JOSÉ TOMÁS.
En el momento en que escribo estas líneas no sé si el maestro José Tomás vive. O ha muerto o está en estado crítico. Lo hablamos mi yerno —catalán de pura cepa— y yo durante la comida: tiene algo de maligno que esto suceda cuando a un sector amplio de la clase política catalana, que es la más bestialmente buenista del universo mundo, se le ocurre intentar prohibir el toreo, en busca de una identidad que sólo parece existir en función de la negación de lo español: no hablamos la lengua de los extranjeros, no nos parecemos en nada a ellos, rechazamos sus tradiciones por sanguinarias, etc. etc., por todo lo cual borramos ese trozo de la historia en que Barcelona era ciudad taurina, con tres cosos, entre ellos uno de los dos monumentales de España.
Barcelona sigue siendo taurina, aunque solapadamente, que es también la manera en que sigue siendo española. Uno se encuentra con amigos a la puerta de la Monumental y siente que ya está adentro, que ha llegado a la reunión secreta sin que nadie le siguiera. José Tomás cambió eso hace un tiempo: logró que se pasara de la clandestinidad a la manifestación. Y a partir de ese momento, de ese lleno con todos los prestigios imaginables, el torero se convirtió en un icono de la resistencia taurina en la ciudad, en alguien odiado por toda esa gente que este fin de semana atestó la Fiesta de la Tierra.
Los buenistas animalistas consideran que una fiera de seiscientos kilos, genéticamente programada para la embestida asesina, está en inferioridad de condiciones frente al matador porque ha sido debilitada por picadores y banderilleros —no porque el matador sea un ser racional y, por ello, superior— y, por tanto, abogan por lo que correspondería llamar los derechos humanos de los animales. Siempre me quedo con la impresión de que no están tanto en favor del toro como en contra del hombre, causante de todos los males, dicen, desde las manchas solares hasta la caza con zorro, que, como se sabe, agrandan el agujero en la capa de ozono o perjudican la supervivencia de los elefantes —que ora son plaga, ora están a punto de extinguirse, según lo decrete la casa real británica a través de la neutralísima WWF, que fundó y maneja el consorte de la señora de la cartera—. Ante razonamientos de tal enjundia, yo retrocedo y, como soy un reaccionario, me voy a los toros.
Dios guarde a José Tomás.
Horacio Vázquez Rial, periodista y escritor. (Factual)
3 comentarios:
Evidentemente, los toros (y los animales) no tienen derechos humanos como tales, pero sí que hay una importante regulación normativa europea (y ud. lo sabe, Sr. Urbina), que protege ciertos "derechos" por decirlo así, de los animales, a no sufrir, o a que sean sacrificados de una manera más "humana", es decir, con ciertas técnicas que no hagan sufrir en demasía a estos (p.e, en la matanza del cerdo).
Con las corridas de toros, no sólo se hace sufrir al bicho en concreto, sino que además se le expone en una plaza para deleite de los espectadores que disfrutan viendo como el animal se desangra y acaba muriendo siempre (¿esto es una lucha de tu a tu?) Pues si esto es lo más representativo de los españoles, es más bien triste y denota un primitivismo alarmante de sus ciudadanos.
Dios guarde a José Tomás...y, por supuesto, al mundo del toreo.
Sr. Anónimo, en los "bous al foc" los animales no sufren?
Por supuesto que sufren, también tienen que prohibirse...lo siento María por ti, pero no soy nacionalista ni chauvinista.
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