(Los que, como muchos socialistas y no pocos peperos (con sus respectivos compañeros de viaje), siguen con la idiotez de 'buscar un encaje de Cataluña en España', son tan miserables como los propios separatistas catalanes. ¡Ya basta de comedias! ¡Estamos ante una tragicomedia!
Sólo espero que esta penosa e ilegal vía al esperpento- parecida a la de la Primera República- sea pacífica.)
QUÉ HACER CON EL PROBLEMA CATALÁN?
Como cada año por estas fechas, el Madrid con mando en plaza se despierta
por unas horas de la siesta para entregarse al preceptivo alarde patriotero que
suele suceder a la llamada Diada.
Rutinario humo de pajas en
el que, entre aspavientos y miasmas, se dan en exigir urgentes soluciones a un
problema, el catalán, que ese mismo Madrid de los dontancredos ha dejado pudrir
durante cuarenta años. Y entre la hojarasca de retórica huera destacan dos
falacias recurrentes. La primera es el supuesto implícito de que todo conflicto
tiene que tener solución. La segunda, el a priori cínico de que el asunto se
podría resolver echando mano de la cartera y soltándole unas monedillas a Artur
Mas.
Testimonio ambas de una de las grandes lacras de la España contemporánea:
la profunda ignorancia histórica de sus clases dirigentes. Porque muchas
disputas políticas, simplemente, no tienen solución. Sin ir más lejos, la
crónica de los últimos dos siglos en Occidente no es más que la narración del
choque entre dos valores absolutos incompatibles entre sí: la libertad y la
igualdad.
Y los nacionalismos, todos, forman parte de ese mismo callejón sin
salida intelectual. El nacionalismo es una enfermedad moral que no posee cura.
La empecinada obsesión de no querer admitir esa evidencia remite a una fantasía
pueril, a saber, la quimera de que sería posible viajar en el tiempo hasta el
siglo XIX y extirpar el germen separatista que entonces se inoculó en la
cultura cívica catalana. Pero la Historia no tiene marcha atrás. El vacío de la
labor nacionalizadora que aquellos ilustres irresponsables de la Restauración
no supieron hacer es nuestra penitencia.
En eso, tenía razón Ortega. Con los
micronacionalismos únicamente cabe la conllevancia, tratar de paliar los
estragos más virulentos de un mal que hay que saber crónico. En cuanto a lo
otro, dan ganas de parafrasear a Clinton, de gritar "¡No es la
economía, estúpidos!". Porque nunca falta algún progresista
mesetario presto a ofrecer una tercera vía equidistante entre el acatamiento a
las leyes y la sedición.
Ni respeto por el Estado de Derecho, pues, ni tampoco apoyo expreso a la
sublevación. He ahí el justo medio aristotélico donde se siente cómodo el PSOE
poszapateril. La clave del famoso "encaje", predican, consistiría en
otorgar un regalo vitalicio a los catalanes. Un regalo en metálico, huelga
decir. Cataluña ha de ser primada sobre –y contra– todos los demás.
Tediosa cantinela biempensante que solo olvida lo fundamental, esto es, que la
almendra del nacionalismo nada tiene que ver con la economía. Québec era
separatista siendo la región más pobre de Canadá. Y sigue siendo separatista
ahora, pese a representar el segundo territorio de la Federación por nivel de
renta.
Eslovaquia era un mísero campo de patatas antes de romper con la mucho
más próspera República Checa. Y hoy continúa siendo un mísero campo de patatas,
pero henchido de orgullo por su flamante soberanía nacional. Por el contrario,
en Baleares, la comunidad española con un déficit fiscal más acusado (un 14,2%
de su PIB), el independentismo criptocatalanista jamás ha salido de la
marginalidad.
Porque el nacionalismo no es un problema contable, por mucho que se
empeñen en decir lo contrario los filisteos de turno. Con cupo fiscal o
sin cupo fiscal, los catalanistas seguirán minando la soberanía española sin
tregua. ¿Qué hacer, entonces? Lo primero, sin duda, superar el miedo, ya
crónico en la derecha democrática española, a ser tildados de neofranquistas.
Ese pánico paralizante que les inhabilita para afrontar una política
cultural activa en defensa de principio constitucional tan básico como el de la
indisoluble unidad nacional. La Kulturkampf
debiera ser una obligación para los poderes públicos.
Lo segundo, en fin, algo tan simple como que el Estado esté. Que
se perciba su existencia en la vida cotidiana de los siete millones de
catalanes para los que ahora resulta invisible. Desde las patrullas de los
coches de la Policía Nacional (a estas horas, ocultos en los garajes), hasta la
televisión y radio estatales, esos melifluos apéndices vergonzantes de TV3.
Que hay un cincuenta por ciento de separatistas, dicen las encuestas
oficiosas. Y lo raro es que solo haya un cincuenta por ciento, tal como es esa
tropa. Los de la siesta.
(José Garcia
Domínguez/ld).
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La vía catalana y la impunidad
La sociedad nacionalista de Cataluña ha entrado en una espiral de ficción tan irracional que la realidad es lo único que no importa. La entrega apasionada al sueño de la independencia lo inunda todo. Ya no cuentan los hechos, ni las consecuencias. Están entregados a una pasión poseídos por los efluvios de la tierra prometida. Por fin ricos y libres. Nada es racional, ni tiene medida, la euforia lo inunda todo. Es como si hubieran caído en esos momentos mágicos de la celebración de un gol. Todos se abrazan, beben y ríen encantados de haberse conocido. Es la fuerza que da el número. Y la obscenidad.
El mismo día en que la Comisión Europea, por boca de su vicepresidente, Joaquín Almunia, y su portavoz, Jaume Duch, dejó sentado que, en caso de secesión, Cataluña quedaría automáticamente fuera de Europa, Oriol Junqueras y Francesc Homs declaraban sin inmutarse que eso era imposible. No les importan los hechos ni las consecuencias. Niegan la realidad con la misma desvergüenza que manipulan la historia. TV3 les sirve de fondo de pantalla y el entusiasmo de la gente, de bálsamo. Saben que el respetable aplaudirá todo lo que digan con tal que le reafirmen el sueño que TV3 les ha recreado cada segundo de sus días.
Es el éxtasis de la vía catalana, la culminación de un resentimiento, muchas cobardías y todos los egoísmos sociales. Quieren quedarse con el oro prometido por los bandoleros. Y el que se quede descalzo que se joda. La ideología más conservadora y ruin de los derechos históricos. Pero hablan de democracia, del derecho a decidir y de la fuerza de la calle. La impostura más impresentable de la transición para acá.
Hay dos maneras de ver la vía catalana, la de los partidarios y la de quienes recelan y temen su amenaza. Los primeros se han hecho amos del cortijo, se sienten poderosos y propietarios del futuro. El mayor indicio de su domino es el desprecio por cualquier mirada ética que cuestione su egoísmo ramplón y su simpleza social. El éxtasis en el que viven asusta. Han perdido la medida de las cosas, todo les parece posible, y hasta el abismo que pudiera devorarles les parece insignificante ante el sueño que están a punto de alcanzar. He aquí su peligro: una masa enfervorecida sin frenos racionales que les haga recapacitar y medir su apuesta. Como un poseído de los dioses, se entregan al delirio sin importarles riesgos y hacienda. Cosa paradójica, pues es por ella por lo que han perdido la honestidad.
Los segundos, los que ven la vía catalana con recelo y temor, cada día se vuelven más transparentes. Les temen como a esas turbas sudamericanas que de vez en cuando vemos en los telediarios, que con la disculpa de un disturbio social asaltan supermercados y se llevan todo lo que encuentran a su paso. Estos, con la misma impunidad que aquellos salen a la calle para quedarse con todo. Es en ella donde se sienten inmunes y pierden la vergüenza. Porque hay que tener muy poca vergüenza social para despreciar los derechos del resto de españoles.
Pues no, la soberanía es del pueblo español y solo la delincuencia se la puede expropiar. Quien se refugia en la cadena para exigir los derechos que son de todos ha de saber que no está exigiendo un derecho, sino apoderándose del de todos. El ciudadano concreto que se engancha a la cadena ha de saber que, aunque pase inadvertido en ella, los males del futuro los ha ayudado a provocar. No sólo son culpables los dirigentes políticos, también lo son los ciudadanos de la calle que han preferido servirse del tumulto para sacar provecho del expolio.
P. S. En cuanto se imponga la evidencia de que Cataluña no podrá seguir en la UE, los líderes más radicales de la independencia comenzarán a sostener que los países más ricos de Europa no están en la Unión. Y si no, al tiempo. Estar fuera será entonces un chollo. Y el rebaño, entusiasmado. Cuando un delirio llega hasta aquí, es razonable tener miedo.
(Antonio Robles/ld).
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UN DETALLITO MÁS DE LO MAJOS QUE SON.
Aragón / POLÍTICA
La Generalitat celebra un acto catalanista en Teruel al margen del Gobierno aragonés.
. El consejero de Cultura acude a reivindicar la lengua catalana en la parte de Aragón que consideran «Países Catalanes». (ABC)
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Hacen lo que les sale de la entrepierna. Y no pasa nada. Pruebe usted y verá lo qué pasa. En fin, envíe postales de felicitación a los separatistas catalanes. Y otra a Mariano, el pobre. ¡Está tan atareado!
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