EL NEONAZI SE LLAMABA MOHAMED.
La izquierda político-mediática se empleó a fondo para culpar de los asesinatos del sur de Francia a la extrema derecha.
El mensaje era doble. Por una parte, y la comunicación procedía aquí de la elite política europea, metía en un mismo saco un accidente de autobús, la miseria auto-infligida en Gaza y el deliberado tiroteo contra niños judíos en una escuela religiosa privada. Por otra, si alguien había matado hebreos y militares de origen norteafricano, ya fueran cristianos, debía ser de ultraderecha, así que cargaban las tintas de la pista neonazi.
Pero hete aquí que el neonazi en cuestión se llamaba Mohamed y se había entrenado con los talibán. Compartía ciertamente con los biempensantes una serie de preocupaciones obsesivas que había pretendido vengar con sus crímenes: los niños palestinos, la guerra de Afganistán y la normativa francesa sobre el velo.
Ante la ausencia de un fascista al que culpar, comenzaron las disculpas. Nadie podía comprender cómo un muchacho tan simpático como Mohamed cometió, presuntamente, los siete asesinatos. Acaso se radicalizó en prisión o le dio pena la decadencia del terrorismo o no entendió las enseñanzas recibidas en sus dos viajes a tierra talibán. En suma, si no era de derechas no podía ser tan malo.
Esta actitud recuerda a la prevalente en los dos atentados anti-judíos con resultado de muerte en la reciente historia francesa. Contra la sinagoga de la calle Copérnico en 1980, cuatro muertos, y contra el restaurante Goldenberg en 1982, seis muertos. Ninguna condena. Sí, durante mucho tiempo la Francia de entonces, bajo el poder del socialista Mitterrand y la influencia del radical programa común de la izquierda, buscó a los culpables entre los antisemitas habituales, bajo las losas de petainistas varios, neonazis, o derechas extremas. Sin éxito. Ambos asaltos se debían a la corriente más marxista y antiimperialista de los terroristas palestinos, la del miembro originario de la OLP Abú Nidal, muerto a su vez violentamente en la Bagdad de Sadam en que se refugiaba en 2002.
Las amenazas a las sociedades libres, las occidentales fundadas en la tradición judeo-cristiana, no proceden hoy de grupos neo-nazis tan mal organizados como alejados del poder sino de los terroristas islámicos y de la comprensión que suscitan en los despachos de redacciones y cancillerías donde se alojan los forjadores de la opinión ortodoxa.
Por eso hay que felicitar tan efusivamente a los franceses. Ante la presencia en la zona tanto del ministro del Interior, muy locuaz contra el islamismo y el multiculturalismo, como del de Defensa, no se han manifestado contra la guerra de Afganistán, ni la legislación republicana o a favor de Hamás. Se abstuvieron igualmente de llamar asesinos fascistas a los miembros del gabinete. Aun estando en campaña electoral, se limitaron a enterrar dignamente a sus muertos, perseguir eficazmente a los criminales y evitar hacer el juego a quienes quieren, en palabras de Mohamed, poner a Francia de rodillas. Todo un ejemplo a seguir. (GEES).
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Lo que muestra que la izquierda española es más impresentable y maloliente que la francesa. Aquí (como vimos en los atentados de Madrid) la izquierda se dedicó a sacar tajada de la matanza. No hizo como ha hecho la izquierda francesa, en los asesinatos de Toulouse.
¡Qué izquierda tenemos! ¡A votarles!
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