sábado, 28 de febrero de 2009

'BUENISMO'




EL BUENISMO POLITICO. O LA ESTUPIDEZ COMO GUÍA.

El “buenismo” no es una teoría filosófica ni es una ideología estructurada. Sí, en cambio, lo podríamos calificar como una visión del mundo.

Tal cosmovisión, muy instalada en cierta izquierda europea, y cuyo máximo representante, en la actualidad, es en España José Luis Rodríguez Zapatero, parte de dos premisas básicas: la primera, si actúas con buenas intenciones, el otro, el interlocutor, casi automáticamente también las tendrá; y la segunda, no importa la naturaleza esencial del otro o de los otros, porque a poco que los trates con esmero o cuidado, su naturaleza se transformará positivamente.

Es una visión del mundo y del ser humano como mínimo curiosa, dado que en la historia política y social de la humanidad no abundan los casos en que esto se vea corroborado, y por tanto, desde ahí, no logra sostenerse. Podríamos también suponer que es una percepción estúpida de iletrados o ilusos que no tienen mínimos conocimientos sobre la naturaleza humana y que confían en la bondad intrínseca de la especie, saltándose todos los aspectos biológicos que abundan en la idea de que el hombre es a día de hoy, como tuvo a bien decir en su momento una de mis profesoras universitarias, “un primate con un barniz cultural”, a lo que yo añadiría “con una historia biosocial y cultural que marca su evolución genética”. Pero a esto incluso hay que aportar una tercera y, para mí, definitiva argumentación: ¿qué parte de la humanidad, además de la cada vez más pusilánime y neurótica población europea, tiene conciencia individual? Es decir, ¿qué partes del planeta están habitadas por colectivos humanos que podrían actuar como un solo hombre, ya que el sentido de pertenencia a una nación, a una religión o a una etnia es muchísimo más poderoso que el de la propia conciencia de individuo?
El “buenismo” considera que esto se diluye como azúcar en café nada más aparecer la razón. Esa “razón occidental” que no tiene más que asomar para convertir, por arte de la iluminación del logos, lo bruto en sutil, el temor en confianza, y la agresividad en armonía. Esa razón que a base de la palabra ordenada puede transformar las tensiones primarias de la especie en lazos de amor eternos que nos permitan vivir en la tan ansiada “Arcadia” universal.
¡Qué bonito! Creo incluso que cómo utopía no está mal. Es posible que de aquí a tres mil años, cuando toda la humanidad haya evolucionado y nuestras diferencias genéticas con algunos primates ya sean superiores a las actuales, nos lo podamos plantear. Pero pienso que no es el momento.
En todo caso, mi pregunta es la que me hago y les hago: ¿de verdad podemos creer que un presidente del Gobierno no tiene la capacidad intelectual, no ha leído lo suficiente como para saber esto que, creo, es obvio? No, yo no me lo creo. No creo que el “buenismo” sea una visión ilusa del mundo; no, me temo algo mucho peor. Y es que el “buenismo” puede pretender la desestructuración de la sociedad, su disolución caótica, bajo una falsa apariencia de libertad e igualdad (conceptos de la Revolución francesa absolutamente admirables en su origen, pero utilizados de forma perversa por esta cosmovisión de la que estoy escribiendo).
Permítanme que trate de explicarlo.
Partamos de las premisas del “buenismo” social y político, empecemos por una de las frases con las que nuestro actual presidente deleitó un inicio de legislatura:
- “El concepto de nación es discutido y discutible.” Ésta es una idea curiosa expresada por el presidente del gobierno de una de las naciones más antiguas de Europa. Aunque nacionalistas catalanes y vascos ya saben que estas frívolas concesiones no impedirán, por desgracia, que el patrimonio cultural, lengua e identidad, se diluyan. En otro momento, si hay oportunidad, me gustaría escribir sobre la lamentable desaparición progresiva de las culturas vasca y catalana, a fuerza de “buenismo”. Y lo digo con la tristeza de un catalán-español que lamenta cómo se diluye en la nada la esencia de lo catalán.
Sigamos con otros conceptos que manejan:
- Las sociedades multiculturales permiten el enriquecimiento “social” mutuo de las culturas que conviven. Sí, siempre y cuando el multiculturalismo se dé en paralelo en todos los lugares del mundo, y con la premisa de que la cultura e identidad propia de un país han de ser prioritarias y relevantes. Lo otro es autodestrucción social.
- El principio de autoridad en la educación impide el desarrollo de la creatividad y del aprendizaje espontáneo de los niños y adolescentes, además de fomentar el patriarcado. No, el principio de autoridad permite templar el sistema nervioso de los niños y adolescentes hasta que consigan ser individuos libres y responsables.
- La familia es un concepto relativo. No, la familia no es un concepto relativo porque es la columna vertebral de una sociedad, e, independientemente, del respeto a cualquier identidad individual, es necesario preservar un orden sólido en los cimientos de una civilización.
- La igualdad de género pasa por ignorar radicalmente las diferencias biológicas entre mujeres y hombres. ¿Nadie se explica por qué cada vez más varones fracasan en la escuela? El igualitarismo debe transcurrir, probablemente, por una educación de género, y no por una progresiva feminización de los valores educativos y culturales.
- En la educación hay que ignorar cualquier concepto que estimule y desarrolle el entusiasmo, el sentimiento de pertenencia o la idea de identidad. Hay que educar a los jóvenes en la máxima laxitud vital, emocional e intelectual, porque a base de inhibirles bioquímicamente podrán desarrollar grados de neurosis suficientemente elevados como para poder comprender, admitir y tolerar todo. Eso sí, fomentar el debate hasta el paroxismo, para así poder eliminar cualquier atisbo de pulsión que hubiera quedado sin controlar. Aquí me he permitido una cierta licencia irónica, pero en realidad es lo que tratan de hacer. La asignatura de “Educación para la ciudadanía” no es más que eso. Pero ¿no entienden que inhibir las pulsiones presentes en los individuos es mucho peor que canalizarlas, porque en tiempos convulsos o de crisis pueden aparecer de una manera brutal y descontrolada?
- La libertad debe permitir a los individuos actuar en todo momento de manera espontánea y siguiendo su pálpito emocional, sean cuales sean las consecuencias de sus actos: romper la estructura familiar, abandonar compromisos o derivar en una ligereza social de imprevisibles consecuencias. Esto nos lleva directos, aún más, hacia una sociedad narcisista, de máximo culto al ego, con un exceso de angustia, baja autoestima, desvalorización personal y que consume drogas en exceso (legales o ilegales). Es necesario que los actos de las personas sean considerados actos de trascendencia social y comunitaria, estableciendo mecanismos reguladores que suavicen la compulsión egotista en la que empezamos a deambular.
- Eliminar toda simbología y sustituir cualquier símbolo por un hiperracionalismo neurótico. De esta manera dejar al espíritu humano huérfano de cualquier identidad o experiencia trascendental, y eso sí, permitiendo desde la ya bien instalada —y perdón por la insistencia—, neurosis colectiva, que cualquier otro simbolismo sea tolerado y respetado. La cuestión es eliminar los propios.
Seguiremos en otro momento, el problema fundamental es que el “buenismo” tiene efectos perversos y graves para una sociedad. Desenmascarar a los “buenistas” es tarea dura y ardua, puesto que se presentan como auténticos “encantadores de serpientes”, vacíos en sus espíritus y altamente seductores en su comunicación. Pero son los más peligrosos, porque a poco que te des cuenta te dejan “la casa” hecha unos zorros.
Y una nota más, es evidente su incapacidad para crear soluciones en tiempos de crisis económica, pues en la idílica Arcadia nadie debe padecer (cuando está todo el país empezando a desesperarse).
Y ¿de dónde proviene el “buenismo”? De la soberbia, y ¿cuál es el motivo que lo impulsa? La venganza… Pero de eso ya hablaremos otro día. (Damián Ruiz/ElManifiesto).

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