viernes, 4 de septiembre de 2015

HOMENAJE A MARAÑÓN.











HOMENAJE A MARAÑÓN.
 (Dedicado a mi amigo Juan Sánchez, un destacado médico de Baleares.)



Fue un médico endocrino, científico, historiador, escritor y pensador español (Madrid, 19 de mayo de 1887/27 de marzo de 1960), cuyas obras en los ámbitos científico e histórico tuvieron una gran relevancia internacional. Durante un largo período dirigió la cátedra de endocrinología en el Hospital Central de Madrid. Fue académico de número de cinco de las ocho Reales Academias de España: de la Lengua, de la Historia, de las Bellas Artes, Nacional de Medicina y de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.



Gregorio Marañón, que confesaba dormir sobre la almohada de Don Quijote, afirmó:



‘Mi vida entera es amor a España’.



Y me pregunto ¿cuántos majaderos de progreso se reirían, hoy, de este hombre ilustre?  ¿Cómo se le calificarían? ¿Facha? ¿Derecha extrema? ¿Extrema derecha?







Decía Marañón: ‘Inútil discutir: no se convence a nadie por el razonamiento, sino por la emoción’.



No es fácil llegar a esta conclusión. Durante mucho tiempo he creído que sí se podía. Mi opinión actual es distinta. Por eso escribo para los convencidos y para los que tienen dudas. Creo que es posible convencer a los dudosos sinceros. Por el contrario, los adversarios políticos son imposibles (prácticamente hablando) de convencer. Al menos a corto plazo.  



Esto se puede ver en las tertulias televisivas. Incluso en las mejores, en las que suele haber personas de prestigio, bien en el campo del periodismo, la empresa, la universidad, u otros ámbitos. Una y otra vez, una y otra semana, se repiten los mismos argumentos. Se repiten las mismas posiciones. Y, encima, con agresividad e interrumpiendo. Por ejemplo, cuando se habla de la crisis económica, algunos dicen que la desregulación de los mercados fue una de las causas fundamentales de la misma. Otros dicen que los mercados financieros estaban y están reguladísimos. Parece que lo pertinente sería comprobar si los mercados financieros estuvieron sin regular, o muy regulados. Pero la verdad no interesa.



Creo que esto muestra que no hay interés por avanzar, por aprender, por reformular planteamientos. No interesa la verdad, en definitiva. Interesa la consigna.



Otro ejemplo lo tenemos en la constante referencia, en estos debates, a cuestiones distintas a las que se están debatiendo. Alguien habla de que, ahora, el Partido (B) ha cometido el error de hacer (X). En vez de analizar si esto es cierto, lo que suele hacerse es recordar que el Partido (A, que es el adversario político) hizo, supuestamente, lo mismo, hace diez años. La consecuencia es que los debates son de poca utilidad para los ciudadanos. Porque para aprender hay que centrar un debate, exponiendo los pros y los contras. Si alguien se desvía del debate concreto que se plantea, tendría que justificar el abandono del tema planteado y su incursión en otro aspecto de la realidad. Por supuesto, todo tiene que ver con todo, pero así no se llega a ningún sitio porque todo se difumina.  



 Los tertulianos de los debates televisivos (especialmente si se trata de tertulias de cierto renombre) tienen la obligación moral y política de ser claros en sus planteamientos, porque así ayudan a que los ciudadanos entiendan lo que proponen, o lo que  defienden. De este modo, pueden ayudar a mejorar la comprensión de los problemas que afectan a la sociedad. Recordemos que la comprensión ilustrada (por parte de los ciudadanos) es una de las exigencias para el buen funcionamiento de la democracia.



Bien, y si es inútil discutir ¿por qué digo esto? ¿No es contradictorio?



Sigo pensando que no se suele convencer a los adversarios por el razonamiento- al menos a corto plazo-, pero se aumenta la comprensión ilustrada de los ciudadanos si se razona adecuadamente. Un debate en el que las partes expongan con claridad y rigor sus respectivas posiciones ayuda a la sociedad. O bien, ayuda a los ciudadanos que quieren aclarar sus ideas. No es necesario convencer a nadie. Basta clarificar. Ya es mucho. Pero ni siquiera esto se hace. Lo normal es que hablen tres o cuatro personas a la vez, lo que dificulta la comprensión de los problemas discutidos. Es una falta de respeto a los espectadores. 



Dado que, en general, la emoción juega un papel más importante que el razonamiento, un político que, en mi opinión, fue un desastre para España, como Zapatero, tenía más capacidad de ‘enganche’ que Rajoy. Aunque no he votado a ninguno de los dos. Ahora estoy comparando la respectiva capacidad de convencer. Rajoy solía ser más racional- y aburrido- que Zapatero. Pero Zapatero, en vez de contestar a las interpelaciones parlamentarias (no siempre, por supuesto) apelaba a ‘la guerra de Irak’, al ‘Prestige’, o cosas parecidas. A mi me parece algo estúpido pero, dado el auditorio que tenemos, parece ser efectivo. Hay, por desgracia, millones de votantes que se emocionan al oír mencionar ‘la guerra de Irak’. A mi me parece una muestra de simplismo preocupante. Porque, debemos recordar, de pasada, que nuestro ejército no pegó ni un tiro en Irak.



Es beneficioso para la sociedad que haya diferencias, pero no cualquier diferencia. El pluralismo es consustancial a la democracia. El problema aparece cuando se tienen que discutir cuestiones que deberían ser indiscutibles, cuestiones que deberían ser aceptadas por todos. Porque toda sociedad necesita un ‘fondo’ compartido sobre el cual construir la convivencia. Sin este fondo común compartido, la sociedad está desarticulada, desvertebrada y en continua pelea. Y esto es muy preocupante y negativo.



 ¿Tenemos un sistema educativo que forme ciudadanos responsables en vez de técnicos bárbaros? Me temo que, apenas, técnicos bárbaros, en el sentido orteguiano, de personas despreocupadas por la cosa pública y centradas, exclusivamente, en su estrecha especialidad.



 Pero, a pesar de todos los pesares, nuestra obligación es hacer lo posible para mejorar las cosas.



Sebastián Urbina.

(Publicado en El Mundo/Baleares/3/Septiembre/2015.)




4 comentarios:

Arcoiris dijo...

Le estaba tomando la lección a uno de mis hijos. Iba de literatura alemana o europea, no recuerdo bien.
- Goethe. Entre o y e. Como en el diptongo eu francés. Como en “fleur”. Goethe. Repite.
- Pues mi seño dice go-e-te, me contestó.
No importaba que papá tuviera una profesión universitaria y daba igual que papá hubiera sido “lagerarbeiter” en Munich y que hubiera hablado el alemán pasablemente. Porque lo cierto es que “la senyoreta” tenía para él un predicamento insuperable y todo lo que decía ella iba a misa. Tenía los números suficientes para convertirse en la pared de frontón que devuelve incansablemente todas las pelotas, todos los argumentos ajenos posibles. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.
¿Qué hace que los hombres pensemos “de prestado”? ¿Qué nos hace esclavos y siervos intelectuales? ¿Quién ciega y hace inhóspitos los caminos que conducen al eclecticismo? ¿Qué minusvalía de nuestros sentidos y de la inteligencia nos vuelve sordos para las otras opiniones y nos impide sopesarlas, contrastarlas y, quizás, asumirlas? ¿La escuela, por ejemplo?

Sebastián Urbina dijo...

La escuela y la familia. Creo yo.

Arcoiris dijo...

Mi interrogación final no excluía otras posibles causas, además de la escuela: la familia, el ambiente, las propias vivencias...
Ahora bien, de todas ellas, ¿cuántas hay que el Estado puede dominar y manejar? ¿No parece, más que una terrible irresponsabilidad, un auténtico suicidio que el Estado deposite en manos dudosas las competencias exclusivas sobre esa materia fundamental para la educación pero, también, para el control del personal?

Sebastián Urbina dijo...

Estoy de acuerdo. Lo que muestra la baja calidad humana e intelectual de los que controlan el poder político. Por ser suave.