viernes, 8 de julio de 2011

COBARDES




 EL SÍNDROME DE BILDU.

Aturdidos por el terror de tantos muertos y atentados, la ciudadanía española está aceptando como normales, o al menos como inevitables, los postulados y fines políticos de la banda terrorista ETA. 

"Todo se puede discutir en democracia", se dice como si acabáramos de descubrir la pólvora, sin darnos cuenta de que precisamente es un sistema democrático porque no todo se puede defender. Por ejemplo, el crimen. Pero puestos a ser comprensivos, nos cuelan valores que hoy por hoy no están contemplados en la Constitución.

El mal menor que representa Bildu respecto a ETA nos impide tomar conciencia de los abusos que hacen a diario, y que en una democracia no tutelada por la chulería y el crimen serían inaceptables. En una democracia sin esas carencias, las fricciones de conflictos ideológicos se dilucidarían dentro de las instituciones y sin chantajes ni hechos consumados. 

Lo contrario que nos ocurre con Bildu: retira banderas constitucionales o retratos del jefe del Estado, se prepara para hacer referendos de autedeterminación, esquiva mociones en Ermua para evitar condenarla o pedir su disolución, propone por el contrario negociaciones entre el Estado y ETA como si el crimen fuera el aval democrático para medirse entre instituciones idénticas... Por este camino normalizará comportamientos ajenos a nuestro ordenamiento jurídico por la vía de los hechos consumados y la colaboración acomodaticia –y en muchos casos directamente cobarde– de nuestros políticos y jueces. Sin olvidarnos de la propia ciudadanía que, vencida psicológicamente por los vándalos, renuncia a plantar batalla con la esperanza de que "nos dejen en paz". Sin advertir que toda paz que no se gana, se padece.


Nos hemos rendido ante el mal menor. Como aquella madre que llegó un día al hospital de Belviche de Barcelona con su hija adolescente y la mosca detrás de la oreja ante la sospecha de que sus mareos y vómitos fueron el síntoma de un embarazo. Me contó esta anécdota magistral, Juan Carlos, un médico amigo mío que por entonces hacía las prácticas en dicho hospital. El adjunto y médico responsable procedió en esa ocasión como solía en situaciones análogas: "Mire señora, esto sólo pueden ser dos cosas, o su hija está embarazada o es un cáncer". El resto ya se lo pueden imaginar, aquella pobre señora acababa abrazando a su hija de alegría en cuanto el médico hacía la pamplina de darle los resultados del embarazo.

La anécdota, verídica y simbólica a la vez, (aunque ajena a los valores comparados), nos dice mucho de nosotros mismos. Estamos tan preocupados porque ETA desaparezca que acabaremos consintiendo a sus gestores de Bildu todos los fines por los cuales mataron. Y no es una cuestión sólo ni principalmente de nuestros políticos, sino de nuestros medios de comunicación y nuestros ciudadanos. Fíjense en las portadas, y en las disputas parece que la cuestión sea que Bildu condene, se avergüence y pida la disolución de ETA, cuando en realidad lo que les tendríamos que combatir son los fines que defienden. El desafío a la ley, su renuncia a pedir la disolución de ETA, no es cuestión de argumentos o votos, sino de tribunales.

Aturdidos por el terror, le acabamos consintiendo que sus postulados sobre la independencia, su matonismo y rechazo de escoltas en instituciones que dominan, el monolingüismo, el insulto y la exclusión de símbolos constitucionales, su organización territorial, su ocupación de espacios públicos, a veces barrios y pueblos enteros... los tomemos como una fatalidad y los asumamos con tal que de que no nos maten.

ETA está fuera de la dialéctica política, pero los incumplimientos legales y los fines políticos de sus gestores debemos combatirlos sin despistarnos con el alpiste de la paz. La paz no se discute, se impone por la ley. Los objetivos políticos, sí. Es cuestión de empezar por tomar conciencia del síndrome de la madre vencida por la amenaza del cáncer. (Antonio Robles/ld)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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