miércoles, 22 de octubre de 2008

GRUPO RAMÓN LLULL



Estado y sociedad

GRUPO RAMON LLULL* El liberalismo, como las grandes doctrinas, tiene diversos ramales y tendencias. Es decir, no hay un solo tipo de liberalismo sino varios. De todos modos y a pesar de las diferencias, existen aspectos centrales, cuya ausencia haría difícil hablar de liberalismo. Esta influyente palabra, ´liberalismo´, empezó a usarse a finales del siglo XVIII. Los orígenes de esta influyente doctrina se encuentran en Locke, Adam Smith, Kant, J. Stuart Mill, A. de Tocqueville y otros.

¿Cuáles son estas ideas centrales? Los derechos individuales constituyen la base sobre la que se asienta el edificio liberal. O sea, libertad de expresión, de asociación, de prensa, de religión, etcétera. Expresan un límite a la acción del Estado. Con otras palabras, el Estado tiene, como una de sus principales misiones, proteger estos derechos individuales.

También es característico del pensamiento liberal la preferencia por la iniciativa privada frente a la actuación estatal. Lo que no significa, como dicen algunos críticos, que el liberalismo pretenda la desaparición del Estado. En absoluto. Dicho de otro modo, el liberalismo quiere alejarse, todo lo posible, de fórmulas que han incentivado y sacralizado el papel del Estado. Los ejemplos más exagerados y perniciosos serían: el fascismo, el nazismo y el comunismo. Se trata de estados totalitarios. No creo que haga falta argumentar mucho en su contra. Afortunadamente, la gran mayoría de los ciudadanos repelen estas formas antiliberales y totalitarias de entender la vida política.

Frente a la interferencia obsesiva del Estado en la vida de los ciudadanos, el liberalismo enfatiza la importancia de la autonomía individual, entendida como la capacidad de las personas para imaginar y perseguir diferentes proyectos y estilos de vida. Pero resulta que la autonomía personal necesita una cierta provisión de recursos para que no se quede en una simple palabra. Es decir, tengo autonomía pero, tal vez, no tenga recursos suficientes para llevar a cabo mis proyectos. No concretaremos el tipo de proyecto deseado porque no es lo mismo querer ir a la escuela para aprender a leer y escribir, que el proyecto de tomarse dos años de vacaciones pagadas en la isla de Bali. Especialmente si los demás tienen que pagarlos.

A pesar de que el Estado de Bienestar forma parte de nuestra cultura y de nuestras expectativas democráticas, tiene algunos problemas. Uno de ellos es el de su sostenibilidad. Otro serio problema es su negativo efecto, en general, sobre el crecimiento económico. Ambos aspectos están relacionados.

Al hablar de sostenibilidad, no nos referimos a que no sea sostenible en absoluto y haya que eliminarlo de raíz. Esto no lo han hecho ni los políticos más criticados por su liberalismo. Por ejemplo, el Reino Unido sufrió, en la década de los setenta, un estancamiento económico severo. Una de las más importantes causas fue su fuerte intervencionismo y su alto nivel impositivo. El malestar ciudadano ayudó a que Margaret Thatcher ganara las elecciones en 1979. Pero ni siquiera esta denostada liberal eliminó el E. de B. Básicamente, disminuyó impuestos y privatizó una serie de industrias que habían sido nacionalizadas.

Con esto se pretende aclarar que la crítica a los planteamientos socialdemócratas, desde una perspectiva liberal, no implica la eliminación del Estado de Bienestar. Lo que sí implica es su adelgazamiento. ¿Por qué hay que adelgazar el E. de B.? El adelgazamiento ´adecuado´, del Estado del Estado de Bienestar, se interpreta de forma diferente por diferentes países. No obstante, hay algunos rasgos comunes que deben permanecer: la garantía de algunos derechos mínimos, la cobertura (al margen del mercado) de algunas necesidades básicas, el seguro de desempleo, jubilación, o apoyo para ciertos tipos de incapacidades.

Ya a finales del siglo XX, empiezan a sonar con fuerza las críticas contra el E. de B. Entre ellas se citan las siguientes: sus programas sociales permiten, en ciertos casos, vivir sin trabajar; dificultan la consecución del pleno empleo; dificultan la competencia en los ámbitos en los que interviene la ayuda pública; disminuyen la iniciativa y la responsabilidad individual, ya que desincentiva a los ciudadanos para trabajar e invertir. En palabras del clarividente A. de Tocqueville:

´El proceso no aniquila propiamente la voluntad del hombre, pero lo ablanda, la doblega y la dirige. No se obliga a los hombres a actuar de cierta manera, pero se restringe su libertad de actuar. Este poder no destruye, reprime; no tiraniza sino que comprime, fastidia, apaga y embrutece a los pueblos hasta que las naciones se transforman en rebaños de bestias tímidas y laboriosas y el gobierno se constituye en su pastor´.

Desde C.F. Bastiat a Henry Hazzlitt, se pone en evidencia que los aplausos generalizados que recibe el gasto público, se deben a que solamente se ve lo que se quiere ver. Es decir, el bien que tal gasto público puede producir en un ámbito de la sociedad. Pero ni se ve, ni se quieren ver, las ventajas que este dinero hubiese producido en manos privadas. Es decir, si se hubiera mantenido en los bolsillos de los contribuyentes para que lo gastaran a su voluntad, o lo depositaran en un banco. Precisamente a Bastiat debemos la idea de que: ´El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo aspira a vivir a costa de los demás´.

Dicho con otras palabras, el E. del B. da, en general, servicios caros e ineficientes, provoca aumento de impuestos, genera muchas e innecesarias reglamentaciones y desincentiva a la sociedad porque pone en cuestión la responsabilidad y el esfuerzo individuales. Y no se han encontrado, hasta hoy, mejores elementos que favorezcan el crecimiento económico que el trabajo de los ciudadanos, el ahorro, la inversión y la libre iniciativa. Eso sí, en un contexto de seguridad jurídica y poca corrupción, ya que cero es imposible.

Pero ¿es el liberalismo responsable de esta crisis? ¿Es verdad que el mercado, sin regular, conduce al caos? ¿Es verdad que el Estado, al fin, ha tenido que meter las manos para arreglar la situación?

Para empezar, el mercado está regulado. Muchos economistas opinan que está regulado en exceso. Otra cosa es que los controles y supervisiones estatales no hayan funcionado bien y las regulaciones no se hayan cumplido. En segundo lugar, no es cierto que el Estado esté de observador de la situación económica y aparezca en momentos de crisis. Por el contrario, el Estado interviene en la economía de forma decisiva. De ahí que no tenga sentido hablar del Estado actual como un Estado liberal.

Por ejemplo, en Europa muchos Estados manejan alrededor del 50% del PIB, lo que da muestras de su importancia en la economía de sus respectivos países. Además, los teóricos de ´la elección pública´ (Buchanan y Tullock) han mostrado que los fallos del Estado (las medidas socioeconómicas que adopta y que no tienen éxito) tienen que incluirse junto con los ´fallos del mercado´. Es falso, por tanto, contraponer ´los fallos del mercado´ a las ´bondades del Estado´.

De ahí que un serio peligro es hacer creer que la crisis actual sea responsabilidad del liberalismo. La consecuencia es que muchos ciudadanos estarán dispuestos a que los políticos alcancen, todavía, mayores cuotas de poder. O sea, profundizar en el capitalismo de Estado. Mucho peor el remedio que la enfermedad.

* Los miembros del Grupo Ramon Llull son Antonio Alemany, Sebastián Urbina, Sebastián Jaume, Rafael Gil-Mendoza, Román Piña Homs, Miguel Nigorra y Joan Font Rosselló.

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