domingo, 20 de junio de 2010

DOS VARAS DE MEDIR.







JAVIER SOLANA.

Mientras la decisión de José María Aznar de alinearse con Estados Unidos en el conflicto de Irak le valía de las filas de la izquierda el repetido apelativo de “¡asesino!”, el entusiasta respaldo de Javier Solana al bombardeo norteamericano de Belgrado no ha empañado una carrera llena de triunfos y alabanzas, culminada, la semana pasada, con la máxima condecoración que entrega la Corona, el Toisón de Oro.

Mucho ha llovido hasta esa imagen con el Rey desde que, en los años 60, Solana protestaba en la calle contra la guerra del Vietnam, o desde que escribiera un panfleto titulado 50 razones para decir que no a la OTAN.

Tras una conversión de 180 grados se acabó convirtiendo en el secretario general de esa misma Alianza Atlántica que denostaba y ordenando el bombardeo de Yugoslavia, ignorando, según los analistas, a Naciones Unidas, los tratados internacionales y la Convención de Ginebra. “Deberíamos estar orgullosos de lo que estamos haciendo”, declaró Javier Solana mientras caían las bombas que no distinguían entre civiles y militares.

Los mismos que insultaron gravemente a José María Aznar por la guerra de Irak olvidan que, antes, su correligionario estuvo al frente de la campaña atlantista de cuatro meses de bombardeos sobre Belgrado alegando una supuesta limpieza étnica a manos del Gobierno serbio. El resultado, unos 2.500 civiles muertos, según las cifras de Serbia, que Human Rights Watch rebaja a 500.

No parece que la intervención aliada lograse arreglar la situación en los Balcanes. La crisis continúa hoy por la venganza de los albanokosovares contra los serbios en Kosovo.
Esta población, que apenas representa el 10% del total, es acosada y se ha producido una huida masiva. Sólo el 17 de marzo de 2004, los albaneses obligaron a abandonar sus casas a 60.000 serbios ante la casi pasividad de la KFOR.

Solana no tuvo ningún reparo en acuñar el término guerra humanitaria. Una guerra que los expertos en Inteligencia aseguran que no se pudo hacer peor, ya que, en muchos casos, las fuentes para localizar los blancos eran locales, así que los ataques se acabaron convirtiendo en puras venganzas.

“Todos los esfuerzos para lograr una solución política negociada a la crisis de Kosovo han fracasado. No queda otra alternativa que llevar a cabo una acción militar”, anunciaba el socialista el 24 de marzo de 1999 –curiosamente casi la misma fecha, cuatro años antes de que George W. Bush pronunciase unas palabras muy similares sobre Irak.

“Voy a ser claro: la OTAN no está en guerra con Yugoslavia. Nuestro objetivo es evitar más sufrimiento humano y más represión y violencia contra la población civil de Kosovo. Debemos actuar para evitar la inestabilidad en la región (...) Conocemos los riesgos de la acción pero estamos de acuerdo en que la inacción acarreará incluso mayores peligros (...) Debemos hacer que un régimen autoritario pare la represión contra su pueblo en la Europa de finales del siglo XX”, añadió mientras los misiles comenzaron a caer sobre territorio serbio.

Preguntado, ya a toro pasado, por el diario latinoamericano El Tiempo sobre cómo evolucionó de ser un pacifista anti-OTAN a lanzar la primera guerra de la Alianza contra un país soberano, Solana no dudó en comparar la lucha contra la dictadura de Franco con Kosovo. “Lo que he hecho ha sido defender a los más pobres, a los más débiles”.

No quiere ni oír hablar de que se violaron las reglas más elementales del derecho internacional. “No puedo estar de acuerdo con ese planteamiento. Lo único que puedo decir es que 19 países democráticos, después de hacer todos los esfuerzos posibles para encontrar una salida diplomática al conflicto, decidieron actuar”. Es decir, lo mismo que alegó Aznar sobre Irak.
Lo cierto es que con los bombardeos de Yugoslavia, la OTAN se implicaba en una espectacular ofensiva militar por primera vez en su historia. Y la orden la dio el cambiante Javier Solana.

Daños colaterales

Durante la campaña hubo muchos incidentes polémicos, con un elevado saldo de lo que eufemísticamente se llama daños colaterales. Como por ejemplo, el bombardeo de la sede de la radiotelevisión estatal serbia que causó la muerte de 16 civiles –y que Amnistía Internacional calificó de “crimen de guerra”–. O contra otros objetivos civiles como el puente ferroviario de Grdelica, o sobre la embajada de China.

Hay otros episodios de los que ni siquiera se informó de las víctimas, como un ataque en Pristina contra una central telefónica. Todavía hoy, al menos 2.500 bombas de racimo de la Alianza continúan desperdigadas sin estallar en territorio serbio.

Con el lastre de haber ordenado una guerra sin el visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU y que, según los expertos, violaba el derecho internacional, Solana abandonó esa organización internacional para hacerse cargo de la diplomacia europea. Diez años después aún continúa el debate sobre si se pudo evitar la acción militar. Pero llueven los reconocimientos sobre Solana. (La Gaceta)


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