lunes, 24 de agosto de 2015

CULTURA ¿QUÉ CULTURA?












CULTURA ¿QUÉ CULTURA?
 

Frédéric Martel publicó en 2010 Cultura Mainstream. Nos viene a decir que la cultura actual, la cultura del entretenimiento, ha sustituido a la cultura tal como era entendida antes. ¿Y cómo se entendía antes? Pues, entre otras cosas, había voluntad de permanencia, de trascender el momento presente. Shakespeare, Cervantes, Molière, Dostoiewski, Faulkner, Borges y tantos otros, no pretendían ser el éxito del verano.

 
Ahora estamos en una cultura, si así debemos llamarla, en que va cogida de la mano con la diversión masificada. La cultura de masas, a través de los grandes medios de difusión, ha sustituido a la anterior. El autor ve este cambio de manera favorable porque, entre otras cosas, la cultura se habría democratizado.


En una entrevista a Umberto Eco, a principios de 2015, le preguntan cómo valora las noticias más leídas por Internet. Su opinión no es tan optimista como la de Martel. «En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en Internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso... Y algo parecido pasa con los libros, que ya se pueden publicar en Internet».


¿Cómo argumentamos las diferencias entre algo bueno y algo malo? Parece que lo que está de moda es apelar al gusto. Me gusta o no me gusta. Esta sería la última palabra. Umberto Eco responde de manera brutal a esta supuesta respetabilidad del «me gusta o no me gusta».
Pero entonces, es cuando recuerdo ese «anuncio» que decía: «Come mierda: millones de moscas no pueden estar equivocadas»'.


No compararé a los millones de usuarios de Facebook y Twitter con las moscas, porque la generalización no es justa, como decía Wittgenstein. Pero sí resulta inevitable lidiar con el problema de «lo bueno y de lo malo» y del «gusto», como justificación de las preferencias humanas.


¿Qué sentido tiene, suponiendo que lo tenga, el Canon occidental de Harold Bloom? Bloom nos ofrece, en esta obra, una lista de 26 escritores que formarían el «canon occidental» y que serían las autoridades en nuestra cultura. No creo que haya dudas de que, ente otros, Shakespeare y Cervantes forman parte de estos escritores canónicos. Pero ¿por qué elaborar una lista de autoridades en nuestra cultura occidental?


Los seres humanos, al menos los normales, a pesar de la vaguedad de la palabra, necesitamos seguridad. Aunque sea relativa. Las seguridades absolutas no son de este mundo. El que busquemos una seguridad, aunque sea relativa, nos sitúa en un incierto punto medio entre la seguridad absoluta, solamente accesible al hombre religioso, y la inseguridad radical.


La inseguridad radical supone no tener referentes. O sea, el «todo vale». Pero esta salida no satisface, espero que a mucha gente. Es decir, ¿mi vecino que escribe los domingos por la tarde, es tan bueno como Shakespeare y Cervantes? Claro que sí, no hay bueno, ni malo, ni mejor ni peor. Así serían las cosas. Pues bien, no veo las ventajas de entender el mundo de esta manera.


Si damos un paso y nos salimos de la literatura podemos entrar en la política. Pasaría algo parecido. ¿No hay bueno y malo? Pues entonces, da igual el sistema democrático que el sistema nazi. La diferencia con la literatura es que, aquí, hay más y más terribles consecuencias prácticas. Pero no quería plantear el problema solamente por las consecuencias. ¿Es justificable negar que existe bueno y malo? ¿Es justificable afirmar que todo es igual? 


No se trata de una nostalgia elitista, de «un tiempo mejor» en el que sólo unos pocos elegidos alcanzarían altas cotas de excelencia. Se trata de que sin referentes, como Shakespeare, Cervantes y otros, la vida, en este caso la vida literaria, sería más pobre. Tampoco es necesario adoptar la visión pesimista de T. S. Eliot, en su ensayo Notes towards the definition of Culture, cuando dice: «Y no veo razón alguna por la cual la decadencia de la cultura no pueda continuar y no podamos anticipar un tiempo, de alguna duración, del que se pueda decir que carece de cultura».


¿Qué diferencias tienen estas palabras con la profecía orteguiana de la «rebelión de las masas»? 


Ortega y Gasset señala algunas características del hombre-masa. El hombre-masa se afirma a sí mismo tal cual es, lo que provoca la autosatisfacción y la no necesidad de búsqueda y superación propia del hombre inquieto. Esta autosatisfacción le llevará a opinar de cualquier cosa, con la seguridad que le da su ignorancia. Por supuesto, no reconoce instancias superiores a él -todos somos iguales- y se fundamenta en sus propias sensaciones y gustos como última ratio. 


Si la cultura se transmite, entre otros caminos, por la familia, ¿qué cultura podrán transmitir unos padres que sólo se alimentan en Facebook y Twitter, los videojuegos, el pop y el rap? ¿Prepararán mejor a sus hijos para la vida? Creo que nadie discute que, especialmente las jóvenes generaciones, deben adaptarse a las nuevas tecnologías, pero ¿qué se gana perdiendo a Cervantes, Shakespeare, Mozart, Velázquez, Hume, Tocqueville, y un largo etcétera?


Por otra parte, el anonimato en las redes sociales -por donde se pasea buena parte de la llamada cultura de nuestro tiempo- deja impune, hasta el momento, las mentiras, injurias y calumnias, la difamación y el racismo. Por no hablar del bajo nivel cultural que destila. Claro que si todo es cuestión de gustos...


Como dice la «canción del rap de Canserbero»: «Somos hijos del asfalto, los mal vistos por los cargos altos pues notamos las vilezas de sus actos, nos quieren tras las rejas no nacimos para ser ovejas por eso bailamos frunciendo las cejas...».
(Mueva las caderas mientras lo canturrea.)


Sebastián Urbina.

(Publicado el ElMundo/Baleares/18/Agosto/2015.)

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