domingo, 24 de julio de 2011

MASACRE EN NORUEGA








UN DESEQUILIBRADO NEONAZI SIEMBRA EL PARAÍSO NÓRDICO CON 92 CADÁVERES.

El significado de la palabra conmoción no sería bastante para definir el estado en el que los sucesos del viernes han sumido a Noruega. Ni el silencio imponente en las calles de Oslo, ni los militares patrullando por sus calles, algo que en este país nadie ha visto en los últimos sesenta años, pueden dar una idea de la consternación en la que los noruegos se han hundido después de la masacre. Las dimensiones de la matanza de la isla de Utoya y la bomba contra las oficinas del Gobierno han hecho saltar en pedazos el sueño de un país apacible y feliz. La constatación de que el causante de tanto dolor ha sido precisamente un noruego —alto y rubio— de 32 años añade aún más estupor a los menos de cinco millones de habitantes de este país. 

Anders Behgring Breivik, que se define a si mismo como «cristiano» en las redes sociales que frecuentaba, es la persona que ha sido detenida acusada de haber colocado el coche bomba en el centro de la ciudad antes de ir a la isla de Utoya disfrazado de policía y armado.

Diabólica planificación

Su crimen ha sido tan diabólicamente planificado, tan complejo, tan cronometrado, que no se puede que pensar que se trata de una mente prodigiosa al servicio del Mal. El asesino había estudiado Administración de Empresas, pero tenía una granja. La cobertura de la granja le permitió adquirir seis toneladas de fertilizantes sin levantar sospechas. El fertilizante lo utilizó para fabricar el explosivo del coche bomba que haría explotar junto a la sede del gobierno, en el centro de Oslo.

Con ese atentado intentó acabar con la vida del primer ministro, Jens Stoltenberg, y del mayor número de personas. Pero también distraer la atención de la Policía. En cuanto estalló el coche bomba, el asesino —vestido con traje de oficial de la Policía y armado hasta los dientes— se dirigió a la isla de Utoya. Allí las juventudes del Partido Socialista noruego organizan un campamento de verano. Y allí estaba previsto que acudiera ayer el primer ministro.

Los muchachos —todos de edades de entre 15 y 20 años— ya se habían congregado para discutir sobre el atentado de Oslo. Gracias a su uniforme de policía, el asesino no tuvo ninguna dificultad en acceder al campamento. Les contó que había acudido para su seguridad, y les pidió que se congregaran, que se reunieran todos. «Acercáos. No tenéis nada que temer», les dijo.

Entonces comenzó a hacer fuego indiscriminadamente. Los chicos intentaron esconderse entre los arbustos, en las dependencias del campamentos, tras las rocas. El les buscaba uno a uno. Les señalaba con el dedo. Les decía: «Vas a morir». Y les disparaba. A los que intentaban escapar a nado también les disparaba. Varios de los chicos murieron ahogados, pues hay una distancia de quinientos metros entre la isla y la costa más cercana.

Lo asombroso es que el criminal estuvo disparando contra los muchachos durante una hora y media. La Policía tardó cuarenta minutos en llegar a la isla de Utoya. Pero, aun después de tenerle cercado, no le fue fácil acabar con él. La Prensa noruega señala que finalmente helicópteros de la Policía consiguieron reducirle con gases lacrimógenos. Los chiquillos llamaban a sus familias desesperados. Los testimonios de las escenas de terror vividas por los chiquillos son estremecedoras. Algunos sobrevivieron haciéndose pasar por muertos. O escondidos entre los muertos.l

El doble atentado fue tan complejo que se pensó que el asesino contaba con un cómplice. Aunque la Policía, por el momento, no quiere dar mucho crédito a esta posibilidad, sin excluirla del todo. Son muchas aún las incógnitas del doble atentado. Pero los investigadores noruegos mantienen una gran discreción. Mas allá de que el terrorista ha confesado que, en efecto, disparó en la isla, poco más ha contado sobre el curso de la investigación.

Como dijo el propio primer ministro Jens Stoltenberg, «una isla paradisiaca fue transformada en el infierno». Oficialmente, el asesino habría causado la muerte de 85 personas en el campamento de las Juventudes Socialistas —la inmensa mayoría adolescentes, aunque también había entre ellos varios adultos—, a los que habría que sumar las siete personas que perdieron la vida en la explosión del coche bomba en Oslo. No obstante, se teme que este balance aumente, pues la Policía ha confirmado que puede haber cadáveres entre los escombros producidos por el coche bomba. Y que aún podrían aparecer los cuerpos de más jóvenes asesinados en la isla de Utoya, especialmente bajo las aguas, de aquellos que fueron tiroteados al intentar huir o que murieron ahogados.

Cientos de jóvenes

En el campamento se encontraban unos setecientos jóvenes, el futuro del Partido Socialista noruego, la formación que ha dominado la vida política del país desde la Segunda Guerra Mundial. El trauma de este partido va a ser duradero. Desde la orilla del lago Tyrifjord, algunos vecinos pudieron ver a decenas de jóvenes saltando al agua y pidiendo socorro, cuando trataban de huir de la masacre. Durante todo el día de ayer, lanchas de la policía exploraron la zona en busca de desaparecidos. «Ha sido una tragedia», ha dicho el primer ministro. «Conocía a muchas de las víctimas y a sus padres, yo mismo he estado en este campamento todos los años desde 1979 y allí solo había alegría y seguridad».

Como un videojuego

En el infierno de Utoya algunos supervivientes han podido contar cómo el asesino estuvo disparando contra los jóvenes como si se tratase de un videojuego. Varios de los jóvenes que estaban en el campo han reconocido en la televisión noruega que al principio «creyeron que se trataba de una broma». Tan sólido es el sentimiento de seguridad tradicional en este país, que la policía nunca va armada. Toda esa percepción tan arraigada es lo que el asesino ha hecho saltar por los aires.

«Un hombre de convicciones equivale a una fuerza de 100.000 que solo tienen intereses», escribió el asesino en su cuenta de Twitter el pasado día 17. El sujeto se definió como aficionado al culturismo, las ideas ultraconservadoras y la masonería. Uno de sus conocidos ha dicho a la prensa noruega que empezó a tomar posiciones extremistas hace unos cinco años, «en forma de nacionalismo radical, críticas contra los inmigrantes y contra el multiculturalismo».

El asesino tenía licencia de armas y se cree que gracias a su trabajo en una explotación agrícola pudo hacerse con los productos necesarios para fabricar el explosivo sin levantar sospechas. La gravedad de lo que ha sucedido en el campamento de Utoya ha hecho pasar a un segundo plano la bomba contra el edificio que alberga las oficinas del primer ministro. En otras circunstancias, este hecho habría bastado para quebrar el aliento de los noruegos. Con lo que pasó en la isla de Utoya, se les ha parado el corazón. (ABC)

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