miércoles, 27 de mayo de 2015

ESPAÑA










Por la subsistencia de España como nación independiente.


En el primer manifiesto recordábamos la importancia de la cultura para afirmar el futuro de un país como España, que padece un pésimo sistema de enseñanza y cada año se ve más satelizado a la cultura anglosajona; en el segundo aludíamos a los separatismos o procesos de balcanización, nuestro mayor problema político actual. 

Pero, relacionado con este, hay otro problema no menor a la larga, y es la progresiva destrucción de la soberanía, esto es, de la independencia de España, subordinándola a la burocracia de la UE. Los políticos españoles son seguramente los más ignorantes sobre Europa, pero también los más “europeístas”, entreguistas de soberanía (“hay que ceder grandes toneladas de soberanía”, ha dicho impunemente un ministro), como si la  soberanía fuese una propiedad particular suya con la que podrían hacer lo que quisieran. 

Así, el país sufre una doble presión destructiva: de balcanización por abajo y de disolución por arriba, presiones que no se contradicen, sino que se complementan

   La alarma ante la balcanización ha crecido mucho, afortunadamente, pero durante bastantes años casi nadie quería verla, y los que la denunciaban eran tachados de retrógrados y fachas.  Con la cuestión de la disolución, estamos en la primera posición: estamos sumidos en una beatería europeísta sin asomo de crítica y basada en un desprecio abierto o supuesto a nuestro propio país, idioma y cultura. Por ello me centraré aquí en señalar tres puntos:  

 Europa está formada por unos elementos culturales básicos comunes, cuya raíz principal es la religión cristiana, evolucionada a lo largo de siglos, y cauce también de la cultura grecolatina. Puede decirse que el cristianismo ha creado Europa en lucha con invasiones y con otras concepciones de la vida, y condicionando las evoluciones políticas e intelectuales.  

Sin embargo la actual UE corroe activamente esa raíz cultural promoviendo el llamado multiculturalismo, incluido el islam y la reducción del cristianismo al ámbito privado. A cambio se impone una especie de  religión del consumo, del “becerro de oro”, en la que “la economía lo es todo”, como ha sentenciado  el jefe del PP

No se trata de laicismo en el sentido de aconfesionalidad del estado, pues el estado  no debe ser confesional; se trata de que grupos políticos utilizan el poder del estado para cortar las raíces más profundas de Europa. Europa es algo muy distinto de la UE y sus burócratas y políticos. Hasta puede afirmarse que la UE es en gran medida antieuropea.

  La base común de Europa se ha diversificado profundamente, a lo largo de la historia, en culturas nacionales que han dado a la civilización europea su particular y fructífero dinamismo.  Sin embargo el designio de la UE es visiblemente acabar con esas diferencias, homogeneizar al continente  sobre la base de un endiosamiento de la economía y de un idioma, el inglés, como lengua privilegiada de la cultura y la comunicación, empleando como coartada la paz y la democracia.

 España sufre ese proceso de forma acelerada. En realidad ese proyecto homogeneizador y destructivo. Probablemente nunca se debió pasar de la Comunidad Económica Europea, beneficiosa a ese nivel pero no demoledora de la diversidad cultural. Además, dentro de la UE, España sufre una posición excepcionalmente humillante, por la presencia en su territorio de una colonia de un país supuestamente amigo, que obstruye el mismo eje de la defensa española y nos supedita a los intereses de la potencia que mantiene dicha colonia.  

Un país que mantiene una colonia en otro país no es una potencia amiga, sino esencialmente hostil.
 
Los serviles políticos y partidos actuales presentan a la UE como si hubiéramos “entrado en Europa”, cuando siempre hemos estado en ella. Hablan como si  le debiéramos la democracia, la prosperidad y hasta la misma existencia,  cuando la realidad es muy distinta. 

 España no debe nada a la UE. Casi todo el resto de Europa debe su democracia actual a la intervención bélica useña, ciertamente muy sangrienta,  mientras que nosotros nos la debemos a nuestra propia evolución pacífica y ordenada. Económicamente, España crecía a mayor ritmo y más sanamente  cuando estaba fuera, mientras que dentro hemos crecido más lentamente, con grandes tasas de paro y a trompicones. 

Hemos retrocedido enormemente en salud social (índices de fracaso familiar, violencia doméstica, fracaso escolar, drogadicción, abortos, delincuencia, etc.).  Políticamente, la pertenencia a la UE no nos ha ahorrado terrorismo ni frenado los separatismos. Y soportamos la mencionada humillación de Gibraltar, un acto de piratería permanente. 

A cambio de todo lo cual, se ha robado a España, ilegalmente las citadas “grandes toneladas de soberanía”.Estos son datos esenciales perfectamente comprobables, que nuestros políticos sustituyen por una retórica beata e ignorante.

Salir de la UE no es salir de Europa, y es difícil decir ahora si nos conviene salir o no. En cualquier caso, dentro de la UE es preciso recobrar soberanía y defender nuestros intereses de forma eficaz, abandonando el indecente servilismo de nuestros lacayunos políticos.

(Pio Moa/La Gaceta) 




ESPAÑA NECESITA UN PACTO DE ESTADO. 

Las elecciones municipales y regionales españolas tendrán consecuencias dramáticas. No porque hayan golpeado muy fuertemente a los populares, sino porque pueden acabar afectando muy negativamente al conjunto de la sociedad.
 
Es verdad que el Partido Popular fue el más votado, y el que más concejales obtuvo, pero, con relación a los comicios del 2011, perdió al 30% de sus electores. En aquella oportunidad, en números redondos, recibió 8.500.000 sufragios y ganó en casi todas las capitales y gobiernos regionales. En estas que acaban de celebrarse apenas llegó a 6 millones, y lo probable es que los socialistas del PSOE y los neocomunistas de Podemos establezcan coaliciones y les arrebaten el poder en casi toda España.

Es una pena que las dos formaciones mayores y más votadas, el PP (27%) y el PSOE (25%), no sean capaces de forjar un pacto de Estado como el que hoy existe en la Alemania de Merkel entre democristianos y socialdemócratas, al que muy bien podía incorporarse Ciudadanos, cuyo 7% de respaldo no es nada desdeñable.

Al fin y al cabo, el PSOE, un partido de centroizquierda, y el Partido Popular y Ciudadanos, de centroderecha, tienen más rasgos en común que el PSOE y Podemos, una formación chavista que apenas obtuvo el 10% de los votos, pese a lo cual posee la capacidad de destruir los fundamentos de la democracia liberal española.

Fue el PSOE, en época de Felipe González, el que privatizó muchas empresas estatales heredadas del franquismo, ratificó el ingreso del país en la OTAN y firmó el ingreso de España en la Unión Europea. Mientras fue el Partido Popular, cuando gobernaba José María Aznar, el que puso fin al servicio militar obligatorio, algo que la izquierda reclamaba desde hacía décadas.

Los dos partidos, o tres, si incluimos a Ciudadanos, aunque se empeñen en señalar lo que los separa, forman parte del gran esquema de la democracia liberal que rige en los países más civilizados y prósperos del planeta. Creen en las libertades individuales, en el respeto por los derechos humanos, en el pluralismo político, en la democracia como método para tomar decisiones y reemplazar las élites de gobierno, en el mercado y en que las actividades económicas se realizan mucho mejor en el ámbito privado que en el público, como la historia ha demostrado hasta el cansancio. En síntesis: suscriben los Criterios de Copenhague que dan forma y sentido a la Unión Europea.

Los neocomunistas de Podemos, en cambio, tienen otra visión de la sociedad, de la economía y de las relaciones internacionales. No creen en los derechos individuales, sino en los del pueblo. Tampoco suscriben la idea de gobiernos limitados por poderes que se equilibren, como predican los teóricos de esa secta en el nuevo constitucionalismo que recomiendan a los chavistas latinoamericanos.

El respaldo que brindan a dictaduras como la cubana, o a narcoestados como el venezolano –evidenciado en cómo votan sus eurodiputados en el Parlamento Europeo–, demuestra el poco aprecio que tienen a los derechos humanos, al pluralismo político y a la verdadera democracia como se practica en el mundo occidental, incluida España (hasta ahora).

Podemos no cree en la superioridad del mercado como método de asignación de recursos, sino en la buena voluntad de los burócratas. Sus dirigentes piensan que los empresarios suelen ser unos explotadores desalmados y los inversores extranjeros unos ventajistas. Suponen que el comercio libre siempre beneficia al poderoso, lo que les convierte en adversarios de los tratados internacionales de libre comercio, y prefieren un Estado omnímodo y controlador, costosísimo, que dirija la sociedad y establezca redes de dependencia clientelista, como sucede en Venezuela, lo que requiere de una enorme presión fiscal que acaba por ahogar el proceso de formación e inversión de capital.

Con semejantes ideas, que nada tienen que ver con la democracia liberal, cien veces puestas en práctica y cien veces fracasadas, es predecible que Podemos ahuyente las inversiones nacionales y extranjeras, destruya u obstruya el tejido empresarial, provoque la caída de la bolsa, crispe la sociedad y multiplique todos los problemas que aquejan a la sociedad española.

Es evidente que, con la enorme tasa de desempleo que sufre España, que alcanza al 50% de los jóvenes, lo que el país necesita es crear empresas, generar confianza, mejorar la calidad del capital humano, reducir los impuestos para atraer capitales y construir un clima social sosegado alejado de la lucha de clases, de la obsesión redistributiva y de las recetas colectivistas que han arruinado a decenas de países o les han impedido despegar en el terreno económico.

En las elecciones municipales de 2015 el Partido Popular ha salido muy mal, el PSOE tenido un resultado mediocre y Ciudadanos entrado con buen pie en la vida pública. Si no son capaces de pactar, van a hacer un daño terrible a España y ellos mismos acabarán destruidos. Ha sucedido antes.

(Carlos Alberto Montaner/ld)
 

No hay comentarios: