3/10/2008.
GEES. La estrategia neocon.
En el fondo, lo que está ocurriendo en Europa y Estados Unidos no debiera sorprendernos. Es la consecuencia económica de un hecho cultural de extrema gravedad que venimos denunciando. En los últimos decenios, se han ido relajando en nuestras sociedades cuestiones básicas para el buen funcionamiento, no ya del sistema económico, sino de la misma sociedad. Cuestiones morales, de principio. El respeto a las reglas y a las leyes por parte de los actores. El valor del esfuerzo y del trabajo para lograr la prosperidad y el enriquecimiento. La honradez, el respeto a la palabra, a la verdad y al otro en el trato entre personas o instituciones. La conciencia de que no se puede mentir ni engañar. De que cada cual –ciudadanos, empresas, instituciones– tiene que cumplir con su deber por encima de todo.
Como los neoconservadores hemos advertido, todo esto se ha erosionado en Occidente en los últimos tiempos, provocando problemas continuos. Una sociedad abandonada al goce material, al hedonismo desenfrenado, al cortoplacismo a la irresponsabilidad y a la pereza no podía desembocar más que en una crisis así. Por nuestra parte, está claro. El origen de la crisis financiera es el abandono ético occidental. Hoy, prosperar trabajando duramente está mal visto. Cumplir la ley si es posible no hacerlo es considerado de estúpidos. La honradez, la integridad y la virtud parecen cosas del pasado. Hacerse responsable de las propias decisiones, una rareza difícil de encontrar.
Así no puede funcionar, no ya el sistema financiero y económico, sino el propio orden social. En el caso español, el drama estriba en el hecho de que la crisis económica viene precedida y acompañada además de una crisis nacional de primera magnitud. No es sólo la crisis económica. España vive una crisis institucional aguda; con el Gobierno trabajando activamente en contra del Estado; con unas comunidades enfrentadas con el Estado y con otras comunidades; con un partido de la oposición más centrado en participar del poder que de defender unos valores; con un Parlamento cada vez más devaluado y un poder judicial fagocitado por el poder político. Y todo ello sobre la base de un pueblo español cívicamente enfermo, al borde del suicidio moral y cultural definitivo.
El relativismo moral está causando estragos entre los españoles quienes, durante los últimos cincuenta años, habían prosperado con ahínco, sacrificio y honradez. Sabían que sólo trabajando duramente se puede prosperar en la vida y, de hecho, prosperaron. Creían que algunas cosas estaban bien y otras mal y que determinadas barreras no se podían pasar, ni en los negocios ni en otros temas. Existía una preeminencia de la moral que evitaba que determinados comportamientos se llevaran a cabo.
Pero de un tiempo a esta parte, se ha extendido la idea de que despreciar la tradición cultural y ética española y que abominar de los valores de nuestros padres, abuelos y antepasados era sinónimo de progreso y modernidad. Atrás han quedado la ética del trabajo y del esfuerzo, la ambición por esforzarse, el ahorro y la responsabilidad en el gasto, el deber con las generaciones pasadas y futuras. Todo esto ha sido considerado conservador, antiguo y reaccionario, sobre todo por la izquierda y ahora también por la derecha. A quienes reivindicamos la primacía de lo moral, se nos acusaba de todo tipo de males.
Pues bien, este es el resultado: sin moral, la economía se hunde. A España, una nación en descomposición, la crisis económica la va a golpear más fuerte que a las demás, porque su capacidad de sacrificio y de aguante es más débil que en otros sitios al ser su moral también más débil. ¿Quieren nuestra receta para salir de la crisis? Recuperar los valores perdidos. Los de la revalorización del trabajo, del esfuerzo, de la responsabilidad; los del respeto a la ley, a las normas, a las reglas. Es necesario recordar los valores morales y religiosos que hoy en día están siendo abandonados. Menos laicismo, menos progresismo y más moral y más pensamiento fuerte. En resumen, lo que hace falta es poner en marcha de una vez por todas la receta neoconservadora.
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