienvenidos.
 (El Mundo.)

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