martes, 19 de febrero de 2013

CONTRA CATALUÑA

 (Los que piensan de otra manera son estigmatizados. Deben enfrentarse a eso que se llama muerte civil. Esto nos lo recuerda el autor de este artículo. Pero, aunque es bueno recordarlo (porque las injusticias no deben olvidarse), cualquiera que quiera enterarse lo sabe.

 Lo que sucede es que entre los cobardes, mentirosos y políticamente correctos, se ha conseguido ocultar a la población lo que sucede en Cataluña. No en la Cataluña oficial sino en la Cataluña real. Y en este repulsivo engaño han participado muchos periodistas, profesores, tertulianos, burócratas y políticos...

Mientras ellos mentían como bellacos, los separatistas hacían su camino. La 'construcción nacional'. Y mientras esto sucedía, las personas dignas como Albert Boadella, tenían que marcharse de Cataluña. El aire era irrespirable. Pero no ha sido el único. Solamente el más conocido. Antes que él, miles de docentes, y un largo etcétera.

'La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira', decía J.F. Revel. No lo olvide. Y, por encima de todo, no se haga cómplice de esta basura. O de otra.)

 

 

 

 

Contra Cataluña

La sociedad catalana vive dominada por una ideología nacionalista que se extiende como un férreo manto invisible. Los que se apartan del discurso oficial son acusados de oponerse a esa nación imaginaria que algunos han construido’.
Roberto Augusto (LaVozdeBarcelona)
Martes, 19 de febrero de 2013 | 10:41

Es habitual que los miembros de la oligarquía nacionalista catalana digan que todos los que discrepan de las opiniones de la mayoría están contra Cataluña. Se cae en este error porque se identifica a una ideología con toda la sociedad. Ser nacionalista es ser un buen catalán, un patriota. Y todos los que piensan de otra forma son estigmatizados. Deben enfrentarse a eso que se llama la muerte civil. Pasan a ser ignorados por la gran mayoría de los medios de comunicación al servicio del poder, se silencia su discurso y se les aparta de los centros de toma de decisiones.

Recuerdo que hace unos años, en plena vorágine del debate sobre el nuevo Estatuto, eminentes políticos decían que los que se oponían a ese proyecto estaban contra Cataluña. Me indignaban estas declaraciones. Son una muestra de una pésima cultura democrática. La sociedad catalana vive dominada por una ideología nacionalista que se extiende como un férreo manto invisible. Los que se apartan del discurso oficial son acusados de oponerse a esa nación imaginaria que algunos han construido.

Discrepar del nacionalismo no es estar en contra de Cataluña. Oponerse a un proyecto político determinado, como la elaboración de un Estatuto, tampoco justifica que se criminalice a nadie. De la misma forma, me parece antidemocrático decir que los que no quieren un sistema de inmersión lingüística en catalán son fascistas españoles. Simplemente son personas que no siguen a la mayoría y deben ser respetadas, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Por desgracia, muchos consideran la discrepancia como una forma de traición, como una declaración de guerra.

Es propio de sistemas totalitarios apoderarse del Estado y afirmar que los que no siguen los dictámenes del poder establecido son adversarios que deben ser combatidos. El nacionalismo actúa de una forma parecida. Los seguidores de esta ideología creen que la nación les pertenece exclusivamente a ellos y ven como enemigos a los que tienen otras ideas.

El respeto a las minorías es fundamental en toda democracia. Me refiero no sólo a grupos étnicos o religiosos, sino también a los que tienen distintas formas de entender una sociedad tan compleja como la catalana. La famosa expresión “contra Cataluña” lo que demuestra es que muchos que se consideran demócratas realmente no lo son.

Roberto Augusto es doctor en Filosofía

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