LOS MITOS ACTUALES AL DESCUBIERTO
Una desmitificación de lo políticamente correcto
Por Óscar Elía Mañú
Una
de las características más notables de las sociedades contemporáneas es
que se declaran ilustradas, racionalistas, tecnificadas, científicas,
descreídas, pero se comportan de una manera cada vez más emotiva,
confiada, y depositan su fe en mitologías sociales e históricas de
escaso fundamento.
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Dos son las causas principales del auge de estos mitos: 1) la
postmodernidad, que se revuelca complacida en el relativismo, el
nihilismo y el subjetivismo moral e intelectual, dejando a la sociedad
desprotegida ante camelos y creencias varias (esto afecta tanto a la
izquierda como a la derecha: el tan buscado centrismo no es más
que la aceptación del relativismo moral e intelectual), y 2) la crisis
ideológica de la izquierda, desorientada tras el fracaso del socialismo real
y abandonada al nihilismo teórico, que le lleva a unirse
intelectualmente al nacionalismo, el islamismo y otras ideologías
antisistema.
En el libro que nos ocupa, Javier Barraycoa aborda algunos de los
mitos que configuran la forma de pensar en nuestras sociedades, mitos
relacionados con las ONG, el ecologismo, el arte contemporáneo, la
globalización... Barraycoa denuncia la existencia de una cultura cada
vez más basada en las creencias y los mitos que se nos imponen y de una
élite que se sustrae de la crítica y el control sociales y que recurre a
tales creencias y mitos para enriquecerse desvergonzadamente.
La existencia de estos mitos es posible por la crisis del mundo de
la cultura y los medios de comunicación. La información, hoy, es un
sucedáneo donde se mezclan la espectacularidad, el entretenimiento, la
emotividad y el vacío racional e interpretativo. Forzoso es reconocer
que los medios ya no muestran la realidad: la ocultan, la escatiman y,
en el peor de los casos, la crean y reconstruyen a voluntad.
La clase periodística es compulsivamente mentirosa, y anda enredada
en intereses económicos, profesionales, ideológicos. Busca lo
inmediato, lo espectacular, lo impactante: "El periodista, uno de los
animales más aptos para la supervivencia, ha desarrollado un fino olfato
sobre lo que se puede decir y lo que se debe callar; sobre qué
opiniones le privarán de la nómina y qué afirmaciones le granjearan
amistades", escribe Barraycoa (p. 23) ¿Exagera? Quizá. Pero en lo
sustancial su denuncia está del todo justificada.
La
causa de este estado de cosas hay que buscarla en la corrección
política, esa dictadura sobre el lenguaje ejercida con fines
ideológicos. Barraycoa advierte contra la autocensura, el miedo de
periodistas, intelectuales y ciudadanos a expresar en público
determinadas ideas, lo cual deja el campo libre para la apología de la
homosexualidad, de la discriminación de minorías, del aborto, de la
eutanasia o del ecologismo, que se oficializan y solidifican sin que se
les presente oposición alguna.
Estamos sometidos a una dictadura intelectual basada en mitos y
falsificaciones. Pensemos, por ejemplo, en el mito de la liberación de
la mujer, cuando en realidad la ideología de género se ha llevado por
delante la vida de sus más ilustres defensoras: Hildegart Rodríguez,
Alma Mahler, George Sand o Simone de Beauvoir se movieron entre la
infelicidad, las enfermedades y la adicción al alcohol y las drogas; o
en el mito de la homosexualidad: no existe ningún estudio cuantitativo
serio, y las cifras que da el lobby gay son, simplemente, invenciones.
Pero la bondad de la ideología de género o la urgencia social de lo homosexual se tienen por incuestionables.
Además de una denuncia intelectual, Barraycoa ofrece datos y hechos
concretos; por ejemplo, sobre la estrecha relación que liga a las ONG
–la mayoría de ellas gubernamentales– con políticos e instituciones
públicas. En plena era de la solidaridad global, las ONG son un
negocio del que viven miles de personas: en 1997 las ONG empleaban en
España 10.000 voluntarios a sueldo; en 2003 ya eran 200.000. Quién sabe
cuántos serán ahora. Hay solidarios que tienen sueldos elevadísimos, dietas generosas, coches oficiales... Pero son solidarios, y cuentan con toda la simpatía de la sociedad.
Barraycoa centra sus críticas en Greenpeace y WWF, que se han visto
envueltas en escándalos financieros y de desvío de fondos. El mito de
ambas ONG se basa en campañas fraudulentas, datos falseados y
manipulaciones emotivas y espectaculares, a las que la sociedad se
muestra muy receptiva. Los ejemplos son escandalosos: las presiones de
Greenpeace contra la importación de piel de foca han puesto en peligro
pueblos y culturas enteras; en nombre del ideal ecologista, WWF se ha
llevado por delante la vida de miles de hipopótamos, elefantes y
rinocerontes. Pero ambas organizaciones siguen gozando de un prestigio a
todas luces inmerecido.
"Lo científico" se ha convertido también en un mito de primera
magnitud. Barraycoa proporciona ejemplos de grandes fraudes científicos,
manipulaciones de datos, estudios falseados cuya única virtud es el
atractivo mediático... Atractivo que salvaguarda el prestigio de la
ciencia como algo infalible y de validez absoluta.
La
ciencia no es infalible; mucho menos lo es cuando se mezcla con
preferencias ideológicas, servidumbres políticas y necesidades
económicas. Nunca como ahora la ética del científico ha sido tan laxa, y
nunca como hasta ahora se ha tenido una confianza más ciega en él.
"Sorprende encontrar millones de personas que imaginan como verdadero e
indiscutible aquello que simplemente es parte de un proceso de educación de masas y que apenas tiene fundamento científico o siquiera racional" (p. 82), afirma Barraycoa.
La falta de fundamento racional afecta igualmente a otro gran mito
indiscutible de la actualidad: el arte contemporáneo, esa huera mezcla
de banalidad y marketing publicitario. La destrucción de las nociones
clásicas de belleza y arte ha tenido como consecuencia la
banalización total de este último. Bajo la supuesta rebeldía de los
artistas contemporáneos, con sus denuncias y provocaciones, se esconde
una aristocracia cultural acomodaticia que mueve millones y que vive de
las subvenciones, o sea, a costa del contribuyente. Como afirma nuestro
autor, "cuando en una sociedad se pierde el sentido común, cualquier
embauco es posible y la gente puede llegar a pagar simplemente por nada"
(p.108).
Así es: el mito del arte contemporáneo hace que llamemos arte
a lo que no lo es en absoluto, y que se paguen millones a patanes que
oscilan entre la perversión sexual y lo explícitamente macabro. La
apología de este tipo de arte llena de millones los bolsillos de quienes lo perpetran.
Tras todos estos mitos encontramos una ideología racionalmente
débil, basada en sentimientos y emociones, sin un contenido sólido, pero
que impone la bondad de las ONG, de la ciencia y de los expertos,
de la hipersexualización, del relativismo cultural y artístico, y sirve
de fuente de suculentos ingresos a ecologistas, cooperantes, artistas y
miembros del lobby gay.
Despojadas de principios y valores, las sociedades modernas son
presa de creencias y mitologías vacías y de gentes sin muchos escrúpulos
que están dispuestas a aprovechar la ocasión que se les brinda para
sacar tajada. Por eso este libro de Javier Barraycoa es, a la vez que un
lúcido análisis intelectual, una denuncia minuciosa y, sobre todo,
desmitificadora. Merece la pena.
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