MIRANDO HACIA
ATRÁS.
De cada vez son más frecuentes las fiestas patronales en las que se baila
el baile folclórico popular, se cuentan cuentos tradicionales, se exhibe la
artesanía del lugar, y se lucen trajes antiguos. Por no hablar de las recetas
de cocina de la abuela. Por unas horas, podemos trasladarnos a un pasado del
que nos sentimos parte, gracias a una puesta en escena que rememora un remoto
ayer. Un tiempo pasado que roza la
mitificación. Y no por casualidad. Los medios de difusión suelen recrearse en
estas exhibiciones de la tradición. Y los partidos políticos también. La
influencia de los nacionalismos, que es transversal, no es ajena a lo que digo.
Podemos cerrar los ojos y, por un instante, ver a campesinos que trabajan
felices, rodeados de animales que les proporcionan el sustento. Campos de mies,
campos de perdices y codornices. Cena junto a la lumbre, después de un día de
trabajo. Paz, calidez, silencio acompañado.
Pero estas buenas y agradables costumbres pueden tener su lado negativo. El
de pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Agobiados por la prisa actual,
solitarios en medio del gentío, podemos creer que hay que volver la vista
atrás. ¿Para qué? Para conseguir tranquilidad, paz, sosiego. Para ‘sentirse en
casa’, lo que implica, habitualmente, un fuerte y excluyente sentimiento de
pertenencia a un grupo más o menos numeroso, que tiene, o se supone, un pasado
común. Del que, supuestamente, formamos parte. Desde hace siglos. O más. Un pasado que se pierde en la noche de los
tiempos.
Pero tener un fuerte y excluyente sentimiento de pertenencia, puede
plantear serios problemas. Recordemos el eslogan (que también se puede decir en
chino): ‘siau qui sou’. O sea, ‘sed quien sois’. Eso digo yo. ¿Quién sois? Una
parte del grupo, de la tribu, que es lo realmente importante. ¿Qué pasa con los
que no comparten este fuerte sentimiento tribal? Aunque no hay necesidad
teórica de que sea así, en la práctica es habitual que sean marginados. Es
decir, los que no comulgan con este fuerte y excluyente sentimiento de
pertenencia a una tribu, son considerados, al menos de hecho, como ciudadanos
de segunda. Para pasar más a lo concreto, se trata de ‘charnegos’, ‘maketos’ y
similares.
Si usted crea el ‘nativo de pata negra’, (pregunten a los catalanistas cómo
se hace) aparecerán ciudadanos de segunda. No falla. Los ‘territorios
comanches’ son expertos.
Cuando esto sucede, y sucede, tenemos un serio problema. Al menos si
pretendemos vivir en una sociedad democrática que respeta las libertades
individuales, que respeta la dignidad individual. Basta recordar lo que ha
sucedido, en España, durante los últimos treinta años, más o menos.
Dado que la existencia de ‘ciudadanos de segunda’ es incompatible con la
democracia, hay que negar su existencia, que es lo que se ha hecho y lo que se
hace. Por supuesto, la solución debería ser otra. Eliminar las condiciones que
permiten la existencia de ‘ciudadanos de segunda’. Pero esto iría en contra de
la ideología que ampara estos fuertes y excluyentes sentimientos de pertenencia.
Es decir, la ideología nacionalista.
¿Cuál es la consecuencia de negar esta incómoda realidad, la de los
‘charnegos’, ‘maketos’ y críticos, en general? La mentira sistemática y la
manipulación de las conciencias.
Imagino que el lector lo recuerda pero, en cualquier caso, yo sí lo
recuerdo perfectamente. Durante décadas ha habido (y sigue habiendo, aunque ya
de forma no tan dominante) una cultura política antinacional española.
Cualquiera sabe que no ha sido de buen tono decir ‘España’, o agitar la bandera
española, o tararear el himno nacional. Uno se expone a ser llamado ‘facha’.
En cambio, ha sido ‘progresista’ apoyar cualquier manifestación a favor de
la ‘nación catalana’ o la ‘nación vasca’. Durante décadas, los nacionalistas (o
sea, los separatistas antiespañoles) han tenido bula para hacer y decir lo que
quisieran. Los reproches, o críticas, a su comportamiento era (y todavía es,
aunque más débilmente que antes) considerado como ‘españolismo rancio’,
‘franquismo nostálgico’, ‘centralismo reaccionario’ y otras profundas
reflexiones de la izquierda y sus primos hermanos, los nacionalistas.
Generalmente era así, y sigue siéndolo. La derecha, por simplificar, ha seguido
(y, en buena parte, sigue) con los patéticos complejos de siempre. Esquivando
el debate ideológico y con los pantalones a la altura de la rodilla.
¿Qué consecuencias nos ha traído la estúpida (por ser suave) inacción de
los dos grandes partidos frente a los abusos, chantajes y desprecios de las
minorías separatistas? Una de las consecuencias la tenemos en el anuncio
público de un ilegal referéndum soberanista (sin contar el de Ibarretxe), por
parte del Presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas. Y que los primos
hermanos de los terroristas de ETA estén, con el cariñoso abrazo del Tribunal
Constitucional, en las instituciones democráticas. Ha sido una jugada perfecta.
Están a punto de desmembrar a España y los dos grandes partidos les han estado
ayudando durante más de treinta años. Y con nuestros dineros. ‘Estúpidos’ es
poco. Lo sé.
Pero ahora quería referirme a otro aspecto, aunque relacionado. Que una
sociedad mire al pasado, con embeleso, es preocupante.
No se trata de despreciar el pasado o la tradición. Se trata de analizar
críticamente nuestras tradiciones. Ni arrodillarnos ante ellas, ni depreciarlas
sin más. Por tanto, este seguimiento ovejuno es una muestra de enfermedad. Yo
diría que es la ‘enfermedad identitaria’. ¿Cómo ha sido posible?
Sugiero que la crisis de algunos valores importantes ha favorecido esta
situación. Dado que ya no hay verdades, todo es relativo. Sólo hay ‘mi verdad,
tu verdad, su verdad...’. Tampoco la
cultura del esfuerzo tiene buena prensa. O la disciplina, la responsabilidad.
Todo esto es de derechas. O sea, fuera.
Lo bueno es divertirse. A vivir, que son dos días. Además, nuestra cultura
occidental es opresiva e imperialista. Sin embargo, frente a esta arrogancia
occidental, debemos proclamar que todos somos iguales. De ahí que la LOGSE
desprecie (o minusvalore) la excelencia. Otro rasgo elitista de derechas, por
supuesto. Por tanto, la aspiración progresista es la igualdad en los
resultados. No destaques, que puedes ofender a los demás. Iguales a la baja,
como nos recuerdan los informes PISA. Otra nefasta consecuencia de esta
igualdad igualitaria es que todas las culturas sean igualmente respetables. Con
otras palabras, multiculturalismo. Si usted saja el clítoris a las niñas, no
hay nada criticable. Es su cultura, y todas las culturas son respetables.
¿Quién es usted, blanco opresor e imperialista, para decir a los demás lo que
tienen que hacer?
En resumen, relativismo, hedonismo y multiculturalismo son las tres bombas
de relojería que nos faltan para demoler el edificio, que ya han agrietado los
nacionalistas y la izquierda anticapitalista, antisistema y compañeros de
viaje. Todo esto, con la mirada atónita del PP, que sigue centrado en el precio
de la leche. Quería decir en la gestión económica. O sea, nada de debate
ideológico. Podríamos molestar.
Y con todo este panorama, de crisis económica, institucional y moral ¿qué
hacer? Botellón y macrofiestas. Exprime
el presente, tío. No hay nada más. El futuro es negro. Me hago la falsa ilusión
de que no tengo que enfrentarme a los problemas y los retos que nos plantea el
presente. Un chute ayuda, tío. Pero los problemas están ahí, y siguen
avanzando. Aunque mire para otro lado. Y se trata de problemas que no me
afectan solamente a mí. Así que mirarme el ombligo no será suficiente.
Por cierto, lo de mirar al pasado es para la multifacética propaganda
identitaria. Pero, en serio, nadie quiere volver atrás trescientos años para
saborear, de cerca, las supuestas delicias del bucólico pasado. O sea, encima
esquizofrénicos. Para evitar las angustias derivadas de las alucinaciones
propias de los esquizofrénicos y su dificultad para relacionarse con personas
normales (charnegos, por ejemplo), los nacionalistas suelen relacionarse con
ellos mismos. Se entienden, incluso, sin hablar. El ‘calor del establo’ hace
milagros.
Sebastián
Urbina.
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