miércoles, 8 de octubre de 2008

BUENISMO



8/10/2008.




BUENISMO.


APOYA A ZAPATERO

Ingrid Betancourt, sobre ETA: "Hay que negociar con los terroristas"

La ex candidata a la presidencia de Colombia y rehén de las FARC durante más seis años, Ingrid Betancourt, defendió este miércoles que "hay que hablar con todo el mundo, en particular con los terroristas", preguntada por su opinión sobre la negociación del Gobierno de Zapatero con ETA. "Sí, hay que negociar, hay que negociar, hay que negociar", recalcó la colombiana en rueda de prensa después de comparecer ante un pleno solemne del Parlamento Europeo.

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Me desdigo de todo lo bueno que dije de Ingrid Betancourt. Por supuesto, sigo admirando su entereza en tantos y tan largos momentos de tortura terrorista. Pero, una vez que he mostrado, y muestro, mi apoyo y admiración por el ser humano Ingrid, expreso mi profunda crítica a la política colombiana. Sería lamentable, para Colombia, que llegara a ser Presidente de su país.

Aunque hay diversas formas y manifestaciones del 'buenismo' (y la Alianza de Civilizaciones es una de ellas), me centraré en el diálogo. Para mucha gente, supuestamente progresista, hablar con alguien es, sin más, dialogar. Están equivocados. Supongamos que nuestro 'buenista' de turno trata de hablar con alguien. Este alguien le insulta. Dado que el 'buenista' es, como su propio nombre indica, un pedazo de pan, sigue. Pero este alguien le arrea un sopapo.


A pesar de que nuestro 'buenista' desprecia a la religión (y especialmente a la católica), pone la otra mejilla. El otro le arrea un segundo sopapo. Más fuerte. Y así. Supongamos que nuestro 'buenista' es un ser humano (y no el 'hombre nuevo' de las utopías socialistas), y sigue hablando con el que arrea. ¿Están dialogando? Otro ejemplo podría ser el del violador y la violada. Si tan bueno es el diálogo ¿por qué la señora De la Vega no propone diálogo, en vez de cárcel, para los violadores?

Me cuesta creer tanta bondad. Puedo creer, y creo, que personas como Teresa de Calcuta son así. Pero el resto no. ¿Podemos pensar que Rubalcaba, Pepiño, De la Vega o los sindicalistas de Comisiones y de UGT se dejarían arrear? No nos engañen. El diálogo, para serlo, exige una serie de condiciones. Una de ellas es el respeto mútuo. ¿Qué respeto tienen los que se dedican a asesinar, torturar y extorsionar?

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(Reproduzco un viejo artículo, que escribí hace ya un tiempo, y que no ha pasado de moda. Creo).

DIÁLOGO, IDENTIDAD Y NIHILISMO.

Es sabido que la ética discursiva ( también llamada ética comunicativa) se desarrolla a partir de los trabajos de dos filósofos alemanes: Apel y Habermas. Dicen que el objetivo propio de los lenguajes es la comunicación, como algo contrapuesto a los fines estratégicos, manipuladores. En el primer caso, las personas que dialogan se reconocen mutuamente como seres capaces de argumentación racional, como ciudadanos iguales en derechos. A pesar de que esta ética no se ocupa de los contenidos morales sino de los procedimientos para llegar a acuerdos racionales, tiene atractivo. ¡Qué bonito dialogar, sin imposiciones y con respeto mutuo! ¡Qué feo y autoritario rechazar el diálogo!

Pero estos filósofos saben perfectamente que hay situaciones en las que no se produce un diálogo racional. Esto sucede cuando no hay una situación de simetría entre los hablantes. Es decir, cuando hay una situación de desigualdad que hace que la situación de diálogo sea injusta. Estos casos se alejan demasiado de la ‘situación ideal de diálogo’, en la que los hablantes se reconocen como iguales en dignidad y en derechos. ¿A qué viene todo esto? Por mi parte, que estoy harto de la cantinela indiscriminada de ‘diálogo’. Cuando se habla de diálogo, indiscriminadamente, se están avalando (por ignorancia o maldad) situaciones profundamente injustas.

Una de ellas se produjo en un lugar que debería ser respetable, el Parlamento. En este caso, el Parlamento español. Pero fue un diálogo farsa. Un talante farsa. Un Parlamento de pega. ¿Por qué? Ibarretxe fue al Parlamento a dialogar. Pero quiso hacerlo en unas condiciones no permitidas por la legalidad vigente. El Plan Ibarretxe desborda cualquier marco legítimo de reforma estatutaria si atendemos a las competencias que pueden asumir las Comunidades Autónomas (artículo 148 de la C.E.) y las competencias exclusivas que detenta el Estado (artículo 149 de la C.E.).

¿Por qué ser tan rígidos? ¿Por qué no tener talante y saltarnos a la torera las leyes vigentes? Si alguien hace en serio esta pregunta es que le gustaría vivir (¿) en una sociedad sin reglas, o con reglas-florero. Las aparto cuando me interesa y las acato cuando me conviene. Ninguna sociedad civilizada puede vivir despreciando las leyes vigentes. Decía M.T. Cicerón: ‘Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres’, aunque aceptar las leyes (especialmente las democráticas) no exige que seamos esclavos. Pero creo que la idea de Cicerón queda suficientemente clara. Por tanto, si podemos prescindir de la legalidad vigente cuando nos place y sustituirla por el diálogo y buen rollito cuando un Presidente de Comunidad Autónoma viola la Constitución, ¿por qué una violada no debería ofrecer diálogo al violador? La violada mostraría buen talante si en vez de pedir sanciones (lo que es antiguo y casposo) dialogara con el violador.

El ‘violador’ de turno, Ibarretxe, llevaba en su mochila las ‘razones’de las pistolas. ¿Es que alguien cree que se le tomaría en serio si no hubiese, detrás, una banda terrorista? ¿Se puede hablar de diálogo racional cuando uno de los dialogantes maneja votos de organizaciones que no condenan los asesinatos? ¿Dialogaría usted con alguien que le pegara capones y patadas en la espinilla? Sólo si es un masoquista o se autoengaña por cobardía. Pero, si así fuera, no se trataría de un verdadero diálogo. Sería una farsa de diálogo. Por cierto, no creo que ningún país europeo aceptase este diálogo-farsa en su Parlamento. ¿Será porque no tienen talante?

Y ahora viene la identidad. La cuestión de la identidad personal es compleja y ha dado lugar a diversos planteamientos. Sumariamente, me remitiré a la destacada aportación del fundador de la psicología social, George H. Mead, que rebatió las visiones solipsistas del ‘yo’, y lo hizo a partir de una comprensión social. Es decir, la conciencia no se hace a sí misma por medio de un discurso interior sino que se construye a partir de la interacción con otros discursos. Por tanto, somos capaces de construir un ‘yo’ privado, a partir de una experiencia pública que podríamos llamar ‘interaccionismo simbólico’. Pero aquí me interesa más la llamada ‘identidad nacional’.

Para empezar, no está de más recordar que el nacionalismo no tiene pensadores que puedan compararse, ni de lejos, al pensamiento liberal. Por ejemplo, a Locke, Kant, J.S. Mill o Tocqueville. Dentro de la tradición comunitarista la nación se presenta como un mundo capaz de proporcionar valores, según los cuales puedo vivir. En este sentido, es la comunidad a la que pertenezco la que me proporciona la identidad. Somos lo que somos a través de nuestra identidad nacional. Pero el problema no es si estoy influido por ‘lo social’ sino, si ‘lo social’ me determina, lo que es muy diferente. Una cosa es que seamos seres sociales y otra, muy diferente, que seamos ovejas del rebaño. Las ovejas no tienen identidad personal, salvo para el pastor.

Uno de los graves problemas que esto puede plantear es la oposición entre los valores asociados a una comunidad concreta y los valores asociados a la tradición liberal. Me refiero a los derechos individuales que tienen pretensión de universalidad. Claro que, de la misma manera que Ibarretxe miente cuando presenta su proyecto como un proyecto democrático y dialogante, los nacionalistas pueden afirmar que ellos, también, defienden los derechos individuales. Lo dicen, pero no lo cumplen. Que se lo pregunten a los familiares de las víctimas en el País Vasco, a los que llevan escolta y a los que no se atreven a hablar de política por miedo. Si son de los ‘otros’, claro. ¿Serán derechos humanos sólo para los míos?

¿Por qué, realmente, los nacionalistas tienen problemas con los derechos universales? Porque los derechos universales no discriminan. Se aplican tanto a los ‘nativos de pata negra’ como a los charnegos, forasteros y otra gente de mal vivir. Y es que ‘el origen’ es discriminatorio y sirve para poner a cada uno en su sitio. Los nativos primero, luego, en un escalón inferior, los ‘otros’. El origen de los ‘nativos’ es un signo diferenciador, pero de diferenciada superioridad. No sólo somos diferentes sino, además, superiores. Por ejemplo, el desprecio que sufren (hablaré del País Vasco pero, desgraciadamente, no es el único lugar) los que no tienen el privilegio de ser de ‘pata negra, sector RH’. Recuerdo que en mi niñez algunos niños, en el colegio, insultaban a otros llamándoles ‘chueta’. Los insultadores se sentían orgullosos de su origen, probablemente influidos por sus padres y otros. Se sentían superiores por no estar ‘contaminados’.

Finalmente, el nihilismo. Como todos los conceptos importantes tiene diferentes versiones. Me centraré en algunos aspectos de Nietzsche que nos tocan de cerca. Cuando el mundo se presenta a nosotros como vaciado de valores, entramos en la sensación de desengaño de la Totalidad. Hemos entrado en el nihilismo psicológico, que se manifiesta, al menos básicamente, en los siguientes aspectos: sentimiento del absurdo, pérdida de fe en una totalidad de sentido, y conciencia de que este mundo es sólo una especie de ‘espejismo’. Si esto es correcto y se puede aplicar a buena parte de la sociedad actual, nos encontramos en una situación muy difícil. ¡Ojalá me equivoque!

¿Por qué? Porque se devalúan todos los principios superiores (de carácter ético o político) que podrían dar sentido a la vida. En esta situación aparece un sentimiento de absurdo, de egoísmo y de indiferencia. Una sociedad desmovilizada, desmotivada, es incapaz de luchar por algo que no sea la propia e inmediata satisfacción. Además, al no haber valores superiores la posición ante los problemas es: ¿Qué más da? ¿Por qué no? Todo es relativo excepto la propia relatividad. Aceptemos con talante y buen rollito lo que sea, pero que no suponga esfuerzo. Estoy cansado, no quiero problemas y nada vale la pena, excepto yo. Remedando a los nuevos filósofos franceses podríamos decir: Dios ha muerto, Marx ha muerto, y yo no me encuentro nada bien.

PD. Las democracias europeas, para calmar a Hitler y evitar que un conflicto local se convirtiera en un conflicto general, hicieron concesiones al Fuhrer. Pero las concesiones no amansaron a la fiera. La Wehrmacht invadió Bohemia y Moravia el 15 de Marzo de 1939, preludio de la 2ª guerra mundial, el 1 de Septiembre del mismo año.

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Colombia y el síndrome de Copenhague

MOISÉS NAÍM 06/01/2008

<http://www.elpais.com/articulo/internacional/Colombia/sindrome/Copenhague/e
/<http://www.elpais.com/envios/enviar_noticia/index.html?xref=20080106elpepiiEl asalto al banco no salió bien. Los ladrones que, en 1973, intentaronatracar el Kreditbanken de Estocolmo quedaron atrapados en el banco ytomaron como rehenes a varios empleados. La sorpresa no fue que loscriminales tardasen seis días en entregarse; fue que los rehenes se hicieronamigos de sus secuestradores. El episodio dio origen al llamado síndrome deEstocolmo: un extraño proceso psicológico mediante el cual los secuestradosa veces desarrollan vínculos de solidaridad y simpatía con sus captores.La noticia en otros webs* webs en español<http://www.elpais.com/archivo/buscando.html?query=Colombia%20y%20el%20s%C3%ADndrome%20de%20Copenhague&donde=enotros&idioma=es>* en otros idiomas<http://www.elpais.com/archivo/buscando.html?query=Colombia%20y%20el%20s%C3%ADndrome%20de%20Copenhague&donde=enotros&idioma=nes>
El caso de Colombia, país que es víctima de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias Colombianas (FARC), ilustra una patética variante del
síndrome de Estocolmo. No se trata de que los colombianos simpaticen con las
FARC, ya que el grupo armado que les hace sufrir desde 1964 es detestado por
una abrumadora mayoría de la población. Se trata de la globalización del
síndrome de Estocolmo: son los extranjeros, muchos de ellos en lejanos
continentes, quienes sufren de un extraño proceso que les lleva a simpatizar
con asesinos y secuestradores.
En Dinamarca, por ejemplo, una organización llamada Fighters+Lovers vende
camisetas con el símbolo de las FARC y promete donarles parte de sus ventas.
Debido a que las FARC es uno de los grupos terroristas que la Unión Europea
prohíbe financiar, el Gobierno danés entabló un juicio contra los vendedores
de camisetas. Y lo perdió. Los jueces de Copenhague no creen que las FARC
sea una organización que aterroriza a un país entero. Según esta lógica, al
no ser las FARC un grupo terrorista, los daneses que les envían dinero no
cometen crimen alguno.
De esta manera, ahora al síndrome de Estocolmo podemos añadir el síndrome de
Copenhague: el raro proceso mediante el cual la ideología y la politiquería
se mezclan con la ingenuidad y la ignorancia para justificar crímenes de
lesa humanidad, siempre y cuando no sucedan en el país de los afectados por
el síndrome.
Es fácil imaginar que los civilizados jueces de Copenhague hubiesen llegado
a una opinión muy diferente si las víctimas de las FARC fuesen daneses en
lugar de colombianos. Basta averiguar un poco y con algo de honestidad para
descubrir que las motivaciones ideológicas que alguna vez tuvieron las FARC
ya no existen. Hoy en día la retórica que iguala a las FARC con los
movimientos de liberación nacional sólo sirve para ocultar el hecho de que
se han convertido en una cruel fuerza mercenaria del narcotráfico.
Pero el síndrome de Copenhague no solo afecta a los jueces daneses. Hace
poco, tres congresistas estadounidenses le escribieron una amable carta a
Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo -el jefe de las FARC-, para expresar su
complacencia por haberse dignado las FARC a ofrecer vídeos, por primera vez
en siete años, que confirmaban que aún no habían asesinado a Ingrid
Betancourt y otros secuestrados. "Fue un paso en la dirección correcta y
quisimos mostrar nuestro aprecio", dijo Gregory Meeks, uno de los
congresistas firmantes de la carta.
Otro estadounidense, el cineasta Oliver Stone, tampoco tiene dudas sobre
quién es quién en esta tragedia: "Uribe miente, y debe asumir su
responsabilidad ante el mundo", dijo, refiriéndose al presidente colombiano.
Para Stone, las FARC resultan más creíbles que el presidente
democráticamente electo de Colombia. Ésta es una convicción que comparte con
el presidente de Venezuela: "Yo acuso al presidente de Colombia de estar
mintiendo... y haber dinamitado el proceso de canje humanitario", dijo Hugo
Chávez al expresar su frustración ante el hecho de que Clara Rojas y su hijo
Emmanuel, así como Consuelo González, no fuesen liberados antes de finalizar
el año. ¿La explicación? Según ellos, el Ejército colombiano llevó a cabo
intensos operativos contra las FARC en las zonas donde se efectuaría el
canje. Esto lo ha negado el presidente Uribe, recordando no sólo el largo
historial de mentiras y promesas incumplidas por la FARC, sino anunciando
que las FARC no podían liberar a los rehenes, puesto que uno de ellos, el
niño Emmanuel, había sido entregado a una organización de protección social.
Lo difícil de explicar para Stone, Chávez y otros críticos del presidente
Uribe, es por qué les resulta tan difícil a las FARC liberar a los rehenes
si esto es algo que saben hacer muy bien: llevan décadas haciéndolo de
manera rutinaria, una vez que reciben los pagos que compran la libertad de
sus inocentes víctimas. La negociación y la eventual liberación de rehenes
es un proceso frecuente, secreto y misterioso. En miles de transacciones
previas nunca antes las FARC habían necesitado helicópteros venezolanos, la
presencia de observadores internacionales y de centenares de periodistas.
Detrás de todo esto no hay sino la cruel e inhumana explotación del síndrome
de Copenhague por parte de las FARC y sus facilitadores. Mientras que el
síndrome de Estocolmo se produce por razones psicológicas, el de Copenhague
es causado por cálculos políticos muy crudos, donde las excusas humanitarias
no son sino eso: excusas para actuar de la manera más políticamente
conveniente pero más hipócritamente inhumana.
Por eso, quienes simpatizan con las FARC deben exigir que se libere a todos
los rehenes, tanto a los pocos ya famosos como a los muchos aún anónimos.
Eso es algo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas saben hacer
y pueden hacer si quieren. Ahora mismo. Sin circo. Y sin payasos.
mnaim@elpais.es mnaim@elpais.es>






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