miércoles, 14 de abril de 2010

¡GOLPISTAS!










GOLPISTAS.

Golpista es lo que habría llamado la izquierda a un acto como el de la Complutense organizado por la derecha contra el Estado de Derecho y a favor de un juez conservador acusado de prevaricación, además de otros dos delitos.

Antidemocrático, deslegitimador de las instituciones, extremista, fascista y alguna cosa más. Pero resulta que ese acto en el que se acusó al Supremo de cómplice de torturas fue protagonizado ayer por la izquierda y nada menos que en una de las universidades más importantes de España. Y de la mano del mismísimo rector.
Me gustaría decir que fue cosa de la extrema izquierda, de esa que campa a sus anchas en las universidades españolas. Pero resulta que los organizadores del acto eran los dos sindicatos mayoritarios, los mismos que deciden una buena parte de las políticas económicas del Gobierno. Y que allí había varios representantes del PSOE. Y resulta también que el acto, como todos los de acoso al Supremo que le han antecedido y le seguirán, ha sido explícitamente apoyado por la dirección del PSOE y por ministros del Gobierno. A partir del liderazgo de un Zapatero que calla estos días astutamente, pero que inauguró su llegada al poder con una revisión de la Transición y una nueva vuelta a la Guerra Civil.

Lo que da una idea de que la izquierda no acaba de completar su propia transición democrática. Y de que su aceptación de las reglas de juego democráticas aún pende de un caprichoso hilo. Por un problema fundacional sin resolver, el de la transición que sí hizo la derecha en la Transición democrática y que no hizo la izquierda, parapetada tras su condición de perdedora de la guerra civil y de víctima del franquismo. Casi cuarenta años después de los cuarenta del franquismo, el extremismo aún devora a la izquierda. (Edurne Uriarte/ABC).
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LA ESTAFA INTERMINABLE.

Miro en las estanterías. Deseo releer Cosecha roja, la conocida novela ‘negra’ de Dashiell Hammett. Mientras voy buscando me fijo en un libro de color azul. Lo saco de la estantería y veo que en la tapa hay dibujada una carabela. Se supone que es una de las utilizadas por Colón. Deja en el mar una larga estela de cadáveres. En el cielo se dibujan tres cazas norteamericanos. Podemos imaginar lo que pretenden. El título es: El nuevo orden mundial. La conquista interminable. Doce son los autores. Destaco los más conocidos, al menos para mí: Noam Chomsky, Rafael Sánchez Ferlosio, Adolfo Pérez Esquivel. En la introducción, de Heinz Dieterich, se dice:

El proyecto del Nuevo Orden Mundial se integra como un eslabón más en la larga cadena de demiurgos de imperios que resolvieron gobernar el mundo por la violencia ... como la pax romana, la civilización occidental y cristiana implementada en el ‘Nuevo Mundo’, el Ordine Nuevo de Mussolini, die Neue Ordnung de Adolf Hitler y ahora, la New World Order del actual Führer del Primer Mundo, George Bush’.

¡Grandioso! Nunca había visto meter en el mismo saco al nazismo y al cristianismo. ¡No hay como tener conciencia revolucionaria para descubrir verdades ocultas! Además, en la lista no aparece ni Lenin, ni el padrecito Stalin. En ‘El libro negro del comunismo’ (bazofia reaccionaria, como pueden suponer) se dice: ‘Los métodos puestos en funcionamiento por Lenin y sistematizados por Stalin y sus émulos no solamente recuerdan los métodos nazis sino que muy a menudo los precedieron. A este respecto, Rudolf Hess, el encargado de crear el campo de Auschwitz, y su futuro comandante, pronunció frases muy significativas: ‘’La dirección de Seguridad hizo llegar a los comandantes de los campos una documentación detallada en relación con el tema de los campos de concentración rusos’’.

En fin, comienzo tan promisorio exigía ahondar en estas sutilezas revolucionarias. Para empezar, el socialismo, que nos prometía un ‘mundo feliz’, ha realzado (sin querer, por supuesto) la importancia de la llamada ‘democracia formal’, la seguridad jurídica, la libertad, la propiedad privada, etcétera. Es decir, las instituciones y valores supuestamente reaccionarios con los que se habría oprimido y se oprime al resto del mundo. Al menos cuando conquista el poder en los sistemas democráticos. De buena gana, o lo que sea.

De la mano de esta indignada denuncia contra el malvado e insaciable Occidente, va la utopía de izquierdas. Y de la mano de la utopía, va la opresión y el sufrimiento. ¿Cómo? ¿Por qué? Porque el maravilloso mundo perfecto alumbrado por estas mentes emancipadoras tiene que convertirse en realidad. O sea, no se conforman con dar rienda suelta a sus enfermizos devaneos mentales sino que pretenden aplicarlos. ¡Ahí es nada! ¡El resultado es la muerte y la desolación!

Pero la realidad, que incluye a los seres humanos, se resiste a ser manipulada por la utopía de izquierdas. ¡Cabezotas! Aunque les gustaría, las personas de carne y hueso no son moldeables a voluntad del iluminado de turno. Resulta que el famoso ‘Hombre Nuevo’ no aparece por ningún sitio, salvo en la machacona y manipuladora propaganda revolucionaria. Pero los liberadores de la Humanidad oprimida no desfallecen. Tienen sobre sus espaldas una ciclópea responsabilidad. ¡Liberar a la Humanidad!

De ahí que a cada fracaso respondan con más empeño e insistencia. No se puede esperar menos de un auténtico revolucionario. El resultado es más opresión, más dolor, más sufrimiento. Pero nada es bastante para conseguir la ‘verdadera’ libertad, la ‘verdadera’ justicia, la ‘liberación final’. ¡Y hay gente que se empeña en no verlo! ¡Alienados!¡Capitalistas!

Stephane Courtois, escribe: ‘Algunos espíritus apesadumbrados o escolásticos siempre podrán defender que ese comunismo real no tenía nada que ver con el comunismo ideal ... No obstante, como escribió Ignazio Silone, verdaderamente, las revoluciones como los árboles, se reconocen por sus frutos’.

No hay sitio, en el hogar de los humanos, para este mundo ilusoriamente perfecto y simple, por no hablar de su ensangrentada aplicación. Vivimos en un mundo imperfecto, lleno de incertidumbres, complejo, dinámico y globalizado. El que no se adapte hará crecer, en su alma, el rencor como respuesta. O el odio. Y quedará encerrado en su mundo fantástico, cuya peligrosidad aumentará a medida que se aleje de la tierra y vague por los espacios en los que todo capricho es factible y todo sueño realizable.

¡Otro mundo es posible! Cierto, pero puede ser peor. Y con frecuencia lo es. Todo esto no significa desterrar la utopía. Sólo significa alejarse de las utopías fuertes, las que nos prometen el paraíso en la tierra. En cambio, las utopías débiles, las que nos ofrecen retos para mejorarnos y mejorar nuestra sociedad, son imprescindibles. En fin, no es prudente creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero tampoco lo es creer en perfeccionismos sociales diseñados por los liberadores (siempre falsos) de la Humanidad.

Sebastián Urbina.




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