Quienes tienen el gusto de conocerlo, y de conocer a sus progenitores, dicen que Oriol Pujol i Ferrusola es más Ferrusola que Pujol. Con ello no sólo quieren significar que el chico ha salido a la madre, sino que ese ascendente marca su actuación política. ¿Y cómo es ella?
Pues apasionada, incontinente, xenófoba e independentista —advertirá el lector que cada uno de estos adjetivos guarda con los demás una relación de estricta sinonimia—. Nada que ver, por tanto, con la imagen que el padre ha proyectado a lo largo de su ya dilatada carrera de hombre público, una imagen caracterizada por la templanza, el pacto, la circunspección, el juicio y el gradualismo. Cuando menos hasta hace cuatro días. Y es que algo de su esposa parece habérsele pegado al presidente que fue.
Un cierto delirio, como si dijéramos, lo que le ha llevado a afirmar que España —o sea, «las instituciones españolas», entre las que no se encuentran, faltaría más, las catalanas— no persigue sino «la marginación y el ahogo de Catalunya» y que, frente a ello, no queda otra opción que la independencia —a menos que «el pueblo con personalidad propia» por antonomasia esté dispuesto a «rendirse», claro—.
Aunque también podría ser que de semejante delirio tuviera la culpa el hijo y no la esposa. Ese hijo elevado a segundo de a bordo, así en el partido como en el grupo parlamentario, y que confiesa a micrófono abierto que el presidente de la Generalitat viaja en clase turista a Madrid para lanzar un mensaje. Y que, no contento con tomar a sus conciudadanos por imbéciles, se permite añadir, acto seguido, que la situación financiera de la autonomía es tan dramática que ni siquiera está asegurado que los funcionarios cobren su nómina a fin de mes. Ese Pujol que así se expresa representa el futuro. Lo que nos espera, más tarde o más temprano, después de Artur Mas. O sea, el sucesor algo tardío del padre. Dios nos coja confesados. (Xavier Pericay/ABC)
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