viernes, 7 de agosto de 2015

ODIO CATALANISTA



 (Odio catalanista y enfermedad identitaria.)

 

 

 

En legítima defensa


Ya que las leyes y los hechos son ignorados en Cataluña como instrumentos de comprensión de la realidad, sólo podemos acercarnos a este delirio colectivo a través de recursos psicoanalíticos.

El presidente Mas presenta el proceso a la independencia como un medio pacífico, pero sus actos fallidos y el inconsciente colectivo que plasma en toda su propaganda nos dicen lo que realmente impulsa sus fines: la violencia. Eso sí, camuflada bajo un lenguaje exquisitamente democrático.

Reparen, "vengo en son de paz", expresó ante la recepción del rey Felipe VI. Uno sólo se acerca en son de paz al otro porque está en guerra o podría llegar a estarlo. Y no lo duden, aunque se hayan dejado las camisas pardas en el armario, viven del conflicto latente que alimentan cada día con propaganda y acciones. Escupitajos como "Espanya ens roba" o "l’espoli fiscal" están inspirados en el odio y buscan inocularlo en la manada para manejarla una vez violentada contra quienes roban y expolian.

Todo muy simbólico, un a priori necesario para legitimar inmediatamente acciones reales, como el desacato a las sentencias judiciales, o la puesta en marcha de estructuras de Estado, como la exclusión de la lengua española de la escuela, o la eliminación de la bandera española de su territorio, como el veto a grupos de teatro, autores, actrices, cantantes, desafectos al régimen o que hagan su obra en lengua impropia (la fiesta de los toros fue el más sonado, pero no el peor), la eliminación de la historia común, o su ocultación mediante la manipulación del lenguaje...

No fue la primera vez, ni será la última. Lo acabamos de ver con el recurso a la "legítima defensa" para justificar la convocatoria de las elecciones plebiscitarias del 27-S.

Con su recurso a la legítima defensa, Artur Mas admite implícitamente dos hechos nada pacíficos recogidos en el Código Penal: que existe un agresor del que de ningún otro modo se puede defender (el Estado) y que la respuesta le lleva a cometer un delito a su pesar, de cuya responsabilidad penal, eso sí, le eximirá el derecho a la legítima defensa. Independientemente de que el Código Penal no contempla el derecho a la legítima defensa de bienes jurídicos colectivos, Artur Mas está anclado en una persecución paranoica por parte del Estado, que le lleva a justificar inconscientemente cualquier acción que le conduzca a conseguir la liberación de su pueblo. Incluido el golpe de Estado institucional.

Cualquiera que viva en Cataluña y asista al berreo mediático a favor del proceso descubrirá con horror que este tipo de llamamientos implícitos a la violencia son el lenguaje cotidiano de medios y políticos. Tan poco contestados que se han interiorizado como normales. El problema de verdad no está en ellos como actividad de propaganda sino en su capacidad para empapar la epidermis del rebaño que no entenderá ni aceptará un resultado adverso o una intervención legal del Estado.

El mal de Mas o Junqueras, TV3 o las monjas laicas de Montserrat es que la frustración no prevé antídoto alguno, ni tendrán, muy probablemente, control. Durante años, Pujol se mantuvo firme contra el terrorismo. Sin esa actitud en contra, Terra Lliure probablemente no hubiera desaparecido. Seguramente no por convicción, sino por conveniencia. La piel de cordero, la pose de víctima y el chantaje moral fueron su opción para conseguir con mayor eficacia los mismos fines secesionistas que el mundo abertzale. A la vista está su obra. 

Pero a la vez, él fue quien más hizo por educar a la sociedad catalana en el chantaje y la violencia implícita. "El castellano en Cataluña es fruto de una violencia antigua", dejó ir en los años noventa, como aquel que no quiere la cosa, cuando más arreciaba la resistencia contra la inmersión en Cataluña.

Hasta hace tres años, la violencia en Cataluña era imposible. Nadie debe excluir ya esa opción. Los cachorros de la estelada no tienen la culpa de haber sido educados en el odio, por mucho que lo hayan envuelto en el derecho a decidir y la democracia para evitar su hedor.

 (Antonio Robles/ld.)

6 comentarios:

Arcoiris dijo...

No me parece preciso apelar a los Jung, Adler, Freud y demás parentela, para interpretar el actual estado de la cosa, “el procés”, en Cataluña. En mi modesta opinión, claro. Y tiene que haber vivido en el guindo quien ahora, sorprendido, considere que Pujol, Junqueras, Mas y más, son más malos que la tuera. ¡Almas de cántaro! ¿Pero qué se esperaba de los nacionalistas de toda la vida y de los sobrevenidos como Montilla? La responsabilidad de este merdé, a mí me parece, no es sino de nuestros amados Gobiernos, que han querido poner a las zorras a cuidar de los gallineros. Si no fuera porque nos jugamos los huevos (estoy refiriéndome a nuestros gallineros), habría como para decirles: ¡anda y que os den, majos!

Arcoiris dijo...

¿Cuántos catalanes de ocho o más apellidos y cuántos vascos de lo mismo, vivos, se requieren para asumir sin oposición el gobierno de sus respectivas comunidades? En democracia pura, a no ser que yo haya malinterpretado el concepto, se impone y prevalece el criterio de la mayoría. Pues bien, yo asistí, poco antes de que la palmara, yo asistí a los multitudinarios y espontáneos recibimientos barceloneses a Franco. Nadie salió a las calles, yo no, por lo menos, con un policía detrás encañonándonos los riñones. Ya entonces, en los primeros sesenta, habría unos tres inmigrantes por cada íncola, más o menos. De los dos millones de ciudadanos al inicio del siglo XX, cuyo crecimiento vegetativo ha sido negativo, hoy estaremos por los cerca de ocho millones. En la actualidad, hay un catalán “de toda la vida” (y no todos ellos son independentistas) por cada cuatro o cinco ciudadanos catalanes. Pues bien, espichó el gallego y mandan desde la Generalitat, las escuelas, la TV3 y los periódicos los catalanistas. ¿Porqué hubo que entregarles la responsabilidad de gobierno de sus respectivas autonomías? ¿No es una cuestión de número de ciudadanos? ¿Es una cuestión de dinero? ¿No estamos hablando de democracia? ¿Hablamos de plutocracia?

Anónimo dijo...

Las pústulas de la viruela no son si no la salida a la superficie, la excrecencia, de la enfermedad ya extendida y madurada en el cuerpo. Sin querer ser organicista pero sí sistémico. El virus suele tener un nombre en latín y estar perfectamente definido.

Anónimo dijo...

Para qué la enfermedad prenda debe haber unas condiciones internas y otras externas por cierto.

Anónimo dijo...

http://youtu.be/psM6ME8kL-w

Arcoiris dijo...

El art. 2 de nuestra vigente Constitución afirma la “(…) indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible (…)”. El 6 precisa, acerca de los partidos políticos: “(…) Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley (…)”. Y el art. 22, apartado 2, reza: “Las asociaciones que persigan fines o utilicen medios tipificados como delito son ilegales.” Éstos, entre otros, son argumentos constitucionales y jurídicos que justificarían que no pudieran estar esos partidos nacionalistas entre quienes optan al favor popular en las urnas. Que se dediquen a la loa y al panegírico del fuet o del chacolí, pero lejos del poder, lejos de las escuelas, lejos de los periódicos y de las ondas. Y es que, además, hay razones demográficas que sustentarían ese descarte. Así, un ejemplo entre mil posibles, cuando hubo que buscar sustituto al obispo Modrego, allá por la noche de los tiempos, cuando hacía poco que había dejado de hacerse la mili con lanza, circulaba por Barcelona el eslogan: “Como somos mayoría, lo queremos de Almería.”