HOMENAJE A MARAÑÓN.
(Dedicado a mi amigo Juan Sánchez, un destacado médico de Baleares.)
Fue un médico endocrino, científico, historiador, escritor
y pensador español (Madrid,
19 de mayo de 1887/27 de marzo de 1960), cuyas obras en los ámbitos científico e
histórico tuvieron una gran relevancia internacional. Durante un largo período
dirigió la cátedra de endocrinología en el Hospital Central de Madrid.
Fue académico de número de cinco de las ocho Reales Academias de España:
de la Lengua, de la Historia, de las Bellas
Artes, Nacional de
Medicina y de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales.
Gregorio
Marañón, que confesaba dormir sobre la almohada de Don Quijote, afirmó:
‘Mi vida
entera es amor a España’.
Y me
pregunto ¿cuántos majaderos de progreso se reirían, hoy, de este hombre ilustre?
¿Cómo se le calificarían? ¿Facha?
¿Derecha extrema? ¿Extrema derecha?
Decía Marañón:
‘Inútil discutir: no se convence a nadie por el razonamiento, sino por la
emoción’.
No es fácil llegar a
esta conclusión. Durante mucho tiempo he creído que sí se podía. Mi opinión
actual es distinta. Por eso escribo para los convencidos y para los que tienen
dudas. Creo que es posible convencer a los dudosos sinceros. Por el contrario,
los adversarios políticos son imposibles (prácticamente hablando) de convencer.
Al menos a corto plazo.
Esto se puede ver en
las tertulias televisivas. Incluso en las mejores, en las que suele haber
personas de prestigio, bien en el campo del periodismo, la empresa, la
universidad, u otros ámbitos. Una y otra vez, una y otra semana, se repiten los
mismos argumentos. Se repiten las mismas posiciones. Y, encima, con agresividad
e interrumpiendo. Por ejemplo, cuando se habla de la crisis económica, algunos
dicen que la desregulación de los mercados fue una de las causas fundamentales
de la misma. Otros dicen que los mercados financieros estaban y están
reguladísimos. Parece que lo pertinente sería comprobar si los mercados
financieros estuvieron sin regular, o muy regulados. Pero la verdad no
interesa.
Creo que esto muestra
que no hay interés por avanzar, por aprender, por reformular planteamientos. No
interesa la verdad, en definitiva. Interesa la consigna.
Otro ejemplo lo tenemos
en la constante referencia, en estos debates, a cuestiones distintas a las que
se están debatiendo. Alguien habla de que, ahora, el Partido (B) ha cometido el
error de hacer (X). En vez de analizar si esto es cierto, lo que suele hacerse
es recordar que el Partido (A, que es el adversario político) hizo,
supuestamente, lo mismo, hace diez años. La consecuencia es que los debates son
de poca utilidad para los ciudadanos. Porque para aprender hay que centrar un
debate, exponiendo los pros y los contras. Si alguien se desvía del debate
concreto que se plantea, tendría que justificar el abandono del tema planteado
y su incursión en otro aspecto de la realidad. Por supuesto, todo tiene que ver
con todo, pero así no se llega a ningún sitio porque todo se difumina.
Los tertulianos
de los debates televisivos (especialmente si se trata de tertulias de cierto renombre)
tienen la obligación moral y política de ser claros en sus planteamientos,
porque así ayudan a que los ciudadanos entiendan lo que proponen, o lo
que defienden. De este modo, pueden ayudar a mejorar la comprensión de
los problemas que afectan a la sociedad. Recordemos que la comprensión
ilustrada (por parte de los ciudadanos) es una de las exigencias para el buen
funcionamiento de la democracia.
Bien, y si es inútil
discutir ¿por qué digo esto? ¿No es contradictorio?
Sigo pensando que no se
suele convencer a los adversarios por el razonamiento- al menos a corto plazo-,
pero se aumenta la comprensión ilustrada de los ciudadanos si se razona
adecuadamente. Un debate en el que las partes expongan con claridad y rigor sus
respectivas posiciones ayuda a la sociedad. O bien, ayuda a los ciudadanos que
quieren aclarar sus ideas. No es necesario convencer a nadie. Basta clarificar.
Ya es mucho. Pero ni siquiera esto se hace. Lo normal es que hablen tres o
cuatro personas a la vez, lo que dificulta la comprensión de los problemas
discutidos. Es una falta de respeto a los espectadores.
Dado que, en general,
la emoción juega un papel más importante que el razonamiento, un político que,
en mi opinión, fue un desastre para España, como Zapatero, tenía más capacidad
de ‘enganche’ que Rajoy. Aunque no he votado a ninguno de los dos. Ahora estoy
comparando la respectiva capacidad de convencer. Rajoy solía ser más racional-
y aburrido- que Zapatero. Pero Zapatero, en vez de contestar a las
interpelaciones parlamentarias (no siempre, por supuesto) apelaba a ‘la guerra
de Irak’, al ‘Prestige’, o cosas parecidas. A mi me parece algo estúpido pero,
dado el auditorio que tenemos, parece ser efectivo. Hay, por desgracia,
millones de votantes que se emocionan al oír mencionar ‘la guerra de Irak’. A
mi me parece una muestra de simplismo preocupante. Porque, debemos recordar, de
pasada, que nuestro ejército no pegó ni un tiro en Irak.
Es beneficioso para la
sociedad que haya diferencias, pero no cualquier diferencia. El pluralismo es
consustancial a la democracia. El problema aparece cuando se tienen que
discutir cuestiones que deberían ser indiscutibles, cuestiones que deberían ser
aceptadas por todos. Porque toda sociedad necesita un ‘fondo’ compartido sobre
el cual construir la convivencia. Sin este fondo común compartido, la sociedad
está desarticulada, desvertebrada y en continua pelea. Y esto es muy
preocupante y negativo.
¿Tenemos un
sistema educativo que forme ciudadanos responsables en vez de técnicos bárbaros?
Me temo que, apenas, técnicos bárbaros, en el sentido orteguiano, de personas
despreocupadas por la cosa pública y centradas, exclusivamente, en su estrecha
especialidad.
Pero, a pesar de
todos los pesares, nuestra obligación es hacer lo posible para mejorar las
cosas.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El Mundo/Baleares/3/Septiembre/2015.)
(Publicado en El Mundo/Baleares/3/Septiembre/2015.)
4 comentarios:
Le estaba tomando la lección a uno de mis hijos. Iba de literatura alemana o europea, no recuerdo bien.
- Goethe. Entre o y e. Como en el diptongo eu francés. Como en “fleur”. Goethe. Repite.
- Pues mi seño dice go-e-te, me contestó.
No importaba que papá tuviera una profesión universitaria y daba igual que papá hubiera sido “lagerarbeiter” en Munich y que hubiera hablado el alemán pasablemente. Porque lo cierto es que “la senyoreta” tenía para él un predicamento insuperable y todo lo que decía ella iba a misa. Tenía los números suficientes para convertirse en la pared de frontón que devuelve incansablemente todas las pelotas, todos los argumentos ajenos posibles. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.
¿Qué hace que los hombres pensemos “de prestado”? ¿Qué nos hace esclavos y siervos intelectuales? ¿Quién ciega y hace inhóspitos los caminos que conducen al eclecticismo? ¿Qué minusvalía de nuestros sentidos y de la inteligencia nos vuelve sordos para las otras opiniones y nos impide sopesarlas, contrastarlas y, quizás, asumirlas? ¿La escuela, por ejemplo?
La escuela y la familia. Creo yo.
Mi interrogación final no excluía otras posibles causas, además de la escuela: la familia, el ambiente, las propias vivencias...
Ahora bien, de todas ellas, ¿cuántas hay que el Estado puede dominar y manejar? ¿No parece, más que una terrible irresponsabilidad, un auténtico suicidio que el Estado deposite en manos dudosas las competencias exclusivas sobre esa materia fundamental para la educación pero, también, para el control del personal?
Estoy de acuerdo. Lo que muestra la baja calidad humana e intelectual de los que controlan el poder político. Por ser suave.
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