sábado, 23 de febrero de 2013

PAÍS DE MIERDA

 
 (Bueno, hablando en propiedad, un país no puede

 ser mierda. Es una forma de hablar. Solamente las

 personas pueden serlo.Pongamos orden.

En primer lugar,  los criminales mierdosos.

 ETA y sus terminales, políticas, económicas, 

sociales, religiosas...

Luego, en segunda posición, vienen los políticos más repugnantes. Son los que 'comprenden' estas cosas. Aquí podemos situar a los separatistas antiespañoles. A su lado, y caminando del brazo en más de una ocasión, los socialistas. Los comunistas y poca cosa más.

En tercer lugar, los populares. Ahora se van a tomar café con los de Bildu y Amaiur. Lo que no se hacía en tiempos de Mayor Oreja y María San Gil.

Todo lo dicho es al margen de la existencia de héroes y heroínas en todos o casi todos los partidos, excepto los del primer y segundo lugar, en la clasificación de mierdosos.

No debemos olvidar la inestimable ayuda del Tribunal Constitucional para que los primos hermanos de los criminales se sienten en las instituciones democráticas. Gracias, gracias.

Lo dicho, un país de mierda.)









ALFOMBRA ROJA PARA LA ESTRELLAS DEL TERRORISMO.

Casi ocultos por la inmediatez y la importancia del debate sobre el estado de la nación, la última semana ha sido pródiga en acontecimientos terroristas, todos ellos de apariencia pacífica y todos destinados a que las estrellas del movimiento que lidera ETA fueran colocando en la opinión pública mensajes destinados a blanquear el pasado violento de esta organización.

El lunes abrieron la pasarela los generales de ETA, momentáneamente retirados de la actividad por encontrarse residiendo en prisión, con una proclama leída "en nombre de ETA" desde el banquillo de los acusados en el Palacio de Justicia de París. Actuaba de portavoz Garikoitz Aspiazu, también conocido como Txeroki, rodeado por Ata, Gurbitz, Arlas y otros subalternos. En su discurso, más propio de un militar victorioso que de un delincuente derrotado, se presentaba a sí mismo y a sus compañeros como luchadores por "la libertad de nuestro país", para inmediatamente declarar que "no hemos venido a reivindicar la guerra" –pues "durante muchos años hemos luchado en el campo de batalla"– sino a "hacer llegar un mensaje en favor de la resolución del conflicto vasco", llevándolo "a la mesa de negociación".

 Y tras exponer el viejo catálogo reivindicativo de su organización –"El regreso a casa de todos los presos y refugiados políticos vascos; (...) el desmantelamiento de las estructuras armadas (...) [y] la desmilitarización del País Vasco"– introdujo un elemento novedoso al aludir a "todos los ciudadanos que, sin ninguna responsabilidad en este conflicto, han sufrido un daño a causa de la actividad de ETA". Se trataba, ni más ni menos, que de lamentar ese perjuicio como si se fuera una de esas clases de daños incidentales que el derecho internacional legitima cuando acompañan a los ataques contra objetivos militares.

ETA buscaba, con esta declaración, lavar su imagen violenta y trataba de presentarse como un contendiente activo, no derrotado, que ofrece la paz, transfiriendo así la responsabilidad de que ésta sea efectiva a los Gobiernos de España y Francia. Y lo hacía en la sede de un tribunal sorprendentemente convertido en foro político, en pasarela de exhibición de los dirigentes bélicos de la banda terrorista.

El jueves les llegó el turno a los representantes políticos del movimiento que tutela ETA; y así, uno de sus abogados, ahora metido a señoría en el Congreso de los Diputados, Iker Urbina, intervino en el debate sobre el estado de la nación para exigirle a Mariano Rajoy que dé "pasos hacia una paz justa y duradera". Una paz que, al parecer, implica la equiparación entre las víctimas ocasionadas por ETA y los miembros de ésta, pues tras citar a mi hermano Fernando Buesa y al ertzaina, Jorge Díez, que le protegía –asesinados en un atentado con coche-bomba hace ahora trece años– mencionó, al mismo nivel, a dos etarras ya fallecidos; y añadió que "mucha gente ha sufrido y está sufriendo" no solamente "por la actividad de ETA", sino también por "la tortura y la represión policial".

El partido de ETA colocó así el mismo mensaje que unos días antes habían leído en su proclama los generales de la banda. Y lo hacía desde uno de los escaños de la más alta instancia representativa de los ciudadanos españoles, convertida ahora en pasarela alfombrada de una de las estrellas del espectáculo etarra en virtud de una deplorable resolución política –que no jurídica– del Tribunal Constitucional en la que se dejaba sin vigencia real la Ley de Partidos Políticos.

Y el viernes se puso el colofón a esta retahíla de operaciones de blanqueamiento de ETA. En este caso la protagonista no era otra que Laura Mintegi, portavoz muda de EH Bildu en el Parlamento vasco, con su asistencia silenciosa a un hasta ahora inédito homenaje de la Cámara de Vitoria a mi hermano Fernando Buesa. Y el oficiante de este paseo estelar por la alfombra roja que conducía a la exhibición no era otro que el mismísimo Partido Socialista de Euskadi.

Fue, en efecto, el PSE el organizador de esta impúdica expresión del blanqueo de ETA con la que, según Marian Beitialarrangoitia –diputada de la izquierda abertzale–, se trataba de "reconocer al prójimo, reconocer a todas las víctimas y a todas las violencias que se han producido en Euskal Herria", para "seguir dando pasos y superar" el conflicto.

Los acontecimientos se desarrollaron del siguiente modo: el partido socialista, que quería ofrecer a EH Bildu una plataforma para, como ellos dicen, dar pasos, acordó hacerlo en el acto que tradicionalmente organizaba todos los 22 de febrero en homenaje a Fernando Buesa y a Jorge Díez. Encontró para ello la comprensión de la dirección de la Fundación que lleva el nombre de mi hermano –no en vano su presidenta, la viuda del asesinado, declaró, refiriéndose a los del partido de ETA, que "si van, me parece muy bien", para añadir que "es un paso, pero todavía tienen que hacer un recorrido importante"–, pero se topó, según cuenta Santiago González, con la férrea oposición de Begoña Elorza, madre de Jorge Díez, quien no estaba dispuesta a tolerar la presencia de los proetarras en el acto. En estas circunstancias, los socialistas optaron por desdoblar el viejo homenaje en dos partes diferenciadas: una en el Parlamento, a cargo de los políticos, para que los de la izquierda abertzale no se sintieran excluidos, y otra en la calle, a cargo de las familias, para que éstas no se sintieran incómodas.

Y aquí paz y después gloria. La operación de blanqueo de ETA sigue su curso en espera de nuevas oportunidades para que, finalmente, pueda alcanzarse sin disimulos la añorada coalición de izquierdas entre los residuos que aún le quedan al partido en el que militó mi hermano y los epígonos políticos de la organización terrorista. 

 (Mikel Buesa/ld).

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