LAS CENCERRADAS DE LOS GOYA.
Ignoro si cuando esto se publique la Gala de los Goya habrá devenido otra cencerrada contra el Gobierno, como parece ordenar la costumbre del gremio. Poca atención presto, si alguna, al cine llamado español. Para el caso, apenas recuerdo que Blancanieves, una cinta muda, viene de ser premiada en Barcelona como la mejor de la temporada rodada íntegramente en catalán.
Dijo bien Larra, aquí todo el año es Carnaval. Por lo demás, sus ordinarias en bragas y sus gañanes de prosa patibularia no logran despertar en mí otro sentimiento distinto al de la humana compasión. Y si los mantengo con mis impuestos es con el fatalismo de quien sabe empeño quimérico el tratar de desparasitar un zoológico.
En cuanto un político oye la palabra cultura, como si de un impulso pauloviano se tratase, echa mano del bolsillo de los contribuyentes.
Y de eso, del equívoco cultural, vive la muy airada tropilla de los Willy Toledo y compañía. Aunque no deja de constituir un gran misterio lo que tenga que ver Torrente en Marbella con las creaciones del espíritu humano merecedoras de algún respaldo público. Una industria tal, aquí siempre más populachera que popular, perece tan próxima a la cultura como el Duque de Palma a la beneficencia. Prosaico entretenimiento elaborado con el único –y respetable– afán de hacer caja, el cine que se dice español debería ser excluido del ámbito del Ministerio de Cultura.
Nada que oponer a ese invento francés, la llamada excepción cultural. Como resulta del dominio público, la célebre excepción de Francia consiste en que ya persona alguna está dispuesta a pagar siete euros a cambio de soportar una película gala. Hágase en España lo mismo, pues. Eso sí, transfiérase la competencia sobre los cómicos al departamento de Comercio e Industria.
Constitúyanse ellos en un lobby más, junto al de los fabricantes de coches o el de los distribuidores de salchichas envasadas al vacío. Y compitan para llevarse su parte del botín, llámense subsidios, aranceles, contingentes o planes Renove. Pero que dejen de dar la vara con la coartada cultural. Allá por 1955, un Bardem sentenció a propósito de ese comedero que era "políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico". Luego llegó su sobrino. (José Garcia Dominguez/ld)
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