27/6/2008.
UNA ESCRITORA MALLORQUINA, LL. RAMIS.
(Ana Nuño)Típicamente en el Matrix literario barcelonés, que invariablemente se desliza por la cuesta más fácil, el libro de Ramis fue lanzado al mercado con el imposible título que ostenta, una foto inane en portada (un grupo de tres chicas bebiendo cerveza y haciendo el imbécil en la barra de un bar) y una promoción descerebrada que abundaba en lo juvenil de tot plegat. Por fortuna, el libro es tan bueno que ha logrado sobrevivir a las peores intenciones de sus editores, que, por lo demás, se habrán quedado tranquilos después del pasado Sant Jordi, donde fue una de las novedades más vendidas. Influyentes críticos literarios locales (Sergi Pàmies, Sam Abrams, Julià Guillamón) han estado a la altura y saludado la aparición de una voz nueva y original en las letras catalanas. El también mallorquín José Carlos Llop, con su fino olfato literario, le ha dedicado la más certera e instructiva reseña. Pero, más allá de su interés como obra de ficción, me importa situar este libro en lo ya apuntado: ésta es una novela que también es una crónica y un ejercicio memorialista, y que se inscribe, con apenas la justa dosis ficcional, en una tradición que, por sólo ceñirnos a obras publicadas recientemente que toman como centro la realidad barcelonesa y sus aledaños, nos ha dejado ejemplares tan espléndidos como Filologia catalana, de Xavier Pericay, Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets, el potente alegato contra el nacionalismo, escrito desde el más estricto respeto a la realidad y experiencias de su autor, que es el Adiós Cataluña de Albert Boadella y la valiosa incursión de Adolescencia en Barcelona hacia 1970 en la juventud de Laura Freixas.
UNA ESCRITORA MALLORQUINA, LL. RAMIS.
(Ana Nuño)Típicamente en el Matrix literario barcelonés, que invariablemente se desliza por la cuesta más fácil, el libro de Ramis fue lanzado al mercado con el imposible título que ostenta, una foto inane en portada (un grupo de tres chicas bebiendo cerveza y haciendo el imbécil en la barra de un bar) y una promoción descerebrada que abundaba en lo juvenil de tot plegat. Por fortuna, el libro es tan bueno que ha logrado sobrevivir a las peores intenciones de sus editores, que, por lo demás, se habrán quedado tranquilos después del pasado Sant Jordi, donde fue una de las novedades más vendidas. Influyentes críticos literarios locales (Sergi Pàmies, Sam Abrams, Julià Guillamón) han estado a la altura y saludado la aparición de una voz nueva y original en las letras catalanas. El también mallorquín José Carlos Llop, con su fino olfato literario, le ha dedicado la más certera e instructiva reseña. Pero, más allá de su interés como obra de ficción, me importa situar este libro en lo ya apuntado: ésta es una novela que también es una crónica y un ejercicio memorialista, y que se inscribe, con apenas la justa dosis ficcional, en una tradición que, por sólo ceñirnos a obras publicadas recientemente que toman como centro la realidad barcelonesa y sus aledaños, nos ha dejado ejemplares tan espléndidos como Filologia catalana, de Xavier Pericay, Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets, el potente alegato contra el nacionalismo, escrito desde el más estricto respeto a la realidad y experiencias de su autor, que es el Adiós Cataluña de Albert Boadella y la valiosa incursión de Adolescencia en Barcelona hacia 1970 en la juventud de Laura Freixas.
Hay más de una manera, ya lo creo, de no vivir en Matrix, a pesar de padecerlo. Sin duda la más personal, quizás la más inteligente y generosa, es esa forma de resistencia a la impostura y el fraude desde la reivindicación de la realidad vivida.
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