LA FARSA ANTIFRANQUISTA DE GARZÓN.
Si me importaran un pimiento la legalidad, la estabilidad y la convivencia civilizada, firmaría ahora mismo por la derogación de la Ley de Amnistía aprobada en 1977 por el pleno del Congreso. Ley defendida entonces por Marcelino Camacho como culminación de la política de reconciliación nacional que venían propugnando los comunistas. Personalmente, nada tendría que perder y sí algo que ganar. En mi familia somos varios los que obtendríamos ese certificado que el Gobierno entrega a las víctimas del franquismo. No se nos ocurre pedirlo. La dignidad de los represaliados por sus opiniones políticas no depende de ningún papelito y menos de uno pergeñado por quienes pretenden explotar en su beneficio un maniqueo desentierro del pasado.
Mi instinto revanchista disfrutaría con una causa general por los crímenes del franquismo, la Guerra Civil y la República. Que se sepa quiénes asesinaron a los de derechas y a los de izquierdas, y quiénes de las izquierdas acabaron con tantos rivales del mismo palo. Que se procese a los muertos y a los vivos, como Carrillo, por lo de Paracuellos y por los camaradas entregados a la policía o liquidados al estilo soviético. Y que se condene. Los hijos y los nietos no son responsables de los actos cometidos por sus mayores, pero qué bueno que sus apellidos pasearan por los tribunales. Y qué de sorpresas iba a depararnos.
Ni Garzón ni sus defensores querrían un proceso así. Mucho que perder. Al primero no le interesaron los crímenes ni las víctimas hasta que la corriente, impulsada por el poder, fue favorable para pescar la medalla de único juez dispuesto a encausar al régimen franquista. Cómo si los restantes jueces tuvieran miedo de afrontar un empeño así. Cómo si la ley lo permitiera. Retorció una petición legítima para representar la farsa. Pidió, por si acaso, el certificado de defunción de Franco. Asustó a viudas. Inventó sobre la marcha los delitos que le convenían. Mostró su ignorancia de la Historia y la gramática. Ni siquiera sus paladines sostienen la legalidad de su actuación. Sólo proclaman que el fin justifica los medios. Y tanto, dirá Garzón, cuyo fin no era investigar ningún crimen del franquismo, sino amagar, retirar y salir a hombros de los tontos útiles. (Cristina Losada/LD).
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MÁS BASURA DE IZQUIERDAS.
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