jueves, 24 de junio de 2010

RENEGAR DE UNO MISMO.












(MD). El Anteproyecto de Ley de Libertad Religiosa, que el Gobierno podría remitir al Parlamento como muy tarde, en abril, parece cargado de polémica.

La polémica del crucifijo

El crucifijo no se podrá poner en las aulas de escuelas públicas. Pero tampoco en cuarteles, dependencias municipales -incluidos salones de pleno- , juzgados, hospitales y otros edificios públicos. Los funcionarios con cargo suficientemente alto como para tener despacho, sí podrán colocar en él -si lo desean- un crucifijo. Pero no lo habrá en estancias que sean compartidas o comunes.

Las escuelas concertadas que lo deseen, sí podrán mantenerlo. En este caso, aunque tienen también financiación pública, se da prioridad al ideario del colegio.

Las mujeres musulmanas y el velo

Se podrá llevar. El texto recoge el derecho que tiene toda mujer trabajadora musulmana -funcionaria o no- a llevar el velo en su puesto de trabajo. Podrán llevar el velo si lo desean y el anteproyecto de Ley lo justifica en la idea de potenciar una mayor “pluralidad” de credos.

El Belén en Navidad

Los belenes y otros símbolos religiosos arraigados en la sociedad, serán del ámbito privado. En el caso de lugares públicos, la decisión queda al libre albedrío de cada Administración. Un ejemplo, la colocación de un belén en una Plaza Mayor de cualquier localidad tendrá que ir autorizada por el ayuntamiento que, en caso de conflicto, lo decidirá en pleno.

En cuanto a las procesiones de Semana Santa, los cargos públicos podrán acudir a título personal. O bien, dejando claro que van correspondiendo a una invitación de una parroquia, de una hermandad o similar. Esto abre la puerta a que les sea recomendable aceptar, también, la invitación a actos de otras confesiones.

Capillas en lugares públicos

En el caso de los aeropuertos, si se mantuvieran las capillas, se promoverá también en ellos una sala para otras confesiones, aunque éstas sean minoritarias, y que puedan servir como oratorio. Se pretende potenciar los derechos de los evangélicos…Y, más allá del cristianismo, también de los musulmanes.







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¿Qué es Occidente?
Por Oscar Elía Mañú.

El Gobierno ha instaurado, en nombre de la paz, un estado de cosas donde todo da igual, todo vale lo mismo y nada tiene importancia. Ha hecho suyo y reinstaurado el hedonismo intelectual y moral como forma de vida, y aspira a eternizarlo haciendo todo discutible excepto su propio poder.

En este proyecto para los españoles, nada merece la pena; tampoco preservar una civilización occidental que vive una nueva crisis, quién sabe si la definitiva. Se propugna una nueva racionalidad política en la que la filosofía griega se sustituye por el pensamiento débil, el cristianismo por el culto al "ansia infinita de paz", el derecho por el relativismo jurídico y la democracia por la demagogia y el populismo. Lejos de preocuparse por el nihilismo intelectual y moral que cabalga desbocado por Europa, el frente gubernamental de Zapatero cabalga entusiasta sobre él.

"Conócete a ti mismo" era el lema del Oráculo, que hizo suyo Sócrates hace veinticinco siglos. "Europa, sé tú misma" fue el lema del papado de Juan Pablo II, cuando el continente andaba ya a la deriva. Ahora, los españoles pesimistas tienen motivos para la preocupación. Perdida entre la telebasura y las bravatas iletradas de Almodóvar, Zerolo o Boris Izaguirre, y herida de muerte por la Logse, la sociedad española parece olvidar quién es y de dónde viene, requisito imprescindible para saber adónde ir.

Contra ilusos, biempensantes y despistados, conviene subrayar que el relativismo y el nihilismo moral que nos rodean, el rechazo de cualquier verdad objetiva o supraindividual es el camino más directo al despotismo; al gobierno del cinismo, la propaganda y el dominio del más fuerte. Vaciar de pasado a una sociedad permite comenzar de cero, modelarla a voluntad. Precisamente eso es lo que los nuevos ingenieros de almas, con su Alianza de Civilizaciones y su Educación para la Ciudadanía, buscan con ahínco en la España de 2006; la del pacto con ETA, la de la entente con el yihadismo criminal, la de la cristofobia y el odio antiliberal. Difícil es negar hoy lo evidente; ante la distracción de unos y el pasmo de otros, hoy buscan para nuestros hijos una sociedad radicalmente opuesta a la que nos dejaron nuestros padres.

La obra ¿Qué es Occidente? se presenta como un buen antídoto intelectual y moral. Intelectual, porque recordará qué somos y por qué somos así: somos herederos de Aristóteles, de Tomás de Aquino, de Voltaire y de Karl Popper; moral, porque mostrará que no hay nada de qué avergonzarse, que esta herencia debe reivindicarse con orgullo y defenderse con ahínco. Antes de nada, recordemos a Benedicto XVI: Occidente debe amarse a sí mismo.

Su autor, Philippe Nemo, nacido en 1949, es miembro de instituciones prestigiosas como la École des Hautes Études Commerciales y el Centre de Recherche en Philosophie Économique. Nemo nos presenta un recorrido por los orígenes y el desarrollo de la personalidad de Occidente, así como un análisis de la situación presente y un proyecto de futuro. Dado el estado de cosas en nuestro país, esta obra no ha podido llegar en momento más oportuno.

Nemo enumera los cinco pilares en que se basa la civilización occidental, no por conocidos por todos suficientemente tratados en otras obras: la filosofía griega, el derecho romano, la religión cristiana, la revolución en seno de ésta que se produjo en el siglo XI y el surgimiento de la democracia liberal. La filosofía griega supuso el paso del mito y la magia a la razón, y con ella a la ciencia, la democracia, la enseñanza. Cuando el frente gubernamental de Zapatero busca erradicar la enseñanza de la filosofía, la alusión a Tales de Mileto, a Anaximandro, a Heráclito, a Sócrates o a Aristóteles se presenta como algo indispensable para entender qué es Occidente.

Tal legado racional fue recogido, ampliado y extendido por el Imperio Romano. Enfrentado a problemas reales y no abstractos, tuvo que concretarlo, juridificarlo. Así nació el derecho universal, aquél que diferencia a Occidente del resto del mundo. "No hay humanismo sin derecho privado y sin protección jurídica de la propiedad. Fue el progreso del derecho impulsado por Roma lo que originó el paso definitivo que sacó a la humanidad del tribalismo. Occidente vivirá ese avance al mismo tiempo que el del civismo griego. Oriente lo ignorará" (pág. 38).

El tercer pilar indiscutible de la civilización occidental es el cristianismo. Lejos de la levedad intelectual de la cristofobia mediática y pseudocultural, Nemo nos recuerda un aspecto teológico fundamental, demasiado sutil para la argumentación gruesa de la progresía europea: la ubicación del bien y la verdad por encima del ser humano son la mejor garantía de la libertad humana, porque ningún poder puede apropiarse de ellas. El cristianismo sitúa la idea de bien al margen de las debilidades humanas, y sólo así es posible que no sucumba a la ley del más fuerte; como no se impone en este mundo, la libertad del hombre queda a salvo.

Consideraciones teológicas, pero también políticas: la igualdad de todos los seres humanos conlleva necesariamente la compasión, esto es, la pasión con el otro. La solidaridad, mito fetichista de la izquierda anticristiana, es un invento cristiano; como tal será vilipendiado por Nietzsche. También la rebeldía contra el destino histórico: la asunción por parte del hombre de que no todo en este mundo está determinado es un impulso a la actuación genuinamente cristiano. Tal fue el carácter de la revolución papal de los siglos XI y XIII, acontecimiento elevado por Nemo a la categoría de histórico.

Tal revolución se produjo en el momento en que el hedonismo y el relativismo sumían a Europa en una crisis moral, en que se entregaba a una corrupción que afectaba a toda la sociedad. Una verdadera ética de mínimos, en la que todo daba igual y todo valía lo mismo, dejaba la sociedad en manos de gobernantes oportunistas. "Privar al pueblo de la felicidad sórdida pero sólida de que disfruta gracias a la sabiduría de sus desengañados caudillos. Y esto no lo va a permitir el Gran Inquisidor. En consecuencia, al alba Jesús será quemado en la hoguera" (pág. 63). Nemo recupera Los hermanos Karamazov de Dostoievski, al tiempo que el lector atento lo recuperará para la España de hoy. ¿Acontecimiento histórico o análisis sociológico actual?, se dirá el español preocupado.

Nemo reivindica el carácter liberal y fraternal cristiano, hasta el punto de que constituye la tesis defendida en la obra: "Creo que la moral judeocristiana del amor o la compasión, al aportar una sensibilidad inédita al sufrimiento humano, un espíritu de rebeldía contra la idea de la normalidad del mal, dio el primer empuje a la dinámica del progreso histórico" (pág. 39). Si esto es cierto, las principales ideas que convergieron en la aceptación de la democracia parlamentaria tienen un trasfondo cristiano indudable.

Arquitectónicamente, Atenas se integró en Roma, y Roma en Jerusalén. La relación con la cultura islámica fue real y necesaria, pero la evolución occidental no hubiese sido posible sólo con ésta. Fue el espíritu europeo lo que impulsó la civilización occidental, y no el mito de las tres culturas, mezcla ideológica y cultural que olvida lo que a Nemo le parece evidente: "Nada de todo esto ha tenido lugar fuera de Occidente, y cuando ha ocurrido fuera ha sido bajo la influencia de Occidente" (pág. 77). Realista, Nemo conviene en que la llegada de textos filosóficos a través del mundo árabe es causa material, insuficiente sin la causa formal, el espíritu; si la causa material hubiese sido suficiente, "Galileo hubiera sido mongol" (pág. 70).

Entendido así, el último elemento occidental depende de la razón griega, el derecho romano y la escatología cristiana. La democracia no es posible sin todas ellas: "La tesis de la relación directa entre verdad y pluralismo tiene como corolario que todo ciudadano deber ser libre para expresar su pensamiento" (pág. 73).

Para Nemo, es occidental aquel país que tenga en su haber los cinco elementos, por lo que Estados Unidos y Europa Occidental constituyen por derecho su corazón, a partir del cual se agregan aquellos países cuyo pasado posee tres o cuatro de ellos. La falta de verdadera experiencia democrática dejaría fuera a América Latina, Europa del Este y los países ortodoxos, como Rusia o los Balcanes. Occidente es, así, una unidad auténtica, en la que las diferencias entre un lado y otro del Atlántico responden a obsesiones ideológicas, no a realidades culturales o históricas.

La tesis de Nemo tiene profundas implicaciones estratégicas, que no le pasan desapercibidas: aboga directamente por una Unión Occidental entre Norteamérica y Europa, "una entidad política que encarnara la identidad occidental y pusiera de manifiesto ante los ojos de sus habitantes que son miembros de una misma comunidad" (pág. 121). Comunidad confederal, abierta a países semejantes, que superase el ideal de la UE y el norteamericano del Imperio.

Para desgracia de los profetas de la Alianza de Civilizaciones, la identidad cultural occidental resulta indispensable para cualquier diálogo intercultural: ¿cómo dialogar si no se sabe quién se es? Nemo recuerda este carácter esencial del diálogo: sólo es posible dialogar con otras culturas si se es consciente de los valores propios: "Para que el diálogo desemboque en esos universos nuevos es preciso que se realice de verdad, y para ello que cada uno sea auténticamente él mismo" (pág. 131). Renunciando a la identidad europea, cualquier diálogo resulta imposible y, por tanto, un fraude.

Hoy, el futuro de Europa se mueve entre la inercia, la desorientación y el miedo al futuro. Tiempo de crisis, que la historia nos enseña es real, aunque no irreversible. En incontables ocasiones se ha asomado Europa al abismo de su desaparición, y el peligro ha sido superado. Ello ha sido posible cuando el genuino espíritu europeo ha resurgido con fuerza. Por ello, hagamos nuestra la actitud cristiana del siglo XI, narrada por Nemo (pág. 54): "Había que cambiar radicalmente de actitud. La pelota estaba en el campo de los hombres. A ellos les correspondía transformar el mundo".

Pese al profetismo histórico del frente gubernamental español, la historia no está escrita. Los europeos del siglo XXI construirán la suya. Y deben ponerse a ello desde ya.

Philippe Nemo, ¿Qué es Occidente?, Gota a Gota, Madrid, 2006, 168 páginas.

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POR QUÉ DEBEMOS CONSIDERARNOS CRISTIANOS

Una Europa desalmada

Por Rafael L. Bardají

Abrumados por la crisis económica, tendemos a reducir todos nuestros problemas a cuestiones de liquidez, déficits varios y confianza o desconfianza en las instituciones financieras y del mercado. Y así, nos viene a decir Pera, no saldremos jamás de la crisis, porque ésta supera con mucho el mundo de la economía.
Marcello Pera es un pensador metido fugaz y superficialmente a político. Quienquiera que le conoce sabe, además, que hablamos de una bellísima persona: culta, afable y abierta al diálogo, características que uno no siempre encuentra en el mundo de la intelectualidad. Conocido por Sin raíces, un mano a mano con el entonces cardenal Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI, ahora podemos leer en español su última obra: Por qué debemos considerarnos cristianos.

Para quien no lo sepa, Pera no es un creyente ultracatólico ni un beato. De hecho, se define como agnóstico. Así y todo, defiende el valor, el peso y la relevancia de la religión, del cristianismo y de la Iglesia, en el mundo moderno y en la política.

El libro que ahora comentamos está construido sobre tres ensayos que, aunque concatenados, podrían muy bien ser independientes. El primero aborda una crítica al liberalismo que considera que un buen liberal, sea cual sea la definición que maneje, debe sostener una causa laica o incluso laicista. Pera disecciona sin piedad todas las fallas y contradicciones de una teoría política que se basa en la bifurcación entre política y religión para concluir que el buen liberal, el de verdad, debe sentirse cristiano, aunque no necesariamente creyente: son planos distintos. El cristianismo, además de una fe que tiende a vivirse en la intimidad, es una fuerza histórica y social, es la raíz del mismo liberalismo. Renunciar a las raíces es lo mismo que abandonar las esencias de uno.

Para entender este injusto resumen hay que leer las páginas de Pera, donde, argumento por argumento, se desmonta o se deja en entredicho los mitos del liberalismo laicista, que tan bien se asimila al socialismo postmoderno de Zapatero.

El segundo ensayo está dedicado a Europa, a la crisis de Europa, para ser más concretos. Pera cree que el Viejo Continente tiene dos problemas muy graves: 1) le falta un alma, esto es, carece de identidad común, por encima de la de sus partes; 2) tal vez jamás pueda llegar a tenerla, porque lo que se pretende construir es, precisamente, una Europa desalmada, carente de raíces y principios. Tal vez lo mejor de esta parte del libro sea la distinción entre las dificultades de hecho (divergencias de voluntad política o de fiscalidad, valga el caso) y las dificultades de principio (las relacionadas con la historia) de la construcción europea.

Pera, en una lúcida crítica de la llamada "Constitución" comunitaria, deja claro que el problema de Europa es su apostasía del cristianismo. Relega la ética y la moral y sólo tiene ojos para el economicismo y la ingeniería social. Sólo avanza hacia la confusión, el caos... y la extinción. "Al rechazar el alma europea –escribe nuestro autor–, los políticos han rechazado la historia europea".

En un acto de notable generosidad intelectual y política, Pera acepta que los padres de Europa pueden haber obrado así movidos por la tolerancia y la amplitud de miras, pero el resultado no ha podido ser más catastrófico. El Viejo Continente está cada día más alejado, en el plano espiritual, de América; en muchos de sus países, donde más gente hay los viernes es en las mezquitas; sucumbe al multiculturalismo; su única ambición parece residir en tener cada día más espectáculos, bares y teatros, sin consideración alguna por el día de mañana. El relativismo acaba por fagocitarse, porta el germen de su destrucción.

El tercer ensayo se centra, precisamente, en los males que el relativismo engendra. No creo que sea necesario ahondar aquí en muchas de las cuestiones que Libertad Digital viene tratando con creciente estupor: el auge del fundamentalismo y la retirada del cristianismo en nuestro suelo; el ataque a la Iglesia y las concesiones a las culturas foráneas; el culto al hedonismo y a la muerte en perjuicio de la cultura de la vida; la injerencia del Estado en cuanto más terrenos privados, mejor...

Como dice Pera, el Estado liberal, ese supuesto dechado de virtudes, acaba por expropiarnos la moral. En España lo estamos viendo: cada vez más se adentra en lo más íntimo de nuestras vidas y nos ordena qué debemos hacer, pensar y creer.

Este libro nos viene a recordar no sólo los graves retos a que se enfrentan los cristianos europeos, también los que tiene que enfrentar la propia Europa: le va la vida en ello. Y es, también, un excelente alegato para que todas aquellas personas de bien que se creen y se dicen no creyentes entiendan por qué hay que sentirse cristianos, por qué no podemos hurtarnos a la religión en pleno siglo XXI. Sentirnos cristianos, advierte Marcello Pera, es hoy nuestra única esperanza.


MARCELLO PERA: POR QUÉ DEBEMOS CONSIDERARNOS CRISTIANOS. UN ALEGATO LIBERAL. Encuentro (Madrid), 2010.

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