jueves, 15 de noviembre de 2012

MIRANDO HACIA ATRÁS.











MIRANDO HACIA ATRÁS.


De cada vez son más frecuentes las fiestas patronales en las que se baila el baile folclórico popular, se cuentan cuentos tradicionales, se exhibe la artesanía del lugar, y se lucen trajes antiguos. Por no hablar de las recetas de cocina de la abuela. Por unas horas, podemos trasladarnos a un pasado del que nos sentimos parte, gracias a una puesta en escena que rememora un remoto ayer.  Un tiempo pasado que roza la mitificación. Y no por casualidad. Los medios de difusión suelen recrearse en estas exhibiciones de la tradición. Y los partidos políticos también. La influencia de los nacionalismos, que es transversal, no es ajena a lo que digo. Podemos cerrar los ojos y, por un instante, ver a campesinos que trabajan felices, rodeados de animales que les proporcionan el sustento. Campos de mies, campos de perdices y codornices. Cena junto a la lumbre, después de un día de trabajo. Paz, calidez, silencio acompañado.

Pero estas buenas y agradables costumbres pueden tener su lado negativo. El de pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Agobiados por la prisa actual, solitarios en medio del gentío, podemos creer que hay que volver la vista atrás. ¿Para qué? Para conseguir tranquilidad, paz, sosiego. Para ‘sentirse en casa’, lo que implica, habitualmente, un fuerte y excluyente sentimiento de pertenencia a un grupo más o menos numeroso, que tiene, o se supone, un pasado común. Del que, supuestamente, formamos parte. Desde hace siglos. O más.  Un pasado que se pierde en la noche de los tiempos.

Pero tener un fuerte y excluyente sentimiento de pertenencia, puede plantear serios problemas. Recordemos el eslogan (que también se puede decir en chino): ‘siau qui sou’. O sea, ‘sed quien sois’. Eso digo yo. ¿Quién sois? Una parte del grupo, de la tribu, que es lo realmente importante. ¿Qué pasa con los que no comparten este fuerte sentimiento tribal? Aunque no hay necesidad teórica de que sea así, en la práctica es habitual que sean marginados. Es decir, los que no comulgan con este fuerte y excluyente sentimiento de pertenencia a una tribu, son considerados, al menos de hecho, como ciudadanos de segunda. Para pasar más a lo concreto, se trata de ‘charnegos’, ‘maketos’ y similares.

Si usted crea el ‘nativo de pata negra’, (pregunten a los catalanistas cómo se hace) aparecerán ciudadanos de segunda. No falla. Los ‘territorios comanches’ son expertos.

Cuando esto sucede, y sucede, tenemos un serio problema. Al menos si pretendemos vivir en una sociedad democrática que respeta las libertades individuales, que respeta la dignidad individual. Basta recordar lo que ha sucedido, en España, durante los últimos treinta años, más o menos.

Dado que la existencia de ‘ciudadanos de segunda’ es incompatible con la democracia, hay que negar su existencia, que es lo que se ha hecho y lo que se hace. Por supuesto, la solución debería ser otra. Eliminar las condiciones que permiten la existencia de ‘ciudadanos de segunda’. Pero esto iría en contra de la ideología que ampara estos fuertes y excluyentes sentimientos de pertenencia. Es decir, la ideología nacionalista.

¿Cuál es la consecuencia de negar esta incómoda realidad, la de los ‘charnegos’, ‘maketos’ y críticos, en general? La mentira sistemática y la manipulación de las conciencias.

Imagino que el lector lo recuerda pero, en cualquier caso, yo sí lo recuerdo perfectamente. Durante décadas ha habido (y sigue habiendo, aunque ya de forma no tan dominante) una cultura política antinacional española. Cualquiera sabe que no ha sido de buen tono decir ‘España’, o agitar la bandera española, o tararear el himno nacional. Uno se expone a ser llamado ‘facha’.

En cambio, ha sido ‘progresista’ apoyar cualquier manifestación a favor de la ‘nación catalana’ o la ‘nación vasca’. Durante décadas, los nacionalistas (o sea, los separatistas antiespañoles) han tenido bula para hacer y decir lo que quisieran. Los reproches, o críticas, a su comportamiento era (y todavía es, aunque más débilmente que antes) considerado como ‘españolismo rancio’, ‘franquismo nostálgico’, ‘centralismo reaccionario’ y otras profundas reflexiones de la izquierda y sus primos hermanos, los nacionalistas. Generalmente era así, y sigue siéndolo. La derecha, por simplificar, ha seguido (y, en buena parte, sigue) con los patéticos complejos de siempre. Esquivando el debate ideológico y con los pantalones a la altura de la rodilla.

¿Qué consecuencias nos ha traído la estúpida (por ser suave) inacción de los dos grandes partidos frente a los abusos, chantajes y desprecios de las minorías separatistas? Una de las consecuencias la tenemos en el anuncio público de un ilegal referéndum soberanista (sin contar el de Ibarretxe), por parte del Presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas. Y que los primos hermanos de los terroristas de ETA estén, con el cariñoso abrazo del Tribunal Constitucional, en las instituciones democráticas. Ha sido una jugada perfecta. Están a punto de desmembrar a España y los dos grandes partidos les han estado ayudando durante más de treinta años. Y con nuestros dineros. ‘Estúpidos’ es poco. Lo sé.

Pero ahora quería referirme a otro aspecto, aunque relacionado. Que una sociedad mire al pasado, con embeleso, es preocupante.
No se trata de despreciar el pasado o la tradición. Se trata de analizar críticamente nuestras tradiciones. Ni arrodillarnos ante ellas, ni depreciarlas sin más. Por tanto, este seguimiento ovejuno es una muestra de enfermedad. Yo diría que es la ‘enfermedad identitaria’. ¿Cómo ha sido posible?

Sugiero que la crisis de algunos valores importantes ha favorecido esta situación. Dado que ya no hay verdades, todo es relativo. Sólo hay ‘mi verdad, tu verdad, su verdad...’.  Tampoco la cultura del esfuerzo tiene buena prensa. O la disciplina, la responsabilidad. Todo esto es de derechas. O sea, fuera.

Lo bueno es divertirse. A vivir, que son dos días. Además, nuestra cultura occidental es opresiva e imperialista. Sin embargo, frente a esta arrogancia occidental, debemos proclamar que todos somos iguales. De ahí que la LOGSE desprecie (o minusvalore) la excelencia. Otro rasgo elitista de derechas, por supuesto. Por tanto, la aspiración progresista es la igualdad en los resultados. No destaques, que puedes ofender a los demás. Iguales a la baja, como nos recuerdan los informes PISA. Otra nefasta consecuencia de esta igualdad igualitaria es que todas las culturas sean igualmente respetables. Con otras palabras, multiculturalismo. Si usted saja el clítoris a las niñas, no hay nada criticable. Es su cultura, y todas las culturas son respetables. ¿Quién es usted, blanco opresor e imperialista, para decir a los demás lo que tienen que hacer?

En resumen, relativismo, hedonismo y multiculturalismo son las tres bombas de relojería que nos faltan para demoler el edificio, que ya han agrietado los nacionalistas y la izquierda anticapitalista, antisistema y compañeros de viaje. Todo esto, con la mirada atónita del PP, que sigue centrado en el precio de la leche. Quería decir en la gestión económica. O sea, nada de debate ideológico. Podríamos molestar.

Y con todo este panorama, de crisis económica, institucional y moral ¿qué hacer?  Botellón y macrofiestas. Exprime el presente, tío. No hay nada más. El futuro es negro. Me hago la falsa ilusión de que no tengo que enfrentarme a los problemas y los retos que nos plantea el presente. Un chute ayuda, tío. Pero los problemas están ahí, y siguen avanzando. Aunque mire para otro lado. Y se trata de problemas que no me afectan solamente a mí. Así que mirarme el ombligo no será suficiente.

Por cierto, lo de mirar al pasado es para la multifacética propaganda identitaria. Pero, en serio, nadie quiere volver atrás trescientos años para saborear, de cerca, las supuestas delicias del bucólico pasado. O sea, encima esquizofrénicos. Para evitar las angustias derivadas de las alucinaciones propias de los esquizofrénicos y su dificultad para relacionarse con personas normales (charnegos, por ejemplo), los nacionalistas suelen relacionarse con ellos mismos. Se entienden, incluso, sin hablar. El ‘calor del establo’ hace milagros.



Sebastián Urbina.

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