(Éxito sin precedentes del comunismo, esta vez en Corea del Norte. Más del diez por ciento de la población no podría sobrevivir sin la ayuda humanitaria de la ONU. ¡Vote comunista! ¡Vote futuro!)
ENFERMOS DEL COCO.
Tensión en la Península de Corea. El régimen comunista de Kim Jong-un
ya está en posición de combate para atacar objetivos de EEUU y sus
vecinos y enemigos del sur.
Mientras los norcoreanos, ya en "estado de guerra", redoblan su apuesta nuclear y juguetean con el botón rojo, las potencias occidentales preparan su respuesta militar.
Y mientras, a casi 10.000 kilómetros de Pyongyang, en la localidad
madrileña de San Fernando de Henares, la Unión de Juventudes Comunistas
de España (UJCE) celebraba su duodécimo congreso este domingo.
Revela 'El Confidencial Digital'
este 4 de abril de 2013 que la organización de los cachorros del PCE,
respaldada por José Luis Centella (secretario general comunista y
diputado de Izquierda Unida) y por Cayo Lara (coordinador federal de
IU), aprobaba "una resolución en solidaridad con Corea del Norte y su lucha antiimperialista y en condena con la amenaza yanki".
El texto, en cambio, no mencionaba que "casi tres millones de
norcoreanos [en un país que no llega a los 25 millones de habitantes,
según el Banco Mundial] no pueden sobrevivir sin la ayuda humanitaria", según un informe reciente de la ONU. (Periodista Digital).
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LA VIDA DE LOS OTROS.
No hablaré de la película La vida de los otros más que a
grandes rasgos. Prefiero que cada uno descubra por sí mismo las miserias
y grandezas del ser humano y la inevitable maldad de los
totalitarismos. Prefiero hablar de las ideas que subyacen y envuelven esta excelente película de 2006,
que supuso el debut como guionista y director de Florian Henckel. La
película transcurre en el Berlin Oriental durante los últimos años de
existencia de la RDA y muestra el control ejercido por la policía
secreta (Stasi) sobre los círculos intelectuales.
Está protagonizada por
Ulrich Mühe, Sebastian Koch, Martina Gedeck y Ulrich Tukur. La vida de los otros nos muestra una historia que transcurre
en un paraíso comunista, la Alemania del Este, en 1984. Como es propio
de los sistemas totalitarios, el Estado socialista quiere saberlo
absolutamente todo. Y a todos espía. Por su bien, claro está. Esta es
una característica típica de los totalitarismos. El control de los
súbditos (ya que sería un sarcasmo hablar de ciudadanos) se ejerce desde
la cuna hasta la tumba. Y el terror generalizado, a través de una
policía secreta con amplísimas competencias para hacer lo que crea
conveniente para defender al Estado socialista.
Lean estas palabras que producen escalofríos. Lo relata un
superviviente de los kemeres rojos de Camboya, llamado Pin Yathay. Uno
de los guardianes, le dice: ‘Donde quiera que vayas, la Angkar (es el
aparato estatal) es siempre la dueña de tu destino. Es esencial que lo
sepas’.
Este aspecto diferencia el totalitarismo de otros sistemas, no
democráticos, que limitan o eliminan las libertades de los individuos,
pero sin pretender un control total de la vida de las personas, ni un
cambio radical de las estructuras socio-económicas.
También es muy ilustrativo lo que dice Vázquez Rial en La izquierda reaccionaria:
‘Breznev y Kosiguin no empezaron a encerrar a los disidentes en
clínicas psiquiátricas porque se sintieran en la necesidad de disimular
que en la Unión soviética había presos políticos, cosa que se sabía en
todas partes, sino porque realmente creían que la disidencia era una
forma de enfermedad mental.
La de cosas que se pueden hacer con esta creencia interiorizada en la
mente de las autoridades políticas y los burócratas a su servicio.
¡Nada menos que meter en clínicas psiquiátricas a los disidentes, por su
propio bien!
Volviendo a la película, la policía (Stasi) incluso vigila a un
famoso escritor que ‘cree’ en el socialismo. Se trata de un hombre del
régimen, que vive con una famosa actriz. También del régimen. Aunque
lean periódicos occidentales, beban güisqui de importación, organicen
fiestas de intelectuales, y se permitan ciertas críticas al régimen.
Pero ellos, a pesar de que son personas inteligentes, no pueden creer
que también les espíen a ellos. Se trata del autoengaño. Tan habitual en
los humanos. No creo lo que no quiero creer, o lo que no me conviene
creer…
A principios del siglo XX, Trotsky presentó a Lenin un marxista
alemán llamado Willi Münzenberg. Comentó este último que el triunfo
revolucionario no podría dominar Europa a menos que se contara con la
ayuda de lo que él llamaba, con cierto desdén, “el club de los
inocentes”. Lo que en tiempos fue la Alianza de Intelectuales
Antifascistas que era una defensa de la Unión Soviética ante el mundo
progresista occidental. Bien es cierto que Antonio Gramsci (1891-1937)
también habló de hegemonía cultural para poder dominar a la sociedad,
dada la insuficiencia de los aparatos represivos.
O sea, con el halago o la subvención de los intelectuales
“comprometidos”, se consigue la hegemonía cultural de la izquierda.
Ellos ayudaron a que el mundo progresista occidental (y compañeros de
viaje) creyera que la Unión Soviética era el auténtico enemigo de los
totalitarismos. En esta trampa cayeron miembros reputadísimos del ‘club
de los inocentes’. Gentes de gran valía intelectual como Ernest
Hemingway, André Gide, H. G.Wells, John Dos Passos, André Malraux,
Albert Einstein, o Bertol Brecht, entre muchos otros. O sea,
intelectuales comprometidos.
En la película, todos saben, aunque no se
atrevan a decirlo, que absolutamente todo depende del régimen.
La famosa actriz acepta acostarse con el Ministro de Cultura porque
irritar a los jerifaltes socialistas es muy peligroso. Su éxito
artístico podría desvanecerse. Incluso ella misma podría desvanecerse
físicamente. Su doble vida, engañando al hombre que ama, la lleva a las
drogas.
Llega a convertirse en una piltrafa humana, gracias al Estado
socialista. Pero la han forzado a actuar así los miembros de la Stasi. O
sea, la policía secreta del Estado socialista. La protagonista, llega
incluso a delatar al hombre que ama para salvarse ella de las garras de
la policía. Más tarde, se suicida.
Hay un socialista decente, en la
película. Se trata del capitán de la Stasi, Wiesler. Un comunista
convencido que llega a darse cuenta de la corrupción de sus jefes. Por
eso esconde una máquina de escribir que hubiera servido para meter en la
cárcel al famoso escritor (Dreyman, en la película) que, al fin había
despertado de su letargo ideológico. Escribió un duro artículo contra el
Estado socialista que se había entregado (en secreto) a una revista de
Alemania Occidental. El policía decente lo paga muy caro. Por eso había
tan poca gente decente entre los socialistas alemanes del paraíso
comunista.
¿Cómo es posible tanta barbarie como la que puede verse en la
película? Porque hay gentes que son perfeccionistas sociales, algo muy
diferente del perfeccionismo individual. Estas gentes, ya no pueden
soportar por más tiempo la injusticia y la opresión capitalistas y se
lanzan de cabeza a la sociedad ideal. Es decir, imponen la utopía, el
paraíso comunista. El resultado es un fracaso total. Pobreza,
sufrimiento y muerte, física y del espíritu. Y, por supuesto, la culpa
es de los demás.
¿Aprenden la lección? ¿Piden excusas? Nada de nada. Se
trata, dicen ellos, de una incorrecta aplicación de la ”verdadera
doctrina”. Siguen igual. Lo volverán a intentar, si pueden. Por tanto,
son un peligro para la libertad y la democracia.
Por cierto, Alemania
Oriental (1984), tenía la segunda tasa de suicidios más alta de Europa.
El número uno lo ostentaba otro paraíso comunista, Hungría. Éxitos del
socialismo realmente existente.
Todo esto sucedió en 1984. ¿Qué piensan los comunistas de hoy?
Paco Frutos, que fue Presidente del PCE, declaró en 2009: ”No
celebraré la caída del Muro de Berlín. Demagogias, las justas”. ‘Cuatro
farsantes celebran la caída del Muro’.
Por si fuera poco, en una entrevista a El País, arremetía contra el capitalismo, al que culpaba del fracaso del “modelo novedoso” que suponía la URSS.
No muy lejos se sitúa Julio Anguita.
A la pregunta de ¿Qué es ser comunista hoy en día?, responde lo
siguiente:
“Apostar por otra sociedad en la que se pase del reino de
la necesidad al de la libertad. Para mí ser comunista hoy es trabajar
continuamente para subvertir la actual sociedad con un horizonte, el
cumplimiento de la solemne declaración de derechos humanos que incluye
derechos sociales para los 6.300 millones de habitantes del planeta, y
eso no lo resiste el sistema económico actual. Mi comunismo, aparte de
ser una especie de nostalgia por una sociedad que todavía no es, es un
imperativo a luchar continuamente por cambiar la actual. En eso soy
absolutamente fiel a Marx”.
Pues si es tan fiel a Marx le recordaremos esto: ‘El arma de la
crítica no puede sustituir a la crítica de las armas’, en la Crítica de
la filosofía del Derecho de Hegel.
Dos breves consideraciones a la declaración de Anguita:
‘Subvertir’ la sociedad actual puede hacerse por las buenas o por las
malas. Si no basta por las buenas, los comunistas (y compañeros de
viaje) nunca han tenido problemas para utilizar la violencia. Que es,
dicen ellos, ‘la partera de la historia’.
La segunda consideración, es la ceguera que provoca el sectarismo
ideológico. Anguita dice que el capitalismo es incompatible con la
ampliación de los derechos humanos y sociales a todas las personas del
planeta. El que esté interesado en comprobar que Anguita va mal
encaminado, puede leer, entre otros, ‘En defensa del capitalismo global’
de Johan Norberg, en el que muestra, con cifras, el avance, en
bienestar de los países que se han incorporado a la economía de mercado.
Y comparar esta situación con los países que han mantenido y mantienen
sistemas de intervencionismo estatal. Datos en mano, no hay color.
Y para terminar, otra perla comunista.
José Luis Centella, elegido nuevo Secretario General del PCE, en
sustitución de Paco Frutos, dijo, en Noviembre de 2009: ‘No tenemos que
pedir perdón por nada’. Y tiene razón el buen hombre. El libro negro del comunismo,
dirigido por Stéphane Courtois y cinco historiadores más, del CNRS, ha
mostrado que pesan sobre las espaldas del comunismo más de 90 millones
de muertos. Sin embargo, ¿Para qué pedir perdón si bastan las buenas
intenciones?
Sebastián Urbina.
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