jueves, 12 de febrero de 2009

ELUANA.






(ElManifiesto)
Es curioso cómo las personas que no pueden pensar libremente teorizan y argumentan que, dado A, indefectiblemente ocurrirá B. Quiero decir que, si los padres de la infortunada muchacha italiana deciden que ella deje de vivir su limitada vida, se impondrá la eutanasia, los campos de concentración y el asesinato de defectuosos (cosa que somos todos, quien más quien menos).

Es curioso cómo personas que en su vida cotidiana son graciosos burgueses que disfrutan de la vida burguesa mundialista, se convierten en bravos defensores de la vida cuando una familia toma una decisión que, presumiblemente, es la que está más en línea con los criterios de la interesada, dado que son sus familiares más allegados quienes la están tomando.
Es curioso cómo de discusiones de casos individuales se piensa que pueden sacarse conclusiones de hechos colectivos. En realidad, esos hechos colectivos, o sea: la política, las finanzas, los grandes capitales, la plutocracia y los centros de control mediático de la población, muestran algo que, por doloroso que sea, no es más que un hecho intrascendente para el destino del mundo, pero muy útil para desviar la atención de aquellas cosas en las cuales no queremos comprometernos, porque otro sería el riesgo de opinar.
Es curioso cómo los felices inquisidores se ponen en la piel de unos padres en cuyos zapatos no quisieran estar, y cómo se desligan las convicciones de los padres de las de los hijos por parte de los mismos que argumentan a gritos a favor de la familia. Sería muy bueno que cada uno de nosotros pudiera ser a su vez censor de sus vidas privadas, cosa que jamás podremos ser porque sería blasfemar, y además porque no nos interesa.
Es curioso cómo todos se acuerdan ahora del alma y del espíritu, cuando Europa perdió su dimensión espiritual hace tiempo sin que nadie dijera esta boca es mía.
Es curioso que quienes predican poner la otra mejilla parezcan odiar a todos los que comparten diariamente Patria e intereses con ellos, pero disienten en un punto por demás opinable, como es el que nos ocupa, y del cual ninguno de nosotros volvió para contarlo.
Es curioso cómo aparecen el Estado, la Iglesia y los partidos… cuando la televisión está presente, para luego, cuando se va, abandonar los cuerpos de los vivos y de los muertos a su suerte.
Es curioso cómo el Estado ha avanzado sobre todos los órdenes de nuestras vidas, y cómo las grandes empresas oligopólicas se han convertido en sucedáneo del Estado y no nos dimos cuenta, y ahora nos damos cuenta que el Estado avanza hacia la eutanasia.
Es curioso cómo la Iglesia defiende la vida, siendo que todas las almas las está perdiendo.
Es curioso oír frases como “Todos somos Eluana” o “A Eluana la necesitamos entre nosotros” por parte de personas al borde de las lágrimas, en un constante orgasmo mediático que muestra a las claras, cuál es la espiritualidad y la estética europeas hoy en día.
Es curioso cómo todos saben si Eluana sufre, piensa, siente, desea o espera, y la llaman por el nombre cuando mañana mismo no se acordarán de ella, porque su sensibilidad dura lo que dura en la pantalla de la televisión.
Es curioso cómo la mayoría de los que opinan mirando la foto de la sonriente Eluana (habría que utilizar una foto actual, para poder opinar con más precisión) no tienen ni idea de cuántos compatriotas se mueren por falta de atención adecuada.
Es curioso cómo nadie parece notar que la muerte digna también es un valor, y que Eluana fue dañada por una de las máquinas que tanto veneramos y que seguirán embistiendo muchas Eluanas, porque ésa es nuestra forma de vida moderna.
Es curioso cómo cuando, dentro de no mucho, superaremos seguramente las más atrevidas novelas de ciencia ficción, tendremos microchips insertados bajo nuestra piel y viviremos conectados a los aparatos múltiples que nos manejan, los medios de comunicación nos seguirán mostrando la imagen sonriente de alguna Eluana, y entonces volveremos a discutir sobre su vida, sobre sus derechos y sobre su sufrimiento y el de sus padres.Juan Pablo Vitali).
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Los telediarios de los últimos días nos informan de que el caso de Eluana Englaro divide a Italia. ¿Debe continuar viviendo, o bien hay que desconectarle la sonda nasogástrica por la que recibe el alimento que la mantiene con vida? El Tribunal Supremo italiano ha autorizado la desconexión —una forma de eutanasia, sin lugar a dudas—, mientras que el gobierno de Berlusconi agota todos sus recursos legales para impedirla. Por su parte, el Vaticano se ha pronunciado claramente a favor de que a Eluana se la permita vivir.

Las personas que yacen en la cama de un hospital durante años, por ejemplo tras sufrir un accidente de tráfico —como es el caso de Eluana—, y llevan una vida meramente vegetativa, plantean un dilema ético difícil de resolver. Me parece que, en estos casos, lo primero es examinar con sumo cuidado todas las circunstancias que concurren en la situación de cada una de ellas, y sólo después, y tras una detenida reflexión, atreverse a emitir un juicio. Ahora bien: creo que también es posible ofrecer algunos principios generales.

Ante todo, se impone distinguir el tipo de cuidados que precisan las personas de las que hablamos. Las hay que, aparte de ser alimentadas e hidratadas, requieren una serie de medios tecnológicos para mantenerse con vida artificialmente. Es decir: tales personas no podrían vivir por sí mismas, y tampoco con el simple añadido de la administración de ciertos fármacos. Lo que precisan es un verdadero arsenal —variable en su amplitud— de maquinaria médica que realice las funciones vitales que su cuerpo ya no puede desempeñar. En tal situación, sí que se puede hablar de que se está manteniendo la vida más allá de las posibilidades físicas del organismo, que, por sus propias fuerzas, es incapaz de conservar la vida. Si se dan estas circunstancias, y descartada toda posibilidad razonable de recuperación, me parece que lo más lógico es dejar que la naturaleza siga su curso. Simplemente, a esa persona le ha llegado la hora de morir. Como nos llegará a todos.
Ahora bien: puede ocurrir también —y es el caso de Eluana— que el sujeto, aunque se encuentre en estado vegetativo, se mantenga con vida por sus propios medios biológicos, sin necesitar esos aparatos médicos a los que antes me refería. Lo único que le resulta imprescindible en tal caso es ser alimentado e hidratado, amén de recibir otros cuidados de rigor (higiene, aseo, etc.). Y si lo único que necesita es esto, entonces tiene todo el derecho a vivir. No se le causa ningún mal manteniéndolo con vida gracias a la simple alimentación, ni se le inflige ningún dolor. Es, simplemente, un miembro más de la gran familia humana, que está entre nosotros en unas circunstancias peculiares. Cuidarlo nos supone un coste, pero también nos humaniza. Y esa humanización compensa con creces el esfuerzo y el gasto económico que pueda suponer.
Retirar la alimentación y la hidratación a Eluana Englaro es dejarla morir de inanición, por simple falta de alimento. Moralmente, esto me parece inadmisible. Eluana todavía tiene un papel que cumplir en este mundo: con su fragilidad y su total dependencia de nosotros, nos hace más humanos. En realidad, es lo mismo que ocurre, por ejemplo, con los enfermos de Alzheimer: según la óptica “progresista”, también de ellos podría decirse que “ya no llevan una vida digna” y, desde luego, suponen esfuerzo y gasto económico para la sociedad que los mantiene. ¿Deberíamos, entonces, dejarlos morir de hambre, o bien administrarles una inyección piadosa? Una lógica rabiosamente pragmática y deshumanizada nos llevaría a tal conclusión. Es lo que, en su momento, hicieron los nazis.
Eluana Englaro debe vivir… porque la necesitamos entre nosotros. Para que, con su fragilidad, nos recuerde la nuestra. Para que, cuidando de ella, nos acordemos de cuidarnos los unos a los otros. Dejarla morir —aparte de una injusticia— sería un síntoma de que nos disponemos a tratarnos entre nosotros con la misma inhumanidad.(Antonio Martinez).


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