domingo, 30 de junio de 2013

OPRIMIENDO A CATALUÑA.




 (¡Pobrecitos catalanes! ¡Siempre oprimidos por la casposa España!

Lo más grave de todo esto es que hay millones de catalanes que se lo creen. La manipulación de las conciencias por el nacionalismo catalanista, con la inestimable colaboración de profesores, periodistas, políticos, curas, y el silencio culpable de millones de ovejas catalanas, ha hecho el resto.

Entre el burro catalán, que les representa, y las ovejas sumisas, el panorama es pavoroso. ¡Pobre Cataluña! Hubo un tiempo en que era la locomotora no sólo eco
nómica sino, también, cultural de España. Son las consecuencias de la enfermedad identitaria. Triste.)










OPRIMIENDO A CATALUÑA.

En estos días, por culpa de un titular de periódico, me he acordado bastante de esos años, entre finales de los ochenta y 1992, en que estuve oprimiendo a Cataluña. Al menos, según los historiadores convocados por la Generalitat para recapitular los últimos tres siglos, eso es lo que ha estado haciendo España, ininterrumpidamente, desde 1714 hasta ahora mismo.
Comoquiera que en esos años yo trabajaba para la administración estatal, y se me mandó ocuparme de asuntos catalanes, deduzco que lo que estuve haciendo fue eso mismo, oprimir, que es lo que mis jefes, de acuerdo con la inflexible política española respecto del atribulado nordeste peninsular, debieron de encargarme.

Sin embargo, es posible que mi memoria me engañe, yo no lo recuerdo exactamente así. Lo que recuerdo es otra historia, que parece que ninguno de esos historiadores ha considerado oportuno rescatar para enriquecer su simposio de desquite frente a la barbarie hispánica. Una que tiene que ver, ya van a ver qué tema más aburrido, con autovías de circunvalación. Por aquellos años, Barcelona no contaba con ninguna que fuera digna de ese nombre.

Para poder celebrar unas olimpiadas, que era el empeño que en ese momento ilusionaba a la ciudad, y a Cataluña y (que me perdonen por recobrar este dato disonante) a España entera, era necesario construirlas, en especial en la franja litoral, junto a los espacios olímpicos. Pero ni Barcelona ni Cataluña tenían dinero para abarcar tanto, y fue el estado español el que lo puso. Y a algunos que a la sazón trabajábamos para él nos tocó ocuparnos de esa multimillonaria inversión destinada a aplastar, ultrajar y menoscabar a Cataluña, que como esos doctos historiadores señalan, es misión principal de España.

Perdóneseme, de verdad, que al recuperar esos recuerdos sienta algo muy distinto de este relato debidamente oficializado y subvencionado. Que me vengan a la cabeza las imágenes de todas aquellas horas de trabajo para tratar de sacar adelante una obra endiablada y costosa, que conviviera con la ciudad, con el puerto y con la montaña de Montjuïc sin estorbar y sin que resultara perjudicada la fluidez que se pretendía aportar al tráfico.

No diré que aquello nos quedara impecable, no hay más que ver los atascos que 20 años después se producen en cuanto hay un accidente, pero era poco el margen del que disponíamos (cada metro de ancho eran millones y millones en expropiaciones y obras de acondicionamiento y pavimentación). Mucho peor sería la cosa si no se dispusiera de lo que entonces se hizo.

Por cierto, que no soy historiador, pero más de una tarde, mirando la silueta de Montjuïc, me acordé de algo que leí por entonces: los cientos y cientos de inmigrantes andaluces, extremeños o castellanos que en otros tiempos vivieron allí, en barracas y cuevas abiertas en la montaña. Españoles que se dedicaban, como los historiadores oficiales del tricentenario se encargarán de recordar puntualmente, a oprimir y humillar a Cataluña trabajando jornadas infinitas por jornales de miseria, levantando esos edificios tan bonitos del Eixample o haciendo funcionar la industria textil, acaso en la cercana fábrica de La Seda.

Me quedé por allí hasta el mismo 92, y eso me dio la oportunidad de ver actuar a otros muchos opresores españoles. Como los miles de policías y guardias civiles que echaron más horas que la estatua de Colón, y ninguna retribuida, para garantizar la seguridad de los que en esos días visitaban la ciudad, y que lograron que los juegos transcurrieran sin el más mínimo percance. Aunque por aquel entonces todavía operaba ETA, con el apoyo de algunos catalanes que debían de haber olvidado lo que pasó con algunos paisanos suyos en un Hipercor. En fin, qué puñetera es la memoria. (Lorenzo Silva/El Mundo)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué grandes verdades dice usted, a parte de hacer resurgir recuerdos que ya no sé si volverán algún día. La verdad es que es una pena a lo que hemos llegado en Cataluña y a la desidia e incluso servilismo en que se han sumido algunos. Esto empieza a ser como es estigma de diferenciación de los nazis. Muchos de los que pretenden llamarse "buenos catalanes" se creen con el derecho de atacar, ultrajar, despreciar y ningunear a los que somos (según estos catabasunos) "malos catalanes" por sentirnos también españoles como el que más. La tolerancia está desapareciendo. Los independentistas se muestran déspotas y con aires de superioridad respecto a los que no piensan como ellos, mientras se les llena la boca de palabras como "democracia", "dret a decidir", "la opinió del poble"...No sé donde pretenden llegar, y qué quieren hacer con el resto de los que no piensan como ellos. ¿A caso exterminarnos?. ¿O sencillamente quedarse con nuestro dinero y que acatemos?. No anem pel bon camí, senyors. Això acabarà malament. L'odi porta lluita. La lluita porta sang. I la sang porta mort i destrucció.

Conmigo puede que ya hayan conseguido parcialmente lo que querían. Cada día me siento menos catalán que nunca. Nací aquí y crecí aquí. Tuve que marchar, pero pude volver a casa. Y ahora que estoy de vuelta, me siento más fuera de casa que nunca. Mi sentimiento de arraigo a Cataluña es cada vez menor.Hay cosas que no cambiarán nunca, pero mis sentimientos (como dicen los catabasunos) también están empezando a ser de odio hacia Cataluña y hacia los que quieren separarse de España. Con eso quiero decir que en tanto en cuanto pueda, no compraré productos catalanes, no mantendré mi 4 duros ahorrados durante años en un territorio de descerebrados bolcheviques, no realizaré acciones que hagan grande a Cataluña, no hablaré bien de Cataluña cuando esté fuera...y si puedo, marcharé para siempre de mi tierra natal a donde me acojan y no me traten como un invasor. La dita ho diu, i què raó té. "A casa vinguèren, i de casa ens traguèren". Lo peor de todo, es que he llegado a un punto que le deseo el mal para Cataluña. Quiero que las empresas se vayan, quiero que suba el paro. Quiero que se pierdan los derechos y ayudas. Quiero que cuando a algunos cabezas cuadradas se les caiga la venda, ya no haya remedio y estén sumidos en la miseria.
Afortunadamente para ellos, sólo son deseos. Y quizá algo exagerados. Pero no estaría mal que los que han montado este estercolero, acabaran muertos en su propia mierda.

Saludos, de un excatalán, que siempre ha sido ESPAÑOL, y que siente vergüenza por lo que ha llegado a caer algo que fue grande y próspero.

Anónimo dijo...

Qué grandes verdades dice usted, a parte de hacer resurgir recuerdos que ya no sé si volverán algún día. La verdad es que es una pena a lo que hemos llegado en Cataluña y a la desidia e incluso servilismo en que se han sumido algunos. Esto empieza a ser como es estigma de diferenciación de los nazis. Muchos de los que pretenden llamarse "buenos catalanes" se creen con el derecho de atacar, ultrajar, despreciar y ningunear a los que somos (según estos catabasunos) "malos catalanes" por sentirnos también españoles como el que más. La tolerancia está desapareciendo. Los independentistas se muestran déspotas y con aires de superioridad respecto a los que no piensan como ellos, mientras se les llena la boca de palabras como "democracia", "dret a decidir", "la opinió del poble"...No sé donde pretenden llegar, y qué quieren hacer con el resto de los que no piensan como ellos. ¿A caso exterminarnos?. ¿O sencillamente quedarse con nuestro dinero y que acatemos?. No anem pel bon camí, senyors. Això acabarà malament. L'odi porta lluita. La lluita porta sang. I la sang porta mort i destrucció.

Conmigo puede que ya hayan conseguido parcialmente lo que querían. Cada día me siento menos catalán que nunca. Nací aquí y crecí aquí. Tuve que marchar, pero pude volver a casa. Y ahora que estoy de vuelta, me siento más fuera de casa que nunca. Mi sentimiento de arraigo a Cataluña es cada vez menor.Hay cosas que no cambiarán nunca, pero mis sentimientos (como dicen los catabasunos) también están empezando a ser de odio hacia Cataluña y hacia los que quieren separarse de España. Con eso quiero decir que en tanto en cuanto pueda, no compraré productos catalanes, no mantendré mi 4 duros ahorrados durante años en un territorio de descerebrados bolcheviques, no realizaré acciones que hagan grande a Cataluña, no hablaré bien de Cataluña cuando esté fuera...y si puedo, marcharé para siempre de mi tierra natal a donde me acojan y no me traten como un invasor. La dita ho diu, i què raó té. "A casa vinguèren, i de casa ens traguèren". Lo peor de todo, es que he llegado a un punto que le deseo el mal para Cataluña. Quiero que las empresas se vayan, quiero que suba el paro. Quiero que se pierdan los derechos y ayudas. Quiero que cuando a algunos cabezas cuadradas se les caiga la venda, ya no haya remedio y estén sumidos en la miseria.
Afortunadamente para ellos, sólo son deseos. Y quizá algo exagerados. Pero no estaría mal que los que han montado este estercolero, acabaran muertos en su propia mierda.

Saludos, de un excatalán, que siempre ha sido ESPAÑOL, y que siente vergüenza por lo que ha llegado a caer algo que fue grande y próspero.