jueves, 4 de abril de 2013

ENFERMOS DEL COCO

 (Éxito sin precedentes del comunismo, esta vez en Corea del Norte. Más del diez por ciento de la población no podría sobrevivir sin la ayuda humanitaria de la ONU. ¡Vote comunista! ¡Vote futuro!)








ENFERMOS DEL COCO.

Tensión en la Península de Corea. El régimen comunista de Kim Jong-un ya está en posición de combate para atacar objetivos de EEUU y sus vecinos y enemigos del sur.

Mientras los norcoreanos, ya en "estado de guerra", redoblan su apuesta nuclear y juguetean con el botón rojo, las potencias occidentales preparan su respuesta militar.

Y mientras, a casi 10.000 kilómetros de Pyongyang, en la localidad madrileña de San Fernando de Henares, la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) celebraba su duodécimo congreso este domingo.

Revela 'El Confidencial Digital' este 4 de abril de 2013 que la organización de los cachorros del PCE, respaldada por José Luis Centella (secretario general comunista y diputado de Izquierda Unida) y por Cayo Lara (coordinador federal de IU), aprobaba "una resolución en solidaridad con Corea del Norte y su lucha antiimperialista y en condena con la amenaza yanki".

El texto, en cambio, no mencionaba que "casi tres millones de norcoreanos [en un país que no llega a los 25 millones de habitantes, según el Banco Mundial] no pueden sobrevivir sin la ayuda humanitaria", según un informe reciente de la ONU. (Periodista Digital).

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LA VIDA DE LOS OTROS.

No hablaré de la película La vida de los otros más que a grandes rasgos. Prefiero que cada uno descubra por sí mismo las miserias y grandezas del ser humano y la inevitable maldad de los totalitarismos. Prefiero hablar de las ideas que subyacen y envuelven esta excelente película de 2006, que supuso el debut como guionista y director de Florian Henckel. La película transcurre en el Berlin Oriental durante los últimos años de existencia de la RDA y muestra el control ejercido por la policía secreta (Stasi) sobre los círculos intelectuales.

 Está protagonizada por Ulrich Mühe, Sebastian Koch, Martina Gedeck  y Ulrich Tukur. La vida de los otros nos muestra una historia que transcurre en un paraíso comunista, la Alemania del Este, en 1984. Como es propio de los sistemas totalitarios, el Estado socialista quiere saberlo absolutamente todo. Y a todos espía. Por su bien, claro está. Esta es una característica típica de los totalitarismos. El control de los súbditos (ya que sería un sarcasmo hablar de ciudadanos) se ejerce desde la cuna hasta la tumba. Y el terror generalizado, a través de una policía secreta con amplísimas competencias para hacer lo que crea conveniente para defender al Estado socialista.

Lean estas palabras que producen escalofríos. Lo relata un superviviente de los kemeres rojos de Camboya, llamado Pin Yathay. Uno de los guardianes, le dice: ‘Donde quiera que vayas, la Angkar (es el aparato estatal) es siempre la dueña de tu destino. Es esencial que lo sepas’.

Este aspecto diferencia el totalitarismo de otros sistemas, no democráticos, que limitan o eliminan las libertades de los individuos, pero sin pretender un control total de la vida de las personas, ni un cambio radical de las estructuras socio-económicas.

También es muy ilustrativo lo que dice Vázquez Rial en La izquierda reaccionaria: ‘Breznev y Kosiguin no empezaron a encerrar a los disidentes en clínicas psiquiátricas porque se sintieran en la necesidad de disimular que en la Unión soviética había presos políticos, cosa que se sabía en todas partes, sino porque realmente creían que la disidencia era una forma de enfermedad mental.
La de cosas que se pueden hacer con esta creencia interiorizada en la mente de las autoridades políticas y los burócratas a su servicio. ¡Nada menos que meter en clínicas psiquiátricas a los disidentes, por su propio bien!

Volviendo a la película, la policía (Stasi) incluso vigila a un famoso escritor que ‘cree’ en el socialismo. Se trata de un hombre del régimen, que vive con una famosa actriz. También del régimen. Aunque lean periódicos occidentales, beban güisqui de importación, organicen fiestas de intelectuales, y se permitan ciertas críticas al régimen. Pero ellos, a pesar de que son personas inteligentes, no pueden creer que también les espíen a ellos. Se trata del autoengaño. Tan habitual en los humanos. No creo lo que no quiero creer, o lo que no me conviene creer…

A principios del siglo XX, Trotsky presentó a Lenin un marxista alemán llamado Willi Münzenberg. Comentó este último que el triunfo revolucionario no podría dominar Europa a menos que se contara con la ayuda de lo que él llamaba, con cierto desdén, “el club de los inocentes”. Lo que en tiempos fue la Alianza de Intelectuales Antifascistas que era una defensa de la Unión Soviética ante el mundo progresista occidental. Bien es cierto que Antonio Gramsci (1891-1937) también habló de hegemonía cultural para poder dominar a la sociedad, dada la insuficiencia de los aparatos represivos.

O sea, con el halago o la subvención de los intelectuales “comprometidos”, se consigue la hegemonía cultural de la izquierda. Ellos ayudaron a que el mundo progresista occidental (y compañeros de viaje)  creyera que la Unión Soviética era el auténtico enemigo de los totalitarismos. En esta trampa cayeron miembros reputadísimos del ‘club de los inocentes’. Gentes de gran valía intelectual como Ernest Hemingway, André Gide, H. G.Wells,  John Dos Passos, André Malraux, Albert Einstein, o Bertol Brecht, entre muchos otros. O sea, intelectuales comprometidos. 

En la película, todos saben, aunque no se atrevan a decirlo, que absolutamente todo depende del régimen.

La famosa actriz acepta acostarse con el Ministro de Cultura porque irritar a los jerifaltes socialistas es muy peligroso. Su éxito artístico podría desvanecerse. Incluso ella misma podría desvanecerse físicamente. Su doble vida, engañando al hombre que ama, la lleva a las drogas. 

Llega a convertirse en una piltrafa humana, gracias al Estado socialista. Pero la han forzado a actuar así los miembros de la Stasi. O sea, la policía secreta del Estado socialista. La protagonista, llega incluso a delatar al hombre que ama para salvarse ella de las garras de la policía. Más tarde, se suicida.



Hay un socialista decente, en la película. Se trata del capitán de la Stasi, Wiesler. Un comunista convencido que llega a darse cuenta de la corrupción de sus jefes. Por eso esconde una máquina de escribir que hubiera servido para meter en la cárcel al famoso escritor (Dreyman, en la película) que, al fin había despertado de su letargo ideológico. Escribió un duro artículo contra el Estado socialista que se había entregado (en secreto) a una revista de Alemania Occidental. El policía decente lo paga muy caro. Por eso había tan poca gente decente entre los socialistas alemanes del paraíso comunista.

¿Cómo es posible tanta barbarie como la que puede verse en la película? Porque hay gentes que son perfeccionistas sociales, algo muy diferente del perfeccionismo individual. Estas gentes, ya no pueden soportar por más tiempo la injusticia y la opresión capitalistas y se lanzan de cabeza a la sociedad ideal. Es decir, imponen la utopía, el paraíso comunista. El resultado es un fracaso total. Pobreza, sufrimiento y muerte, física y del espíritu. Y, por supuesto, la culpa es de los demás.

¿Aprenden la lección? ¿Piden excusas? Nada de nada. Se trata, dicen ellos, de una incorrecta aplicación de la ”verdadera doctrina”. Siguen igual. Lo volverán a intentar, si pueden. Por tanto, son un peligro para la libertad y la democracia.

Por cierto, Alemania Oriental (1984), tenía la segunda tasa de suicidios más alta de Europa. El número uno lo ostentaba otro paraíso comunista, Hungría. Éxitos del socialismo realmente existente.

Todo esto sucedió en 1984. ¿Qué piensan los comunistas de hoy?
Paco Frutos, que fue Presidente del PCE, declaró en 2009: ”No celebraré la caída del Muro de Berlín. Demagogias, las justas”. ‘Cuatro farsantes celebran la caída del Muro’.

Por si fuera poco, en una entrevista a El País, arremetía contra el capitalismo, al que culpaba del fracaso del “modelo novedoso” que suponía la URSS.

No muy lejos se sitúa Julio Anguita.
A la pregunta de ¿Qué es ser comunista hoy en día?, responde lo siguiente:


 “Apostar por otra sociedad en la que se pase del reino de la necesidad al de la libertad. Para mí ser comunista hoy es trabajar continuamente para subvertir la actual sociedad con un horizonte, el cumplimiento de la solemne declaración de derechos humanos que incluye derechos sociales para los 6.300 millones de habitantes del planeta, y eso no lo resiste el sistema económico actual. Mi comunismo, aparte de ser una especie de nostalgia por una sociedad que todavía no es, es un imperativo a luchar continuamente por cambiar la actual. En eso soy absolutamente fiel a Marx”.

Pues si es tan fiel a Marx le recordaremos esto: ‘El arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas’, en la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel.

Dos breves consideraciones a la declaración de Anguita:
‘Subvertir’ la sociedad actual puede hacerse por las buenas o por las malas. Si no basta por las buenas, los comunistas (y compañeros de viaje) nunca han tenido problemas para utilizar la violencia. Que es, dicen ellos, ‘la partera de la historia’.

La segunda consideración, es la ceguera que provoca el sectarismo ideológico. Anguita dice que el capitalismo es incompatible con la ampliación de los derechos humanos y sociales a todas las personas del planeta. El que esté interesado en comprobar que Anguita va mal encaminado, puede leer, entre otros, ‘En defensa del capitalismo global’ de Johan Norberg, en el que muestra, con cifras, el avance, en bienestar de los países que se han incorporado a la economía de mercado. Y comparar esta situación con los países que han mantenido y mantienen sistemas de intervencionismo estatal. Datos en mano, no hay color.
Y para terminar, otra perla comunista.

José Luis Centella, elegido nuevo Secretario General del PCE, en sustitución de Paco Frutos, dijo, en Noviembre de 2009: ‘No tenemos que pedir perdón por nada’. Y tiene razón el buen hombre. El libro negro del comunismo, dirigido por Stéphane Courtois y cinco historiadores más, del CNRS, ha mostrado que pesan sobre las espaldas del comunismo más de 90 millones de muertos. Sin embargo, ¿Para qué pedir perdón si bastan las buenas intenciones?

Sebastián Urbina.


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