jueves, 9 de octubre de 2008

EDUCACIÓN.


Diario de Cádiz.(9/10/2008)

La tarea de los docentes parece ahora más complicada y exigente. Los profesores de Primaria están cada vez más preocupados por la dificultad que supone impartir clase hoy en día. La mayoría comparte una visión pesimista de los alumnos actuales. Así, un 55,5% de los maestros opina que son peores que los de hace unos años, mientras que sólo el 26,3% cree que son similares, según se desprende del informe La situación de los profesores noveles 2008, elaborado por la Fundación SM y la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), presentado ayer.

El estudio, realizado por Noelia Álvarez junto al equipo del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA), ha sido realizado a nivel nacional, a través de un cuestionario cerrado a casi 1.700 profesores de Infantil, Primaria y Secundaria de centros públicos, concertados y privados.

En las aulas los docentes se encuentran con chavales más indisciplinados y con menos conocimientos. "Uno de los mayores problemas de los profesores es el tema de la disciplina y el control en las aulas", según el director de la Fundación SM, Leoncio Fernández. Sólo el 4,4% de los profesores considera que los alumnos actuales tienen más conocimientos, y un escaso 2% cree que tienen más sentido de la justicia. Fernández ha asegurado que hay un problema de adaptación doble: los docentes deben amoldarse a las demandas de las nuevas generaciones, y los alumnos deben asumir la disciplina que supone la autoridad del maestro.

"Les cuesta más atender, aprender y ser más pacíficos", ha apuntado el secretario general de la OEI, Álvaro Marchesi, quien ha precisado que "tienen otros valores que antes no tenían como mayor capacidad de trabajo en equipo, son más innovadores y dominan las nuevas tecnologías".

Ambos coinciden en que para los docentes siempre "cualquier tiempo pasado fue mejor" y han asegurado que esa apreciación sobre los alumnos se repite en todos los estudios y países.

Otra de las conclusiones del informe es que los profesores están satisfechos de su docencia aunque preocupados por las dificultades que tienen para enseñar. En cuanto al grado de satisfacción, casi un 68% se encuentra ahora más satisfecho o, al menos, igual que cuando se iniciaron en la docencia. El estudio revela que la motivación de los profesores es elevada ya que a pesar de las dificultades iniciales, el 86% no se planteó dejar la enseñanza, ni perdió la ilusión. Son la mitad de los nuevos profesores y los más veteranos (a partir de 30 años) los que recuerdan con mayor satisfacción sus comienzos.

Sin embargo, la ilusión no se mantiene de la misma manera. Según van aumentando los años de experiencia, los profesores se muestran más insatisfechos que al inicio de su carrera.

Los nuevos docentes se valoran mejor a sí mismos y se consideran más ilusionados, más activos y dedicados. Sus compañeros con más experiencia también los valoran positivamente, en general, ya que la mayoría (56,4%) cree que tienen una buena preparación profesional y aportan ideas novedosas a los centros en los que se incorporan (58,7%), según el estudio. No obstante, consideran que el punto débil está en la capacidad de los nuevos para mantener el orden en clase y que una cuarta parte de los docentes noveles desconoce los problemas del sistema educativo.

La valoración sobre la capacidad para mantener el orden en la clase varía según los años de experiencia ejerciendo la docencia, así el 30% de los profesores con más de diez años de ejercicio de la profesión afirma que su capacidad es buena o muy buena. Este porcentaje aumenta hasta el 45% en el caso de los profesores que llevan de cuatro a diez años de docencia, y son los profesores con menos experiencia los que tienen mayor confianza en sí mismos (57,5%).

El 30% de los nuevos profesores cree que les dan los cursos y las clases que los demás no quieren impartir, señala el estudio.

En cuanto al acceso a la docencia y la estabilidad, al 56% no le parece bien el sistema de oposiciones actual, considerando el 62,7% que debería cambiar para tener en cuenta las nuevas funciones que se exigen al profesorado, según se desprende el informe. El 74% considera que su esfuerzo es el principal motor para progresar y, en ningún caso, parecen encontrar respaldo ni en la Administración educativa ni en profesores de otros centros.

Una gran mayoría de los encuestados considera que la movilidad establecida no es compatible con la necesaria estabilidad, garantía de la calidad de la enseñanza, por lo que creen que el acceso a los centros debería hacerse por equipos y no de forma individual.

Las relaciones que los nuevos profesores establecen en el centro es otro de los aspectos que recoge el estudio, que concluye que, en general, valoran bien o muy bien las que mantiene con sus compañeros, con sus alumnos o con la dirección del centro y, en menor medida, con las familias. La relación con las familias no es fácil, el 51,4% de los profesores afirma no mantener buenas relaciones con los padres de los chicos. "Este es un aspecto que hay que reforzar, para tender puentes entre la familia y la escuela", ha considerado el director de la Fundación SM.
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EDUCACIÓN.

Hablar de educación, hoy en España, es llorar. ¿Por qué? Los últimos informes Pisa sobre educación no dan motivos para la alegría ya que nos sitúan a la cola de Europa en calidad educativa. Si podemos hablar, aunque sea metafóricamente, de ‘enfermedad educativa’, deberíamos analizar las causas que nos han llevado a tan preocupante situación.


Sin ánimo de exhaustividad, las causas podrían ser las siguientes:


La LOGSE, Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, de 3/10/1990, expresa un intento de transformación social por medio de una concepción igualitarista, en la que se permite que los estudiantes pasen curso con varias asignaturas suspendidas, se minusvalore la educación de la memoria, o se desprestigie el mérito. No menos importante es que esta ley prolongó la obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años. Con anterioridad era hasta los catorce, y partir de esta edad se podía acceder a la Formación Profesional o al Bachillerato.


Uno de los efectos negativos de esta ley ha sido hacer perder el tiempo a los alumnos que no quieren seguir estudiando (por ser obligatorio hasta los 16 años) y que los alumnos que sí quieren estudiar vean cómo sus conocimientos han sido degradados por la falta de exigencia de los profesores y por las molestias originadas por sus compañeros sin interés por el estudio. Aunque pueda parecer exagerado, la actual enseñanza obligatoria no implica la obligación de estudiar, ni la obligación de respetar a los profesores y a los compañeros de clase que sí quieren estudiar.


Esta situación es gravemente perjudicial para muchos estudiantes dado que ha desaparecido, prácticamente, la autoridad de los profesores. Es decir, resulta muy difícil, por no decir imposible, que el profesor ejerza su autoridad e imponga orden en la clase. Lo que es un mínimo indispensable para que la enseñanza tenga lugar. En vez de la necesaria autoridad del profesor, mal vista por la ideología comprensiva-igualitarista, se ha extendido la permisividad y la irresponsabilidad. Hasta tal punto que la expulsión del alumno alborotador, que falta al respeto al profesor y molesta a sus compañeros de clase, es casi imposible. Al menos en la práctica. Esto supone, entre otras cosas, que el derecho a la enseñanza de los buenos estudiantes no es respetado.


Esta falta de autoridad de los profesores tiene que ver, no sólo con un ambiente permisivo en el que la disciplina suele considerarse reaccionaria e, incluso, antidemocrática, sino con ideas perjudiciales incorporadas en las leyes educativas. Por ejemplo, en la LOGSE, artículo 2.1 se dice: ‘A tal efecto, preparará a los alumnos para aprender por sí mismos’. La LOE, también en su artículo 2, d) dice: ‘El desarrollo de la capacidad de los alumnos para regular su propio aprendizaje’. Pero una cosa es que los alumnos deban participar en su propio aprendizaje y otra cosa es que deban aprender y descubrir las cosas por sí mismos. De este modo se desvanece la diferencia entre alumno y profesor. Todos somos iguales. El niño ya tiene madurez para saber lo que le conviene estudiar ¿Qué papel tiene el profesor si no tiene que enseñar contenidos? ¿Un animador cultural?


En este contexto igualitarista, en el que se ignora o se margina el mérito y el esfuerzo, también se ha eliminado, o desprestigiado, la competitividad. Los estudiantes, al terminar sus estudios, tienen que comprobar en sus propias carnes el fuerte contraste entre una enseñanza en la que todos seríamos iguales (a la baja) y una sociedad en la que se exigen altos niveles de competitividad. La escuela igualitarista tiende a dar satisfacción inmediata a las expectativas y deseos cuando la formación de los estudiantes debe pasar, entre otras cosas, por la conciencia de que el esfuerzo de hoy será recompensado, probablemente, el día de mañana. No de forma inmediata, divertida y sin esfuerzo.


Esta degradación de la enseñanza, derivada de la ausencia o minusvaloración del rigor, el esfuerzo y el mérito, hace que los hijos de las familias con menos recursos pierdan la oportunidad de que los estudios sean un trampolín para su vida profesional, o su ascenso económico o social. En este contexto educativo, solamente las familias que tienen dinero suficiente, pueden enviar a sus hijos a colegios privados, en los que el trabajo, el hábito de estudio y la disciplina son parte de la vida diaria de los estudiantes.


Antes hicimos referencia a la comprensividad-igualitarista. ¿Qué significa enseñanza comprensiva? La escuela comprensiva ofrece a todos los alumnos de una cierta edad un núcleo de contenidos comunes, evitando la separación de los estudiantes en caminos de formación diferentes. Con otras palabras, meter a todos los alumnos en la misma vía, sin alternativas.


Posteriormente, con la LOE, Ley Orgánica de Educación, de 4/Mayo/2006, se da la posibilidad de matizar este camino único e inalterable. O sea, es posible que un alumno que ha fracasado en sus estudios, y de acuerdo con sus padres y profesores, pueda abandonar el instituto a los quince años. El problema es que se cierra la vía a la formación profesional de los alumnos (desde los 14 años) a menos que hayan fracasado en sus estudios. Este período de fracaso escolar no solamente repercute negativamente en el propio alumno sino en sus compañeros de clase. Es muy difícil que la enseñanza pueda ser de buena calidad con alumnos que no tienen ningún interés en estudiar y con profesores que carecen de autoridad para poner orden en clase.


Debemos recordar la gran responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos. El artículo 154.1 del Código Civil, al referirse a los deberes y facultades de los padres dice: ‘Velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral’. Y el artículo 27.3 de nuestra Constitución dice: ‘Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones’. Por tanto, los padres tienen mucho que hacer antes de que sus hijos vayan a la escuela con los profesores. Por desgracia, algunos se dejan avasallar por sus hijos. Y si los hijos no respetan a sus padres ¿qué harán con los profesores?


Finalmente, una de las modas más perniciosas es la idea que los alumnos deben ser motivados. No hay duda de que los profesores deben procurar que los contenidos que enseñan se hagan de la forma más amena posible. Pero esto no puede ser siempre así. El aprendizaje es costoso y requiere esfuerzo. Pero está de moda conseguir las cosas divirtiéndose y que la disciplina no se considere progresista. De este modo, el profesor no sólo debe conocer los contenidos de su materia sino que ha de ser, necesariamente, divertido. Ha de motivar a los alumnos. Esta es una fórmula peligrosa porque colabora en la formación de ‘niños perpetuos’


Recordemos las sabias palabras de M. de Unamuno:

‘El maestro que enseña jugando acaba jugando a enseñar. El alumno que aprende jugando, acaba jugando a aprender’.


Sebastián Urbina.




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