miércoles, 8 de octubre de 2008

LEA, REFLEXIONE Y DECIDA.


Juan Ramón Sánchez Carballido. 'Empieza a implosionar el sistema capitalista'.

Decir que en estos días estamos asistiendo a un colapso del sistema financiero es muy poco decir. En realidad, presenciamos el primer indicio de eso que el gran teórico incorrecto francés Alain de Benoist venía advirtiendo desde hace años: que el final del sistema capitalista no sería explosivo, sino implosivo; es decir, que se iba a derrumbar sobre sí mismo, senda en que ya lo precedieran los comunistas. Como en el caso ruso, nadie esperaba que el punto de fractura se presentara tan de improviso, pues las previsiones menos optimistas lo situaban no antes de transcurridos unos cien años.

A diferencia del desmoronamiento soviético, sin embargo, aquí parece imponerse la sensación de que no ocurre nada. Casi nada, que diría el castizo: desde fechas recientísimas se puede afirmar con rigor la inviabilidad del sistema capitalista, una inviabilidad que pone de manifiesto su incapacidad para sostenerse a largo plazo sin el apoyo de papá Estado, ese gran Leviatán que los liberales aborrecen y al que atribuían la extensa nómina de nuestros males cotidianos.
Uno mira a su alrededor, compra la prensa y hasta consulta a los amigos que acertaron a matricularse en Económicas para buscar una respuesta a la cuestión que verdaderamente importa: y ahora, qué. La conclusión llama a la perplejidad: ahora nada. La teoría del libre mercado ha quedado falseada por la experiencia, pero hemos decidido seguir adelante como si funcionara correctamente, como si la ficción de unas fuerzas económicas capaces de suplantar la acción Estado en la búsqueda del bien común (llámese progreso, bienestar o como se quiera) mantuviera incólume su antiguo prestigio. Sin sonrojo, nuestros políticos insisten en el pegajoso motete del valor de las privatizaciones (por ejemplo, Esperanza Aguirre), nuestros empresarios en la fórmula salvadora del abaratamiento del despido (por ejemplo, Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la CEOE), y todos al unísono vuelven sobre las viejas recetas, pero careciendo ya, visto el colapso financiero, de todo poder de convicción en cuanto a su validez teórica, de forma que no les queda sino recrearse al menos en su probada capacidad para infligir sufrimientos gratuitos a las personas y a la sociedad: competitividad (que es sólo un eufemismo para ocultar el rostro siniestro de la explotación capitalista), intensificación de la jornada laboral, moderación salarial, movilidad geográfica y funcional, y un largo etcétera de refinadas técnicas de deshumanización del trabajo.
Pero políticos y empresarios están en nómina del Sistema y de ellos no cabría haber esperado nada diferente. Más lamentable es el silencio de la sociedad civil. Silencio de los sindicatos, centrados en la gestión cedida por las empresas de gigantescos fondos de pensiones o en la impartición de cursos de formación subvencionados por el Estado; sindicatos inexistentes en muchas ocasiones como no se cansa de denunciar ante todo el que quiera escucharlo el histórico y gran sindicalista azul Ceferino Maestú. Silencio de los militantes antisistema que, aturdidos por densas vaharadas de humo de cannabis,dedican sus energías a una estéril caza de ectoplasmas para alimentar el mito fundador de su lucha “antifascista”. Silencio de los propios fascistas y neofascistas comme il faut, si es que alguno sobrevive al tiempo o a las seducciones del Sistema, para quienes estaría sonando la hora del desquite con el fracaso técnico de aquellos movimientos políticos de masas del siglo XX (comunismo y liberal-capitalismo) que les hurtaron a sangre y fuego, bajo tempestades de acero, su lugar bajo el sol. Silencio de los ecologistas, en fin, que después de percibir entre los más madrugadores los primeros indicios de alarma ni siquiera han hecho uso de la privilegiada tribuna que les ceden los medios de comunicación internacionales para plantear alternativas políticas globales, contentándose con actuaciones micro centradas en la preservación del hábitat natural de este u otro bicho concreto en peligro de extinción.
Todos, en definitiva, con cara de bobos confiando en que los que mandan, los mismos que han conducido hasta esta situación económica insostenible, nos digan lo que tenemos que hacer, acongojándonos ante la negra perspectiva de que las cosas vayan todavía a peor. A fin de cuentas, pensamos, la cosa no ha sido para tanto. Bien mirado, la tensión entre el mercado y el Estado no es más que una fruslería teórica que sólo afecta a las insondables mentes de los teoretas. Es cierto, sí, que nuestros impuestos estaban destinados a otra cosa que a salvar la cara de quienes han estado jugando con nuestra confianza: a incrementar los ratios de calidad en la sanidad, en la educación, en la seguridad ciudadana, en las infraestructuras viales. Es cierto, también, que nos han robado a dos manos: una por vía de los ahorros colocados en las grandes operaciones financieras, y otra por vía impositiva, pues del bolsillo del contribuyente –y no de una mágica chistera– van a salir los caudales que van a dispendiar los Estados para tapar las goteras de los grandes expertos en inversión. Empero, todo lo vivenciamos con candidez, con una inagotable indulgencia, creyéndolo tal vez un justiprecio por los elevados índices de bienestar y de libertad que el Sistema, graciosamente, nos ha deparado.
Quizás esté contenida en esta imagen la auténtica cuestión que debemos plantear: la necesidad de poner en duda si, en efecto, habitamos el mejor de los mundos posibles. Con otras palabras, si este bienestar y esta libertad merecen en realidad todos los sacrificios que se nos imponen: esas jornadas inacabables, esa sucesión de renuncias para llegar a fin de mes, ese dimensionamiento de nuestras familias en función del calado de nuestras nóminas, esa articulación de la vida a imitación de los ritmos y los rendimientos mecánicos de las máquinas.
¿No se tratará de una contrapartida demasiada elevada para los bienes que recibimos a cambio? Porque, a fuer de ser conscientes, ¿en qué medida podemos considerarnos hoy individuos verdaderamente libres y prósperos?
(Sugerencias para responder: decida previamente el lector si prefiere acudir al socorrido recurso de comparar nuestra época con las de grandes penurias del pasado, o si opta por hacerlo con los horizontes de libertad y de bienestar que la creatividad y la imaginación insitas en nuestra especie ponen al alcance de la mano, a condición de empeñarnos en la tarea de diseñar sin hipotecas del pasado nuestro futuro común.)
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXx

ECONOMÍA

La destrucción creadora

Por Pedro Schwartz

Hank Paulson.
El secretario del Tesoro americano, Hank Paulson, apoyado por el presidente Bush, creó –según sus propias palabras muy a su pesar– un fondo de 700.000 millones de dólares para comprar los activos tóxicos del sistema financiero americano. La propuesta causó sorpresa e incluso consternación entre los defensores del sistema capitalista.
Se preguntan muchos si esta urgente intervención indica que nuestro sistema es fundamentalmente defectuoso y necesita de una continua implicación del Estado para ir funcionando mal que bien. Sin embargo, la crisis financiera y real que estamos sufriendo no es sino el lado negativo del carácter progresivo e innovador del sistema de libre mercado. La pregunta que hemos de hacernos es si este remedio de corto plazo que quiere aplicar el Gobierno de EEUU es necesario, o si hay otros remedios más ortodoxos que permitan capear la crisis al tiempo que corregir errores pasados.
Como dijo el economista austríaco Schumpeter en su libro Capitalismo, socialismo y democracia (1944), el capitalismo es un sistema de destrucción innovadora. Sufre vaivenes de expansión y contracción porque, al lanzar nuevos métodos de producción y financiación más eficaces que los antiguos, exige el abandono de inversiones que se han mostrado ruinosas. Schumpeter mismo, en una muestra de temblorosa contradicción, sostuvo que tales vaivenes harían que el común de las gentes rechazara el sistema de mercado a pesar de su productividad y se inclinara por un sistema de planificación socialista. ¿Es esto lo que podría ocurrir si el Gobierno americano no consigue contener la crisis de los bancos y las bolsas con su plan de nacionalizar las pérdidas de quienes se han lanzado a financiar proyectos fallidos?
La presente crisis financiera tiene su origen en errores de inversión real. Nació, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, Irlanda y España, en el mercado inmobiliario. La creencia de que el precio de las viviendas jamás podría caer y de que siempre habría financiación para comprarlas dio lugar a un imprudente endeudamiento hipotecario por parte de las familias y a una inmoderada construcción por parte de los promotores. Esto plantea la cuestión de por qué una dificultad que debería estar circunscrita a una parte limitada de nuestras economías está poniendo en peligro todo el sistema financiero y dando lugar a una recesión en la economía real.
Este fenómeno de angustioso contagio se explica al ver que la burbuja inmobiliaria tuvo su origen en el exceso de liquidez monetaria producido por una política de bajos tipos de interés de la Reserva Federal y otros bancos. Greenspan, el entonces presidente de la Reserva Federal, reaccionó en 2001 ante la crisis causada por una serie de inversiones imprudentes en nuevas tecnologías con rebajas agresivas del tipo de interés de la FED, hasta dejarlo en el 1%. Las reducciones de los tipos de interés monetarios tienen como inmediata consecuencia el aumento de los precios de los activos, tanto inmobiliarios como bolsísticos; hasta que empieza a verse que los réditos de las casas y las acciones no están a la altura de las expectativas. La crisis es tanto más aguda cuanto mayor haya sido la artificial expansión monetaria que la haya precedido.
Nuestra primera conclusión es que los graves problemas de hoy se deben a un equivocado comportamiento de una autoridad pública, la Reserva Federal de EEUU. La segunda conclusión es que se equivocan gravemente quienes piden al Banco Central Europeo una política monetaria más laxa para así animar (artificialmente) el crecimiento real de Eurolandia.
Los eternos críticos del capitalismo buscan ahora otros culpables en los innovadores financieros: culpan de la extensión de la crisis a quienes buscan enriquecerse con la especulación, con los futuros, las opciones, los activos estructurados. Cierto es que cinco años de dinero demasiado barato han multiplicado las ganancias de quienes han sabido apalancar su capital con estos nuevos instrumentos. Pero ellos no son sino los mensajeros de la inflación originada por las autoridades monetarias, que han distribuido el riesgo de la excesiva liquidez a todo el sistema financiero mundial. La distribución del riesgo y el aseguramiento de quienes no queremos correrlo es el resultado de sus tareas en tiempos ordinarios. Es una ironía que la ola de liquidez les haya convertido en fuente de mayor desorden.
Ello nos lleva a una tercera conclusión. El remedio de Hank Poulson puede resultar peor que la enfermedad. Cierto es que la autoridad monetaria debe evitar siempre las carreras para retirar depósitos de los bancos comerciales, con el fin de que la cantidad de medios de pago de la economía no se reduzca catastróficamente: la crisis de 1929-32 no enseñó a eludir esas contracciones monetarias. Pero no es responsabilidad de los Estados el impedir pérdidas a los accionistas de las compañías cotizadas en bolsa. El propio mercado está dando remedio a las dificultades de los bancos de negocios americanos con la entrada de capital japonés (Mitsubishi) en Morgan Stanley y la compra de activos de Lehman Brothers por parte de Baclays y Nomura. Los bancos que han corrido riesgos indebidos deben venderse o quebrar. La crisis pasará, y aparecerán nuevos modelos de negocio más sólidos que los que han demostrado ser inviables.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXx

ECONOMÍA

La fatal arrogancia del dirigismo financiero

Por Gabriel Calzada

El mundo financiero está intervenido ad nauseam. Por eso quienes atribuyen la actual crisis internacional a un exceso de liberalismo derrochan fantasía.
En un intento por suplantar el orden espontáneo del libre mercado, a lo largo del último siglo se ha ido otorgando el privilegio de gobernar el sistema a una casta de funcionarios y políticos. Se le ha dotado de amplios poderes discrecionales, supuestamente, para que vele por la salud de las monedas y aminore las crisis financieras. El mero hecho de que se nombre a una persona para algún cargo parece insuflar a ésta, a ojos de la ciudadanía, de una infinita clarividencia. Los hechos, como vamos a ver, apuntan a una realidad bien distinta.
En marzo de 2007, cuatro meses antes de que se desatara la crisis financiera internacional, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, aseguró en el Congreso de los Estados Unidos que los problemas en los mercados subprime estaban "contenidos". Es más, se atrevió a afirmar que el aumento de las ejecuciones hipotecarias no tendría un impacto en la economía en general. En mayo, el gran monopolista monetario seguía en sus trece. En julio, cuando empezaba a reventar la burbuja que su institución había alentado durante años con la política de "crédito para todos" sin el respaldo de un ahorro real, Bernanke dijo que las pérdidas del sector hipotecario podrían llegar a ser de entre 50.000 y 100.000 millones de dólares. Su nula capacidad predictiva –y la de todo el servicio de estudios de la Fed– volvía a quedar en evidencia en menos de dos semanas, al confirmarse suspensiones de pagos en el sector hipotecario que superaban sus previsiones.
Así llegaron las grandes inyecciones de liquidez de agosto del pasado año, que Bernanke presentó como la necesaria y definitiva solución a todos los males del sistema. Sin embargo, lejos de arreglarse, los problemas financieros se agravaron, y desde entonces el ciudadano de a pie ve cómo el poder adquisitivo de su dinero se evapora. Pasado el verano, Helicóptero Ben, como ya se le conocía popularmente por su decisión de arrojar todo el crédito que hiciera falta desde la Fed, se desdecía de todos los pronósticos anteriores y anunciaba la llegada de una crisis general. A partir de entonces, y hasta finales de año, sus empleados se encargaron de cavar una nueva trinchera, y en enero de 2008 el presidente la inauguraba asegurando que no barajaba la posibilidad de una recesión en EEUU.
Jean-Claude Trichet.A los que no confiamos en lo que cuentan los monopolistas el anuncio nos hizo pensar que la recesión estaba al caer. Jean-Claude Trichet, por su parte, aseguró por aquellas fechas que el Banco Central Europeo, que él preside, ya había tomado las "decisiones que hacían falta" y descartaba una crisis inmobiliaria en Europa. Está claro que, o bien las escuelas de banqueros centrales son un desastre, o bien la honestidad es el valor al que menos atención prestan.
La ineficacia de las anteriores intervenciones sobre el ya de por sí intervenido mercado financiero llevó durante las pasadas semanas a Bernanke y a Paulson a intentar calmar los mercados rescatando todo tipo de empresas poco después de haber asegurado que había que dejar caer a las instituciones financieras que quebraran. De esta manera, los sabios dirigentes anulaban los incentivos para adoptar comportamientos prudentes en el futuro.
Como era de esperar, quienes hacía unos meses no entendían que los Estados Unidos iban a entrar en una gran crisis, difícilmente iban a poder saber ahora cómo sacar al país del atolladero. En efecto, los rescates de la Reserva Federal y del Tesoro se convirtieron en los siguientes fracasos de los dirigentes del sistema financiero.
A día de hoy, los banqueros centrales siguen gozando inexplicablemente del crédito de muchos. Bernanke y Paulson convencieron al legislador de la necesidad de que una macro agencia estatal compre los activos bancarios de mala calidad con gigantescas emisiones de deuda pública que socializan las pérdidas y hundirán el valor de la deuda y del dólar. Es más, quienes hace apenas unos días aseguraban que, a pesar de la crisis, el sistema financiero estadounidense era sólido, luego dijeron a los senadores: "Podemos estar literalmente a sólo unos días del completo derrumbe de nuestro sistema financiero".
¿Todavía hay alguien que crea que los planificadores pueden sustituir al complejo orden espontáneo de un mundo financiero libre?
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX


(PD).- "El dominio de la corrección política tiene consecuencias tan demoledoras en el debate económico como en el político. De ahí que lo mismo algunas feministas de Barcelona quieran orinar en público como la izquierda y parte del centro se dediquen a proclamar que las intervenciones públicas contra la crisis constituyen socialismo para los banqueros". Edurne Uriarte deja en ABC una excelente columna sobre "Socialismo y banqueros".

Mientras el escritor Paul Auster denuncia el capitalismo-jungla, opuesto, supongo, al capitalismo-granja que él debe de practicar, con las ganancias de sus libros completamente domesticadas en su propia cuenta corriente. ¿O es que ha regalado sus novelas a las editoriales y yo no me había enterado?

Lo del socialismo para los banqueros y esa otra lindeza de que estamos ante la mayor intervención estatal en la economía de la historia me hacen pensar que la provocadora definición del Estado del Bienestar realizada por Jean-François Revel se quedó corta, en realidad. Escribió Revel en «La grande parade» que en el Estado del Bienestar el arte económico consiste en conseguir que el poder público desvalije a mi vecino en mi provecho y, si es posible, sin que éste sepa adónde va la suma que se le detrae.

Querido Jean-François que estás en los cielos, la cosa es peor. Una buena parte de los ciudadanos, incluidos algunos analistas de la crisis, ni siquiera se enteran de que se les detrae el dinero. De ahí su desconocimiento de que hace unas cuantas décadas que vivimos en la mayor intervención económica de la historia, el Estado del Bienestar. Y si lo que ahora se hace es socialismo para banqueros, ya que nadie se acuerda de los ciudadanos que dejaron de pagar a esos banqueros, el Estado del Bienestar debe de ser un gigantesco socialismo para clases obreras y clases medias bajas.

Lo que no existe es un modelo liberal. A no ser que consideremos como tal un sistema en el que el Estado se lleva en impuestos un 37% del PIB, o sea, de nuestros dineros. Y en el que las grandes empresas le entregan todos los años un 30% de sus beneficios. Cerca de 5.000 millones de euros entre el Santander y el BBVA en 2007, por ejemplo. Eso debe de ser socialismo contra los banqueros.





No hay comentarios: