Y LA ETA TENÍA RAZÓN
La ETA nació con un doble objetivo: derribar al franquismo y derribar a España, imponiendo la secesión de las Vascongadas y Navarra a fin de crear en estas una “nación” socialista. Objetivos muy ambiciosos. Pero al efecto diseñó una estrategia de atentados y asesinatos que debían debilitar al estado español y acercarla antes o después a su objetivo.
Y contó –justo después y no antes de que empezara a asesinar por sistema– con una colaboración increíblemente extensa: prácticamente toda la oposición antifranquista, el PNV, gran parte del clero vasco y bastante del no vasco (el de la “teología de la liberación” y el que quería pedir perdón por su apoyo al franquismo en la guerra civil), parte de la prensa en el mismo franquismo, que de forma retorcida y solapada “informaba” de modo favorable a los asesinos y, quizá el más invalorable, el apoyo del gobierno francés, que hizo de la proximidad de la frontera un santuario seguro en el que los terroristas podían refugiarse para volver a atentar en España.
De no ser por esa política de París, probablemente la ETA habría sido desarticulada y en varias ocasiones estuvo muy cerca de serlo. Además, tiranías como la castrista y la argelina, parece que también el terrorismo palestino, le prestaron auxilios variados. Más aún, los etarras consiguieron un aura de luchadores “por la libertad” en gran parte de Europa, gracias a las manipulaciones informativas de la socialdemocracia y de los partidos comunistas: solo hay que recordar las violentas manifestaciones de masas con ocasión del Juicio de Burgos y de las últimas ejecuciones de terroristas bajo el franquismo, con total desprecio a sus víctimas. Contra el franquismo todo valía. Estos hechos esenciales los he explicado, creo que por primera vez, en Una historia chocante.
El colmo: la ausencia de análisis político serio en España ha llevado a crear la idea bastante común, aunque difusa, de que la ETA ha traído la democracia, al asesinar a Carrero Blanco, presentado como el gran valladar del franquismo puro y duro, una estupidez aceptada también por la extrema derecha.
Llegó el posfranquismo, que, como he explicado en La Transición de cristal, dio lugar a una democracia con bastantes taras, pero democracia al fin, “de la ley a la ley”, a partir de la legitimidad del régimen anterior.
La oposición intentó oponerse con un programa de ruptura que no lo era solo con el franquismo sino también de ruptura de España (en el programa del PCE y del PSOE estaba la llamada “autodeterminación”, es decir, la secesión; y todos trataban de ir juntos con los separatistas abiertos). Pero fracasó. La inmensa mayoría de la población rechazó el invento que pretendía enlazar con el nefasto Frente Popular.
Por consiguiente, aquella oposición hubo de resignarse, que no aceptar real y lealmente, al diseño de los franquistas, aunque introduciendo en él verdaderas bombas de relojería ya en la misma Constitución, merced a la insustancialidad de Suárez. La ETA, en cambio, no se resignó. En las nuevas circunstancias de cierto descontrol y creciente influencia de sus aliados de primera hora y ya tradicionales, los asesinos tuvieron gran respaldo y ayuda moral y propagandística (recuérdese cómo se enterraban a sus víctimas directas y el desprecio hacia ellas por parte de gran parte de los medios y del mismo gobierno), y surgió la teoría de la “salida política”, que pisoteaba el estado de derecho y presentaba implícitamente como políticos a los del tiro por la espalda y a sus presos.
Esta verdadera colaboración moral, política y propagandística, partió sobre todo del grupo PRISA, el verdadero sindicato del crimen, como se permitía llamar a quienes denunciaban la corrupción del PSOE. Este y gran parte de la derecha iban por esa vía “política”, que daba las mayores esperanzas y ventajas a los etarras. Con ello esperaban también que la ETA se volviera “razonable”, ofreciéndole considerables concesiones –ocultadas a la opinión pública–: premios por la sangre derramada. Pero la ETA no cayó en la trampa: estaba segura de que golpeando una y otra vez, sus grotescos enemigos terminarían cediendo mucho más.
El gobierno socialista, algo enloquecido, organizó entonces el terrorismo gubernamental, no para acabar con la ETA, sino para forzarla a negociar condiciones que, siempre contra la democracia y el estado derecho, debían complacerla sin por ello hundir la posición del PSOE.
Pero los etarras conocían bien la endeblez moral y política de sus adversarios a medias y supieron explotar “las contradicciones del sistema”, con lo que al PSOE le estalló el asunto en las manos, por obra de un juez prevaricador (prevaricó entonces, pues solo atacó el terrorismo gubernamental cuando Felipe González, que creyó utilizar al individuo, cometió el error de truncar su carrera política).
No obstante, el resultado no fue bueno para la ETA, porque finalmente llevó al poder al PP de Aznar. Debe señalarse que la mayor parte del PP, en particular los arriolistas, eran partidarios de seguir con la “solución política”, en lugar de aplicar a fondo los recursos del estado de derecho, y que fue Mayor Oreja quien, finalmente impuso una política acorde con la democracia. Y fue esa política la que colocó contra las cuerdas a la ETA en sus brazos armado y político. Como recordaba hace poco un dirigente batasuno, es decir, etarra, la banda se vio “al borde del precipicio”.
Pero la tenacidad etarra volvió a tener su recompensa. Fue llegar al poder el delincuente Zapatero y sacar de su crítica situación a los criminales, con quienes comparte –no debe olvidarse– un 80% de ideología: nueva legalización de sus brazos políticos, lo que les permitía recobrar el terreno político y propagandístico perdido, aparte de recibir grandes cantidades de dinero público; política de prestigio de los asesinos en España y en el Parlamento europeo; internacionalización del problema para dificultar una solución desde la democracia española; estatutos de “segunda generación” que dejaban –dejan– en marginal la unidad nacional; política de desprestigio, como “contrarios a la paz” hacia las víctimas directas y hacia cuantos se oponían a tales designios delictivos, antidemocráticos y de alta traición; intensificada corrupción de la Justicia, en especial del Tribunal Constitucional, hasta grados infames, etc. etc.
Hasta beneficiar, según la totalitaria ley de memoria histórica, con 135.000 euros a los familiares de los etarras muertos entre 1968 y 1977 “en defensa de la libertad”. Es difícil imaginar mayor conchabamiento con una organización asesina, máxima enemiga de España y de la democracia.
El mayor colaborador que ha tenido la banda armada en su historia, Zapatero, se preocupó de crear hechos consumados que hiciesen difícil la vuelta atrás. Y así, una vez la crisis económica llevó al poder a Rajoy, este continúa la política zapateril, con una vileza característica. Basta oír al ministro de Interior, hombre de muy pocas luces y de ningún criterio político serio (como Rajoy) para ver que el proceso no se ha interrumpido: “Ilegalizar a Amaiur –es decir, a la ETA– sería hacer un mal favor a la democracia”, ha dicho el personaje, justificándose con “informes” que él tiene. ¿Qué entenderá por democracia y qué informes serán? Lo que hace es “pedirle” que se desarme.
La ETA no solo ha demostrado ser una organización de principios –los suyos liberticidas y antiespañoles, claro–, sino también mucho más inteligente y a su modo honrada que la mayoría de los politicastros que vienen estragando al país. Desde el primer momento, los etarras calaron a esos personajillos como despreciables y corruptos, “los gorrinos”, como llamaban a los zapateristas que les daban cancha, y lo vieron confirmado a lo largo de años cuando los gobiernos mantenían negociaciones clandestinas con ellos, con los héroes del tiro en la nuca, a espaldas de los ciudadanos y mintiendo descaradamente a estos al negar los hechos.
Me gustaría decir: estoy seguro de que los criminales y sus colaboradores pagarán sus fechorías contra España y la libertad. Por desgracia, no estoy nada seguro, y veo posible que esa chusma triunfe, finalmente.
Y contó –justo después y no antes de que empezara a asesinar por sistema– con una colaboración increíblemente extensa: prácticamente toda la oposición antifranquista, el PNV, gran parte del clero vasco y bastante del no vasco (el de la “teología de la liberación” y el que quería pedir perdón por su apoyo al franquismo en la guerra civil), parte de la prensa en el mismo franquismo, que de forma retorcida y solapada “informaba” de modo favorable a los asesinos y, quizá el más invalorable, el apoyo del gobierno francés, que hizo de la proximidad de la frontera un santuario seguro en el que los terroristas podían refugiarse para volver a atentar en España.
De no ser por esa política de París, probablemente la ETA habría sido desarticulada y en varias ocasiones estuvo muy cerca de serlo. Además, tiranías como la castrista y la argelina, parece que también el terrorismo palestino, le prestaron auxilios variados. Más aún, los etarras consiguieron un aura de luchadores “por la libertad” en gran parte de Europa, gracias a las manipulaciones informativas de la socialdemocracia y de los partidos comunistas: solo hay que recordar las violentas manifestaciones de masas con ocasión del Juicio de Burgos y de las últimas ejecuciones de terroristas bajo el franquismo, con total desprecio a sus víctimas. Contra el franquismo todo valía. Estos hechos esenciales los he explicado, creo que por primera vez, en Una historia chocante.
El colmo: la ausencia de análisis político serio en España ha llevado a crear la idea bastante común, aunque difusa, de que la ETA ha traído la democracia, al asesinar a Carrero Blanco, presentado como el gran valladar del franquismo puro y duro, una estupidez aceptada también por la extrema derecha.
Llegó el posfranquismo, que, como he explicado en La Transición de cristal, dio lugar a una democracia con bastantes taras, pero democracia al fin, “de la ley a la ley”, a partir de la legitimidad del régimen anterior.
La oposición intentó oponerse con un programa de ruptura que no lo era solo con el franquismo sino también de ruptura de España (en el programa del PCE y del PSOE estaba la llamada “autodeterminación”, es decir, la secesión; y todos trataban de ir juntos con los separatistas abiertos). Pero fracasó. La inmensa mayoría de la población rechazó el invento que pretendía enlazar con el nefasto Frente Popular.
Por consiguiente, aquella oposición hubo de resignarse, que no aceptar real y lealmente, al diseño de los franquistas, aunque introduciendo en él verdaderas bombas de relojería ya en la misma Constitución, merced a la insustancialidad de Suárez. La ETA, en cambio, no se resignó. En las nuevas circunstancias de cierto descontrol y creciente influencia de sus aliados de primera hora y ya tradicionales, los asesinos tuvieron gran respaldo y ayuda moral y propagandística (recuérdese cómo se enterraban a sus víctimas directas y el desprecio hacia ellas por parte de gran parte de los medios y del mismo gobierno), y surgió la teoría de la “salida política”, que pisoteaba el estado de derecho y presentaba implícitamente como políticos a los del tiro por la espalda y a sus presos.
Esta verdadera colaboración moral, política y propagandística, partió sobre todo del grupo PRISA, el verdadero sindicato del crimen, como se permitía llamar a quienes denunciaban la corrupción del PSOE. Este y gran parte de la derecha iban por esa vía “política”, que daba las mayores esperanzas y ventajas a los etarras. Con ello esperaban también que la ETA se volviera “razonable”, ofreciéndole considerables concesiones –ocultadas a la opinión pública–: premios por la sangre derramada. Pero la ETA no cayó en la trampa: estaba segura de que golpeando una y otra vez, sus grotescos enemigos terminarían cediendo mucho más.
El gobierno socialista, algo enloquecido, organizó entonces el terrorismo gubernamental, no para acabar con la ETA, sino para forzarla a negociar condiciones que, siempre contra la democracia y el estado derecho, debían complacerla sin por ello hundir la posición del PSOE.
Pero los etarras conocían bien la endeblez moral y política de sus adversarios a medias y supieron explotar “las contradicciones del sistema”, con lo que al PSOE le estalló el asunto en las manos, por obra de un juez prevaricador (prevaricó entonces, pues solo atacó el terrorismo gubernamental cuando Felipe González, que creyó utilizar al individuo, cometió el error de truncar su carrera política).
No obstante, el resultado no fue bueno para la ETA, porque finalmente llevó al poder al PP de Aznar. Debe señalarse que la mayor parte del PP, en particular los arriolistas, eran partidarios de seguir con la “solución política”, en lugar de aplicar a fondo los recursos del estado de derecho, y que fue Mayor Oreja quien, finalmente impuso una política acorde con la democracia. Y fue esa política la que colocó contra las cuerdas a la ETA en sus brazos armado y político. Como recordaba hace poco un dirigente batasuno, es decir, etarra, la banda se vio “al borde del precipicio”.
Pero la tenacidad etarra volvió a tener su recompensa. Fue llegar al poder el delincuente Zapatero y sacar de su crítica situación a los criminales, con quienes comparte –no debe olvidarse– un 80% de ideología: nueva legalización de sus brazos políticos, lo que les permitía recobrar el terreno político y propagandístico perdido, aparte de recibir grandes cantidades de dinero público; política de prestigio de los asesinos en España y en el Parlamento europeo; internacionalización del problema para dificultar una solución desde la democracia española; estatutos de “segunda generación” que dejaban –dejan– en marginal la unidad nacional; política de desprestigio, como “contrarios a la paz” hacia las víctimas directas y hacia cuantos se oponían a tales designios delictivos, antidemocráticos y de alta traición; intensificada corrupción de la Justicia, en especial del Tribunal Constitucional, hasta grados infames, etc. etc.
Hasta beneficiar, según la totalitaria ley de memoria histórica, con 135.000 euros a los familiares de los etarras muertos entre 1968 y 1977 “en defensa de la libertad”. Es difícil imaginar mayor conchabamiento con una organización asesina, máxima enemiga de España y de la democracia.
El mayor colaborador que ha tenido la banda armada en su historia, Zapatero, se preocupó de crear hechos consumados que hiciesen difícil la vuelta atrás. Y así, una vez la crisis económica llevó al poder a Rajoy, este continúa la política zapateril, con una vileza característica. Basta oír al ministro de Interior, hombre de muy pocas luces y de ningún criterio político serio (como Rajoy) para ver que el proceso no se ha interrumpido: “Ilegalizar a Amaiur –es decir, a la ETA– sería hacer un mal favor a la democracia”, ha dicho el personaje, justificándose con “informes” que él tiene. ¿Qué entenderá por democracia y qué informes serán? Lo que hace es “pedirle” que se desarme.
La ETA no solo ha demostrado ser una organización de principios –los suyos liberticidas y antiespañoles, claro–, sino también mucho más inteligente y a su modo honrada que la mayoría de los politicastros que vienen estragando al país. Desde el primer momento, los etarras calaron a esos personajillos como despreciables y corruptos, “los gorrinos”, como llamaban a los zapateristas que les daban cancha, y lo vieron confirmado a lo largo de años cuando los gobiernos mantenían negociaciones clandestinas con ellos, con los héroes del tiro en la nuca, a espaldas de los ciudadanos y mintiendo descaradamente a estos al negar los hechos.
Me gustaría decir: estoy seguro de que los criminales y sus colaboradores pagarán sus fechorías contra España y la libertad. Por desgracia, no estoy nada seguro, y veo posible que esa chusma triunfe, finalmente.
2 comentarios:
Pío Moa tiene toda la razón. Solo que muy pocos son capaces, como el, de decir este tipo de cosas abiertamente, ya sea por cobardía, sectarismo o falta de lucidez. Me llama mucho la atención cuando en alguna ocasión he visto al Sr. Moa denunciar en radio o tv este tipo de cosas -ciertas- y la reacción desorbitada que provoca entre el resto de interlocutores, sean de la ideología que sean. Es como si algunas cosas en este pais no pudieran decirse -por acuerdo tácito o algo así- por muy ciertas que se estas sean.
escéptico
Es lo políticamente correcto aderezado con la cobardía de millones de indigentes intelectuales y morales.
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