MÁS CACA DE MAS
El extesorero de CDC Daniel Osàcar (primero derecha) y el director
general de infraestructuras de la Generalitat, Josep Antoni Rosell (con
la cabeza tapada) al ser trasladados al juzgado de El Vendrell
(Tarragona)
MÁS CACA DE MAS.
El juez del ‘caso 3%’ abrirá el martes una caja fuerte con información de la presunta trama corrupta.
(Crónica Global.)
CATALUÑA
DESQUICIADA.
Ha pasado ya un mes desde las últimas
elecciones autonómicas catalanas y el Principado sigue sin Gobierno local. Y es
que las fuerzas secesionistas no se ponen de acuerdo sobre quién ha de ser el
próximo presidente regional.
No hay lugar para la sorpresa: esos políticos, de
ínfima categoría, sólo saben destruir y
odiar a España; y en cuanto se les saca de ahí, o incluso en
cuanto han de coordinarse para ello, se revelan como lo que son, un hatajo de
indeseables que no son capaces siquiera de no pisarse la manguera con la que
están rociando Cataluña de gasolina. Y pretenden dirigir un país; un país de
nuevo cuño, además, que lleve su vergonzosa impronta.
La batasunoide Candidatura de Unidad Popular
(CUP) parece decidida a impedir que vuelva a tomar el Palacio de la Generalidad el tóxico Artur Mas, marcado a fuego
por los escándalos de corrupción que han devastado su partido –más bien
partida– y por los pavorosos resultados electorales que cosecha cada vez que
acude a las urnas.
Por su parte, el nada honorable Mas no tiene la menor
intención de dar un paso atrás y está dispuesto a hacer saltar por los aires
esta otra coalición, aun más sórdida que la que ligaba a Convergència con Unió.
Así las cosas, no es ni mucho menos
impensable que los catalanes sean convocados otra vez a las urnas. Serían sus cuartas autonómicas en apenas cinco años. No
haría falta un dato más para descalificar por completo a Artur Mas y sus
secuaces, que no dejan de demostrar su incapacidad, técnica, política y moral,
para dirigir una institución como la Generalidad.
Son un contraejemplo, una
acabada muestra de degeneración política, de los estragos que puede llegar a
causar una ideología liberticida como la que subyace al nacionalismo catalán.
Si tuvieran un adarme de dignidad, se irían
sin más dilación a sus casas –si los jueces lo permitieran, claro–. En cuanto a
la sociedad catalana, debe escarmentar en sus cabezas y no seguir siendo
cómplice de esa plaga que la está estragando: ya es hora de que predique el seny de que suele presumir expulsando de
su seno a quienes la están corrompiendo,
en todos los órdenes, hasta límites
francamente obscenos.
(Edit.ld.)
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