Carlos Mulas, director de
Creo que se pueden entresacar algunas líneas maestras que serán suficientes, espero, para darnos cuenta de cómo la izquierda afronta su actual crisis. Otros ni siquiera aceptan que la haya.
Según estos autores, los socialdemócratas no han sabido explicar en qué se diferencian de los conservadores; han fallado a la hora de conectar con los valores de los votantes; han aparecido nuevos problemas, como inmigración, crimen y terrorismo islámico, que han hecho que el electorado europeo se volviera vulnerable a la política del miedo y el populismo; finalmente, se necesita una forma de hacer política más alejada de las rígidas jerarquías de los partidos tradicionales.
Veamos en primer lugar, un dilema de la socialdemocracia, según los autores citados. Una parte del mismo, dice: ‘Si siguen alabando las virtudes de la globalización o del multiculturalismo sin aceptar sus dificultades, se arriesgan a alienar una parte del ‘electorado emocional’ que necesitan para ganar las elecciones’.
Me parece sorprendente que se afirme que la socialdemocracia alaba las virtudes de la globalización y el multiculturalismo. Y más todavía que no acepta sus dificultades. Me alegraría que la socialdemocracia alabase la globalización pero no parece una actitud generalizada. Por otra parte, que la socialdemocracia alabe el multiculturalismo es preocupante. ¿Por qué es esto preocupante? Porque el multiculturalismo se opone al pluralismo. Al menos en la práctica.
Aclaremos esta cuestión. El multiculturalismo se cierra en guetos, obligando a los demás al respeto de sus tradiciones. ¿Es esto malo? Supongamos que un grupo determinado, en una ciudad determinada, practica la mutilación de los genitales de las niñas. Un planteamiento multiculturalista nos obligará a respetar las tradiciones de este grupo. En resumen, los derechos individuales están subordinados a las tradiciones del grupo. Lo mismo sucede con las tradiciones que ahorcan a los homosexuales, o cortan las manos a los ladrones. Etcétera.
La consecuencia real es que la sociedad pierde cualquier base comunitaria entre los diferentes grupos que la componen y éstos se convierten en mundos cerrados y aparte. Incluso la policía tiene problemas para entrar en barrios de grandes ciudades articulados en tradiciones cerradas que chocan con la legalidad democrática. Su actuación, la de la policía, se considera ofensiva para los sentimientos del grupo en cuestión. Por tanto, la izquierda multiculturalista está equivocada. Y es una equivocación grave. Hay que denunciarlo.
La otra parte del dilema, dice lo siguiente: ‘Pero si aceptan que su electorado principal se siente atraído por los mensajes emocionales de los competidores de derecha e izquierda en temas laborales e inmigratorios, y optan por usar su mismo lenguaje, entonces se arriesgan a perder el apoyo de sus’ votantes éticos’.
Creo que merece una explicación afirmar que el electorado socialdemócrata se siente atraído por los mensajes emocionales de derecha e izquierda, en materia laboral e inmigratoria. Para empezar, no sabía que derecha e izquierda estuvieran de acuerdo en estos temas. ¿O se trata de que unos votantes socialdemócratas se sienten atraídos por la derecha y otros por la izquierda? Encima, la socialdemocracia (que no sería ni de derechas ni de izquierdas) tendría una tercera posición. ¿Emocional? A gente tan principal, como los autores del artículo, se le debe exigir más rigor en la exposición de sus ideas.
Otro aspecto de la crítica de Mulas y Browne hace referencia a que la inmigración, el crimen y el terrorismo islámico han provocado que el electorado europeo se haya vuelto vulnerable a una política del miedo y el populismo. No se sabe muy bien si, en su opinión, se debería limitar la inmigración a las necesidades del país receptor, perseguir mejor el crimen y el terrorismo islámico, o alguna otra cosa. Como ciudadano español y europeo me quedaría más tranquilo si la socialdemocracia lo dijera claramente.
Dado que no es así, no sabemos si de lo que se trata es de convencer a los ciudadanos europeos de que no deben preocuparse por la inmigración, el crimen y el terrorismo islámico, o qué. En todo caso, distingamos entre inmigración y los otros dos apartados. ¿Por qué es progresista (suponiendo que ‘progresista’ sea igual a ‘bueno’) no poner límites a la entrada indiscriminada de inmigrantes? La izquierda debería explicarlo sin demagogias. Sin embargo, hacer demagogia es habitual en la izquierda. Suele acusar a los que se oponen a sus medidas (recordemos su famoso slogan de ‘puertas abiertas’) de ser egoístas e insolidarios.
En cuanto al crimen, doy por supuesto que la socialdemocracia también está interesada en perseguir el crimen y no solamente decir (como suele hacer) que hay que ‘buscar las causas’. Naturalmente, la izquierda suele decir que las causas profundas del crimen están en el capitalismo. Salvaje, naturalmente.
En cuanto al terrorismo islámico, también supongo que la socialdemocracia está interesada en combatirlo. A pesar de
Dicen los autores del artículo que si se quiere alcanzar un nuevo período de ‘gobernanza progresista’ (¿) habrá que, sobre todo, incorporar una nueva dimensión emocional’. Hablando de emociones, recordemos que el fascismo es básicamente emocional. Es una forma de reacción frente al racionalismo de Occidente. Está basado en las emociones de las masas, agitadas e impresionadas por un Caudillo, cuyo liderazgo no se discute.
No trato de equiparar a la izquierda (democrática) con el fascismo, pero si sustituimos el Caudillo por ideas redentoras con dimensión emocional, el parecido se aclara. Por ejemplo, el cambio climático, la antiglobalización, la liberación de la mujer, el neoliberalismo que nos invade, el fascismo que nos amenaza, o la derechona franquista que hay que excluir de las instituciones democráticas. Oponerse a estas ideas redentoras, u otras, formulando matizaciones o críticas, es síntoma de grave enfermedad reaccionaria. Y ya se sabe lo que les pasa a los enfermos. Que hay que curarlos como sea. Por su bien.
Finalmente, la socialdemocracia no tiene ningún paradigma económico alternativo. Su aportación se reduce a gestionar el modo de producción (economía de mercado) del enemigo político. Y para hacerse notar, inyecta en vena doctrina keynesiana para mayor gloria del Estado y sus burócratas. O sea, más gasto público. En fin, hay que hacer creer que la crisis actual, por poner un ejemplo, se debe al salvaje liberalismo que nos invade y a la desregulación, o sea, insuficiencia de la regulación estatal. ¡Qué cara más dura!
Sin tiempo para reponernos, los autores nos amenazan con una última bocanada de aire fresco: los socialdemócratas, ‘necesitarán reivindicar una parte de su agenda tradicional...’. ¿Cuál, preguntamos con el corazón encogido?
Lo menos que se puede decir de esta ‘puesta al día’ de la socialdemocracia es que falta rigor y precisión en la formulación de los proyectos que se supone le permitirán ‘una gobernanza’ a la socialdemocracia. Mientras tanto, parece que seguirán con la apelación a los ‘buenos sentimientos’ que, por supuesto, son propios y exclusivos de la izquierda.
Sebastián Urbina.
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