A FAVOR DE LA ENERGÍA NUCLEAR.
Alberto Illán
La crisis que vive Japón ha puesto en el candelero la viabilidad de la energía nuclear. Austria, país que no tiene centrales de este tipo, se ha apresurado a pedir la revisión de los niveles de seguridad de todas las nucleares europeas. Mientras, la canciller alemana, Angela Merkel, ha anunciado de manera unilateral y sin negociar con sus dueños que cerrará todas las centrales nucleares anteriores a 1980. Los políticos, los Gobiernos, que a menudo viven influidos por lo inmediato y piensan con la mirada puesta en las siguientes elecciones, se apresuran a tomar medidas de las que luego podrían arrepentirse o retractarse. En plena crisis, no es extraño que nos planteemos los aspectos negativos de la energía nuclear, aunque si queremos tener una visión lo más objetiva posible también deberemos ver los argumentos positivos.
La energía nuclear tiene que hacer frente a un pecado original: nació como arma en plena Segunda Guerra Mundial y el temor a un holocausto atómico fue el factor decisivo por el que la Guerra Fría no se tornó caliente. Pero precisamente por eso desde un principio, y al menos en Occidente, ha tenido uno de los niveles más elevados de seguridad. La investigación y el desarrollo de la energía nuclear no sólo han permitido que el proceso de fisión sea más eficiente, sino que las instalaciones sean más seguras y que el tratamiento de los residuos sea el adecuado: reciclaje, recuperación y almacenamiento controlado. La prueba es que ha tenido que haber un terremoto de grado 9 y un tsunami tremendamente destructor para que se presenten problemas graves en una de las 11 centrales afectadas por estos fenómenos naturales.
Todos necesitamos energía. No nos planteamos cuál es su origen, pero sí nos molesta si un día damos al interruptor y no se enciende la luz. Necesitamos energía de manera instantánea y hoy no es posible almacenarla masivamente. Energías renovables como la eólica o la fotovoltaica tienen el hándicap de depender del clima y no siempre es posible tenerlas cuando se necesitan. El caso de la energía nuclear es el opuesto. Salvo que haya una parada programada o extraordinaria, los reactores están funcionando continuamente, suministrando energía cuando la necesitamos.
La nuclear es, de todas las fuentes energéticas, la más barata. El coste del MWh es de 35 euros, frente a los 60 para el ciclo combinado, 80 para la eólica y 400 euros para la fotovoltaica. Que la política energética del Gobierno de Zapatero haya dado la falsa sensación de que las renovables son rentables a base de subvenciones no evita que, en la comparativa de costes, estas últimas demuestren que aún no están maduras.
El suministro de uranio es mucho más estable que el de petróleo o de gas natural. Los principales productores mundiales son Australia y Canadá, que generan el 50%. Ambos son países mucho menos conflictivos que los principales productores de hidrocarburos. Los demandantes no tienen que hacer frente a organizaciones como la OPEP, que no duda en controlar la oferta de acuerdo a sus necesidades u objetivos. En definitiva, no tienen que remar en las procelosas aguas de la geoestrategia. Pero es que, además, el coste del combustible sólo representa el 19% del coste de la energía producida, frente al 70% en el caso del gas. Esto hace que las fluctuaciones de los precios de la materia prima no tengan tanto peso sobre el coste final como en el caso de los hidrocarburos.
De momento, la energía nuclear es la única que incorpora al coste inicial todas las posibles externalidades. Esto se traduce en que una vez que la central nuclear ha terminado su ciclo de vida, este coste ya ha incluido el desmantelamiento, el transporte y almacenamiento de los elementos más peligrosos así como el control de la emisión de gases y líquidos. De nuevo se demuestra que la seguridad es uno de los principales pilares de la industria nuclear.
La escasa producción de dióxido de carbono, CO2, la convierte en una energía óptima para los partidarios de limitar los gases de efecto invernadero. La fisión atómica es un proceso que no produce este gas, pero la construcción y el desmantelamiento sí lo hacen, exactamente igual que las instalaciones de generación de las energías renovables. La energía nuclear produce entre 9 y 100 gramos de CO2 por kWh, un rango de magnitud muy parecido a los 11 a 75 de la eólica o la fotovoltaica y menor de los 2 a 410 que produce la hidroeléctrica. En cuanto a volumen de residuos, la energía nuclear sólo produce el 0,05% de los que se generan en España.
Rechazar la energía nuclear es una locura. Pese a que mejoremos nuestra eficiencia energética, que las políticas de ahorro empiecen a ser eficaces, que los ciudadanos gastemos menos voluntariamente o nos obliguen a contener nuestro gasto energético, cada vez somos más y cada vez necesitaremos más energía. Sólo queda aprender y mejorar. (La Gaceta)
*Alberto Illán es ingeniero y autor del libro ‘Energía Nuclear. Breve historia de una polémica'.
2 comentarios:
Muy bonito, pero ¿por qué será que de los residuos nucleares este señor no dice nada de nada?
20110316 -Sebastián, en este mundillo cada cual arrima el ascua a su sardina. La energía nuclear de FISIÓN, por mucho que se empeñen los LOBBIES internacionales de la energía atómica y los mayores financieros internacionales que son los que están realmente detrás del negocio, no es la panacea energética de la humanidad. Pues ni es lo barata que se nos quiere hacer creer, si sumamos los costes generales desde que se compra el material fisible, hasta que se extingue el potencial DESTRUCTIVO de este para el medio ambiente y la vida o la salud de las personas. Ni es lo segura para nuestro medio ambiente o nuestra salud, como intentan hacernos creer así mismo estos LOBBIES.
Siento de verdad que este no sea el sitio ni el momento para tratar el tema en profundidad, pero si Dios quiere pienso llevarlo al futuro FORO de la nueva web, del MOVIMIENTO REGENERACIONISTA ESPAÑOL, como entrada, para que podamos tratar los pros y los contras desde un punto de vista económico y de salud pública, pues parece ser que últimamente estamos revirtiendo las prioridades humanitarias que deben de regir en cualquier sociedad humana, en arras de la eficiencia económica de las inversiones del capitalismo más salvaje, y del bolsillo del contribuyente ególatra, que lo único que quiere y le interesa es poder consumir indiscriminadamente y llevar un tren de vida incompatible de momento con las leyes de la naturaleza.
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