lunes, 8 de abril de 2013

MARGARET THATCHER Y RAJOY

 (Es la diferencia entre la 'política' con mayúsculas y la 'política' con minúsculas.)

 

 

 

 

Vergüenza: la Política de Thatcher abochorna la política de Rajoy

El pasado 12 de marzo llegué con la lengua fuera a una reunión en la sede madrileña de una importante entidad financiera extranjera con sucursal en la capital. Nos habían convocado a Nacho Cardero y a mi a comer con el fundador y, a su vez, director de inversiones de un hedge fund de la City bastante prestigioso especializado en mercados emergentes. No es algo extraño entre aquellos analistas que buscan mezclar el discurso oficial con una visión un poco más ‘outside the box’ en sus visitas a España.

Estábamos cerca de los postres cuando salió el tema del liderazgo político, más bien de su falta, en España. Y fue el propio gestor británico, de origen hindú, el que empezó a hablar de forma apasionada sobre Margaret Thatcher.

Nosotros vivíamos en el norte de Inglaterra, en una situación absolutamente precaria. Los cortes de luz eran frecuentes y la conflictividad laboral y social una constante. De hecho, las primeras medidas de la presidenta, alimentaron aún más la tensión al favorecer la acción empresarial frente a la sindical, lo privado versus lo público. Y, aunque entonces no entendíamos nada y nos sentíamos aún más cabreados, si yo puedo hoy estar sentado aquí es gracias a ella. Hizo lo que había que hacer. Y lo hizo de una manera jodidamente valiente. Me cambió la vida. Eso es lo que necesita su país’.

Este discurso se me quedó grabado en la memoria y ha aflorado de manera natural al conocer el fallecimiento de la líder conservadora, esa cuya existencia e influencia es ignota para buena parte de los escolares y universitarios españoles. Hagan la prueba. 

Refleja de modo coloquial y sucinto la diferencia entre la Política, con mayúsculas, y la timorata política a la que nos están habituando nuestros representantes en las democracias occidentales. 

La primera busca trascender a quién la ejecuta, se mantiene al margen de las servidumbres electorales y es característica de los estadistas, esto es: de personas con sentido de estado capaces de tomar decisiones en las que prima más la conveniencia colectiva que la propia, el interés común que el particular, el sacrificio personal por el bien de la comunidad que el rédito individual. Marca una línea de pensamiento y acción y la sigue contra viento y marea, por mucho desgaste que lleve asociada. Es coherente y consistente.

Mientras, la segunda resulta esquiva y bronca. Huye del compromiso hasta el punto de traicionar las promesas hechas al electorado y se centra en el ‘y tú más’ aunque suponga un ‘todos menos’. Navega por las aguas del tacticismo, se alimenta de las encuestas y vive en la conveniencia: blanco o negro da igual, con tal que cace ratones. Importa más el caladero de votos que el aparejo de la socialdemocracia o el liberalismo, no lo duden. Es mísera en sus fines y miserable en sus medios. Propia de escapistas. Y, sin embargo, la hemos dado por buena.

Estoy de acuerdo con ese ‘tiburón’ de la City al que probablemente nunca volveré a ver. La situación crítica de España exige mucho de lo primero y el arrinconamiento definitivo de lo segundo si se quiere evitar la definitiva ruptura entre votante y votado o una fragmentación del arco legislativo que provoque la ingobernabilidad del país en el peor momento posible. Una figura de empaque capaz de aglutinar en torno a sí a los mejores y echarse la nación a sus espaldas, resolviendo los problemas estructurales pasados y ofreciendo una promesa de futuro con un espíritu similar al de la Transición. No es cuestión de ideologías, de eso ya ha escrito Daniel Lacalle, sino de visión, plan y acción en función de las necesidades particulares de cada estado.

Pero hemos querido a Rajoy, y eso que estábamos avisados. Nuestra Margaret Thatcher, por tanto, tendrá que esperar. Y cuando quiera llegar, si llega, me temo será demasiado tarde… ¿Qué opinan? 
(S. MCCoy/El Confidencial.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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