LA CATÁSTROFE TIENE UN NOMBRE.
Se nos podrá decir que las agencias de calificación han fallado en los últimos años como una escopeta de feria, y será verdad. Pero no convendría olvidar que sus mayúsculos errores se han debido a su excesivo optimismo, a haber mantenido unos ratings absurdamente elevados. ¿O acaso las agencias de calificación, fieles aliadas de los gobiernos, no están ahora tratando de retrasar al máximo la rebaja de los ratings soberanos? ¿O acaso S&P no se ha visto forzada a clarificar que el rating español "dista mucho" de la griega minutos después de que recortara nuestro rating? En todo caso, pues, estarán falseando nuestra realidad al alza: quien quiera lavarle la cara al Gobierno, mejor haría en no agitar demasiado este argumento, ya que si S&P nos califica como AA, probablemente sea que estemos peor.
Tampoco es de descartar que esta catástrofe humana, social, política y económica que es la izquierda de nuestro país vuelva ahora a agitar el fantasma del enemigo exterior; ya saben, esos especuladores extranjeros que conspiran por hundir el Gobierno de progreso de Zapatero negándole el pan y la sal. Pero no, el problema de España no es que los inversores foráneos no se dejen estafar por las promesas de mal pagador, de trilero consumado, de nuestro Tesoro (In Spain we trust, ¿recuerdan?). El problema originario no es ni siquiera que nuestro paro haya alcanzado el 20%, que tengamos un déficit de más de 100.000 millones de euros o que nuestro sistema bancario se encuentre al borde de la bancarrota.
Tiempo habrá para analizar los efectos concretos de la rebaja del rating sobre nuestras enormes necesidades de financiación exterior; sobre unos bancos y cajas que, maltrechos por la burbuja inmobiliaria, llevan años comprando una deuda pública española cada vez de peor calidad y que amenaza con costarles un ojo de la cara en forma de fondos propios; sobre un déficit cuyos intereses cada vez nos resultarán más onerosos, hasta el punto de amenazar con merendarse el futurible crecimiento económico de nuestro país.
Todo esto es cierto, pero sería un error –en el que cae mucha izquierda autocomplaciente– pensar que el Gobierno socialista tiene que atajar de manera inminente todos estos problemas mediante una reforma laboral y una dura consolidación presupuestaria. No, este Gobierno sólo tiene que hacer una cosa: dimitir en pleno. Irse a su casa de una vez, dejar toda función ejecutiva y convocar elecciones. Ya lo dije hace justo un año y lo repito doce meses después: no queda otra salida que la dimisión de Zapatero. Porque podríamos lamentarnos si no supiéramos cuál es el camino a seguir o si no tuviéramos los medios para avanzar por ese camino. Pero no es el caso; Zapatero sabe desde 2007 qué medidas hay que adoptar, pero se niega a hacerlo. Prefiere que España quiebre a rectificar, a reconocer que su nefasta ideología ha sido uno de los causantes y agravantes de esta crisis. Y con estos bueyes no se puede arar, de ninguna manera; podemos soportar a un inepto, pero no a un demente cuya única obsesión, cuya única preocupación es desviar la atención, mentir y confundir a los ciudadanos para no tomar ninguna de las medidas que nos son inaplazables.
Mas no hay tiempo para que se sigan riendo de nosotros. No hay tiempo para que Zapatero nos siga repitiendo que ya estamos saliendo de la crisis mientras continúa soterrado por los escombros económicos del país, para que De la Vega diga que están haciendo los deberes cuando han traspasado el muerto a unos sindicatos tan o más cerriles que ellos, para que Campa le reste importancia a la rebaja del rating aduciendo que los cálculos de crecimiento del Ejecutivo, esos mismos que han fallado siempre en esta crisis, son mejores que los de S&P. Basta de sainetes.
Esta gente está arruinando nuestras vidas, las de nuestros vecinos, amigos, parejas e hijos. No es aceptable que sigan arrastrándonos a todos al abismo de su incompetencia con esa insultante indiferencia que exhiben. Porque aun cuando nos suban los impuestos, lleven a miles de empresas a la quiebra, manden al paro a cinco millones de españoles, se fundan los ahorros de todos los ciudadanos salvo los de su círculo cercano, conduzcan a los bancos, a la Seguridad Social con su Fondo de Reserva y al Estado a suspender pagos y nos cierren por décadas la financiación exterior, pese a todo, ellos continuarán viviendo de las rentas amasadas durante estas dos legislaturas a costa de nuestros impuestos y de la jubilación dorada obtenida gracias a los fueros que ellos mismos han redactado y aprobado. ¿Qué poco les vamos a importar los simples y pobretones mortales? (Juan Ramón Rallo/LD)
No hay comentarios:
Publicar un comentario