jueves, 30 de octubre de 2008

FASCISMO LINGÜÍSTICO

Alfonso Basallo | Actualizado 30/10/2008 09:18h

eusj.gifNo pasa día sin que los totalitarios del sujeto-verbo-predicado no levanten muros y construyan ghetos lingüísticos. El otro día, un diputado del BNG trataba de imponer el término Galiza en el Parlamento gallego. Un diputado popular se negó, alegando que ese término no existe y que el nombre oficial es Galicia.

¿Quién ganó el pulso? Lo han adivinado: el nacionalista se salió con su santa voluntad y el popular fue expulsado por la Cámara.

No me digan que es algo más que una anécdota. El lenguaje como arma de expulsión. Primero se altera la realidad cambiando el nombre y luego se envía al gheto a quien sostiene que la noche es noche y el día es día.

Más siniestra es aún la pinta de lo ocurrido en Berriozar (Navarra), donde Nafarroa Bai, ANV e IU proyectan elaborar un fichero de población euskaldún… es decir un censo de los que hablan vasco. Lo cual es una forma indirecta de hacer una lista negra de quienes se expresan en castellano. A los vecinos hispanohablantes del pueblo sólo les ha faltado hablar de las estrellas amarillas, cuando se han preguntado, indignados, «¿Qué será lo próximo, ponernos un brazalete para identificarnos por la calle?».

Y a todo esto, el español se ha consolidado ya como la tercera lengua más hablada del mundo, después del inglés y el chino. Pero eso es fuera de este corralito, en el mundo ancho y ajeno.

El dato -ojo al dato- ha sido dado a conocer por la Fundación Telefónica, a fin de valorar la proyección económica y comercial del castellano. El libro Economía de español sostiene que “la lengua hace que se multiplique entre dos y tres veces la cuota de mercado de las exportaciones españolas con el conjunto de los hispanohablantes, un factor multiplicador mayor incluso que el inglés en países anglosajones”.

El español, como instrumento de creación de riqueza. Pero eso no lo entienden otros, que conciben las palabras como instrumento para modificar la realidad y darle la vuelta como un calcetín. Es lo que ha pasado en el País Vasco y lo que puede ocurrir ahora en Galicia. Es uno de los terrenos donde se juega la libertad frente a la intolerancia. Y, por esa razón, es preciso plantar cara a quienes imponen ese fascismo de los topónimos.

¿No les parece sospechoso ese afán por la limpieza? Se empieza por la limpieza lingüística y se termina en la limpieza étnica, como en los Balcanes. No me lo invento: es uno de los presupuestos del nacionalismo vasco.

Por eso es higiénico oponerse a ellos y denunciarlo.

Lo contrario sería hacer buena la inquietante letanía atribuída a Bertolt Brecht:

Cuando los nazis vinieron por los comunistas / me quedé callado; / yo no era comunista. /
Cuando encerraron a los socialdemócratas / permanecí en silencio; / yo no era socialdemócrata. /
Cuando llegaron por los sindicalistas / no dije nada; / yo no era sindicalista.

Cuando vinieron por los judíos / No pronuncié palabra; / yo no era judío. /
Cuando vinieron por mí / no quedaba nadie para decir algo.

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