EL OBSERVATORIO DEL CONEJO CATALÁN.
Acuso recibo con el preceptivo alivio de que un Joaquim Lena, según me cuentan consejero de Agricultura de la Generalidad, acaba de proceder, por fin, a la tan ansiada creación del Observatorio del Conejo de Cataluña.
Y es que uno no sale de su perplejidad al constatar que las autoridades llevaban siglos abandonando al conejo catalán a su libre albedrío. Así, ese lepórido autóctono, huérfano de los preceptivos observadores administrativos que en todo momento debieran orientarlo por el recto camino, se ha visto abocado a una existencia marcada por la más disoluta anarquía. Triste realidad que, merced al empeño del tripartito, pronto formará parte de un aciago pasado a olvidar.
Desde ahora, pues, sometidos a la atenta mirada de los ojeadores asignados al servicio de acecho institucional, la vida cotidiana de esos roedores podrá homologarse a la del resto de la población. Al respecto, no deja de confortarme lo aclarado por el mentado Lena, esto es, que el muy imperioso Observatorio del Conejo reafirma "la apuesta del Departamento por implementar instrumentos que aporten información, mayor transparencia, y contribuyan, así, a optimizar su competitividad y viabilidad futura a través, entre otros, de los indicadores y estudios que elabore". Aún resta por discernir, sin embargo, qué nuevos organismos cabrá implantar con tal de coordinar los flujos de información entre los mirones del conill pedáneo y sus homólogos en el Estado español. Que por algo la raíz etimológica de la voz Hispania viene a significar "tierra de conejos".
Al tiempo, tampoco nada ha trascendido sobre la dotación de infraestructuras materiales y el soporte logístico que habrá de requerir la labor cotidiana de los funcionarios adscritos a la misión. En cambio, lo que sí consta es que prioridades estratégicas parejas a la de ese CESID conejero han forzado a Montilla a promover más de un centenar de miradores, institutos, fundaciones, consorcios, consejos y condumios. De ahí la angustia ciudadana ante las consecuencias quizá irreparables de la anunciada huelga del sector público. ¿Cómo sobrevivir, por ejemplo, a la expectativa de que los innúmeros asalariados de la Consejería de Relaciones Institucionales nos dejen desasistidos de su cometido durante un día entero? Por no hablar de los pobres conejos, veinticuatro horas sin que nadie mire por ellos. De pánico. (José Garcia Domínguez/LD)
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