lunes, 20 de mayo de 2013

¡PAÍS DE MAMARRACHOS!




 (Esto es lo que hay.  En España vivimos una legislación garantista, con una fuerte influencia de los jueces 'progresistas'. Son los herederos intelectuales del 'Uso alternativo del Derecho', nacido en Italia, en los años 70, de juristas mayoritariamente de izquierdas. Lo que pretendían estos juristas, muchos de ellos jueces, era contribuir a la construcción de una sociedad más justa aplicando los valores más progresistas de la Constitución. Dicho de otro modo, eran jueces 'Robin Hood'. Quitar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres, pero en versión moderna. O sea, aplicando las leyes según una interpretación progresista.

Claro que esto dio via libre para que los demás jueces que no se sentían 'Robin Hood' decidieran pararles los pies por medio de interpretaciones diferentes de la ley. Por ejemplo, los tribunales superiores podían modificar, o eliminar, las decisiones judiciales inferiores 'progresistas'. 

Pues bien, aquí tenemos un ejemplo. El 'malvado joyero' recibe toda la leña que es posible dar desde una interpretación 'progresista' de la ley. Y los pobrecitos delincuentes reciben el apoyo que es posible dar desde una interpretación 'progresista' de la ley. Porque estos jueces no quieren ser acusados de estar 'al servicio del capitalismo salvaje' y de la 'avaricia de los mercados'.

También los jueces tienen su corazoncito.)






Malvado joyero.


Días atrás, dos honrados delincuentes asaltaron una joyería del barrio de Salamanca de Madrid. La hija del joyero no supo dominar su mal carácter y les hizo frente. Ellos la tomaron para darle su merecido, con toda probabilidad mediante un disparo en la cabeza. 

Entonces , su padre, el malvado joyero, para salvar la vida de su hija y defender su negocio, disparó contra los encantadores delincuentes, hiriéndolos de gravedad. El malvado joyero ha sido imputado por un delito de homicidio frustrado por el señor juez de guardia. 

El joyero carecía de permiso de armas e hizo uso de una escopeta que pertenecía a su hija, que sí estaba correctamente documentada con su licencia correspondiente. Resulta indignante la reacción del joyero. Iban a disparar contra la cabeza de su hija, pretendían llevarse todo el oro existente en la joyería – ¡ay, la avaricia!–, y el padre disparó sin tener el permiso de armas. 

Los pobres atracadores tampoco llevaban los permisos correspondientes, pero en los atracadores, asaltadores y forajidos en general, esa carencia no es en modo alguno fundamental para nuestra justicia.

El malvado y precipitado padre y joyero reaccionó de manera excesivamente violenta. Sabedor de que carecía de permiso de armas, tendría que haberse defendido con los puños o bien con las uñas, siempre y cuando que con sus golpes no pretendiera hacer daño a los incautos atracadores. La única que podía usar el arma, la hija, no pudo hacerlo por hallarse en manos de los asaltantes. 

Y el padre, saltándose a la torera las leyes, lo hizo con grave imprudencia y extrema celeridad, amén de excelente puntería. Ajustándose a la ley, tendría que haber acudido a una dependencia de la Guardia Civil , la más cercana a la joyería, y examinarse a toda prisa para obtener el permiso, pero tan loable acción cívica conllevaba el peligro de que a su vuelta, su hija estuviera muerta con un disparo en la cabeza y la joyería completamente desvalijada. 

No obstante, el juez ha considerado que su irreflexiva reacción es merecedora de una imputación por homicidio frustrado. Y como uno de los asaltantes fallezca a causa de las heridas, al malvado padre se le va a caer el pelo en la cárcel. Eso , el buenísimo, la comprensión hacia el delincuente, la animadversión por el asaltado, la corrección social de los que incumplen las leyes violentamente y todas esas cosas.

¡¡Valiente país de mamarrachos!!
Una portada de «ABC» del año 1988 con un dibujo de Antonio Mingote lo explica a la perfección. Se desangra en una esquina un respetable ciudadano con un puñal clavado en el estómago. Una amable viandante acude en su auxilio, y él, más asustado por lo que le pueda suceder que por lo que le ha sucedido, le ruega a la caritativa señora: «Y sobre todo, por favor, que no se entere el juez de que le he pegado una bofetada al atracador».
Porque en la España de hoy, y también en la del reciente ayer, impedir que asesinen a una hija y desvalijen el negocio dos atracadores violentos es prueba irrefutable de fascismo. Y disparar sin permiso de armas a los asaltantes, un delito gravísimo. Malvado joyero.
¡Que país más delicioso!
Por Alfonso Ussia.

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