¿NACIONALISTAS O NAZIONALISTAS?
No ha sentado nada bien a los separatistas catalanes el reportaje que emitió Telemadrid este miércoles sobre la perversión del lenguaje propia de la propaganda de los totalitarismos, utilizada también por el separatismo catalán.
En una misiva enviada este jueves a la dirección de Telemadrid, el portavoz de ERC en el Congreso, Alfred Bosch, insta a Telemadrid a hacer una rectificación "pública, clara y contundente".
Dice Bosch que es "muy doloroso que se banalice con el fascismo y el estalinismo" y ha recalcado que las reivindicaciones de su partido siempre se han hecho desde el pacifismo. Aunque en el reportaje sólo se habla de las técnicas de propaganda y la manipulación del lenguaje.
Bosch asegura, en tono amenazante, que "se reserva el derecho de pedir cuentas a las instituciones pertinentes porque Telemadrid es una concesión pública participada por una administración".
Además, en la carta menciona la detención por parte de la Gestapo del expresidente de la Generalidad entre 1934 y 1940, Lluís Companys, líder de ERC, como supuesta prueba de que su partido no tienen nada que ver con el nazismo.
(ld).
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
¿ES EL NACIONALISMO UN PELIGRO?
En
cualquier doctrina hay malas y buenas personas. No se trata pues, de
preguntarse si los nacionalistas son un peligro. Es mejor afrontar el
problema desde las ideas que, supuestamente, están en la base de una
doctrina. En este caso el nacionalismo. Y analizar si constituyen, o no,
un peligro. ¿De qué peligro hablamos? Se trataría, en mi opinión, de la
libertad. En España, la libertad está más amenazada en las Comunidades
dominadas por gobiernos de tendencia nacionalista. Además, el
nacionalismo trata de minar, debilitar o destruir un Estado-nación, como
el español, con el consiguiente aumento de la tensión y la
inestabilidad.
El
punto de partida es la nación. Pero la nación no es solamente un
territorio, unas personas y una organización jurídico política. Se trata
de un ente mítico. ¿Por qué? Porque se supone (por parte de los
nacionalistas) que es una entidad que se ha mantenido homogénea a lo
largo de los siglos. Es decir, se trata de una especie de animal
metafísico. Este es un fenómeno que suele llamarse ‘reificación’. Supone
que los hombres han olvidado que ellos son los que han creado el mito,
que ellos son los que han creado los significados. El resultado es que
este mundo mítico se autonomiza y adquiere un status ontológico
independiente, que termina imponiéndose a sus creadores. Esto suele
hacerse a través de universos simbólicos, elaborados por sacerdotes
especializados en legitimación. La identidad, por ejemplo, se legitima
al situarse dentro de un universo simbólico.
Este
mito, la nación inalterada en lo sustancial (aunque no se sepa a
ciencia cierta qué es lo sustancial), se asienta en una comunidad,
también mitificada y distorsionada. ¿Por qué? Porque se supone que ha
permanecido igual, en su esencia, a lo largo del tiempo y porque se
supone que sus miembros (a pesar de que han ido muriendo y naciendo)
forman un todo homogéneo. De ahí la fuerte tendencia de los
nacionalistas a hablar en términos colectivos. Por ejemplo: ‘nosotros, los catalanes’; ‘nosotros, los vascos’. Aunque también se dice, ‘nosotros, los extremeños’, no tiene el componente nacionalista que estoy comentando.
Una
característica habitual, en los nacionalistas, es la de humanizar su
territorio. Esto se debe a que lo han convertido en una entidad mítica y
sacralizada. Unas declaraciones de Gregorio Salvador, diciendo que no
se puede aprender español en las escuelas, fueron contestadas por Artur
Mas, en estos términos: ‘Parece mentira que de vez en cuando salgan estos personajes de la España castiza que insultan la lucha de todo un pueblo’. También contestó, Artur Mas, unas declaraciones de Rodríguez Ibarra sobre financiación y el Estatut. ‘Que deje de insultar a Cataluña’.
Obviamente,
un territorio no puede ser insultado o sentirse ofendido. Solamente las
personas de carne y hueso pueden sentirse ofendidas, bien por lo que
digan de ellas, bien por lo que alguien diga de un territorio, o por
otras razones. Pero el propio territorio no se ofende, ni coge la gripe.
Es típico, como dije, hablar de los catalanes (en este caso) como un
todo. ‘La lucha de todo un pueblo’. Como una especie de
tribu indiferenciada. Como si no hubiera autonomía individual y
pluralismo. En cualquier caso, ya tenemos los primeros mimbres. Una
nación, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos y que los
historiadores (los fiables) contarán como sea conveniente.
La
cohesión del grupo tiene que ser, permanentemente, reforzada.
¿Por qué?
Porque siempre hay enemigos que intrigan contra la nación. En este
sentido, las ofensas y agravios son fundamentales. ¿Para qué quieren
independizarse (al menos oficialmente) si no es por las ofensas, abusos y
humillaciones? Aquí juegan un papel importante
los intelectuales orgánicos. Historiadores, o no. Son los sacerdotes que
ejercen el monopolio de la interpretación de los textos sagrados del
nacionalismo. O los historiadores oficiales de la comunidad oprimida,
cuya historia debe ser aceptada por todos. El que no la acepte será
sospechoso. Un ‘extranjero en su país’. Esto supone un importante paso
en la uniformización del colectivo, de la comunidad. También implica una
más fácil identificación de los ‘traidores’. Pasa algo parecido con los desfiles. Cuando un soldado hace un movimiento ‘que no toca’, se le identifica fácilmente.
Cuantos
más agravios, más motivos para sentirse víctima. Más motivos para
exigir más. Y motivos para exigir la independencia y vivir, por fin, en
auténtica libertad. El fomento y la difusión de los agravios (reales,
exagerados o inventados) van de la mano de la ficción comunitaria. Existiría
comunidad de ideas, intereses y sentimientos. Si la realidad no se
compadece con estas proclamas, se suelen hacer dos cosas. O bien, negar
la realidad que no gusta, o bien mostrar que esta realidad ha sido
impuesta desde fuera, por los ‘enemigos exteriores’. O desde dentro, por
los ‘enemigos interiores’. La conclusión es la misma: hay que
restablecer la histórica unidad y cohesión que la comunidad siempre
tuvo, en lo esencial, desde la noche de los tiempos.
Pero
adaptar la realidad a nuestros fines, supone forzar la realidad.
Y
forzar la realidad quiere decir intervenir en la libertad de las
personas. Esto es lo que hace el nacionalismo. Interferir en la libertad
de los ciudadanos para construir la nación idealizada. Pero resulta que
esta nación idealizada nunca es plural, sino homogénea. Esto se ve con
claridad, por ejemplo, en Cataluña. La sociedad civil es plural, en
sentido político, cultural y lingüístico. Pero los planes de
normalización tienen por objetivo interferir en este pluralismo.
O
sea, interferir en la libertad de las personas en aras del supuesto
bien superior de la nación oprimida.
El último ejemplo de esta deriva
totalitaria, gozosamente aceptada por el Presidente Zapatero, es el de
la imposición de multas a las personas que rotulen su negocio en
castellano. Este ejemplo muestra la connivencia
entre el nacionalismo periférico y la izquierda española. Esta
connivencia refuerza el común desprecio por la libertad. En la Comunidad
Balear tenemos otro reciente ejemplo. La Consellera de Educación y
Cultura, Bárbara Galmés, ha dicho: ‘No estoy a favor de que los padres puedan elegir la lengua de educación de sus hijos’.
Recientemente, el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung criticaba que los políticos catalanes lleven a cabo una ’significativamente
creciente... policía de la limpieza lingüística... que una vez
reprocharon a Franco y que ellos ahora practican’.
Es
inevitable. La lucha por la recuperación del paraíso perdido, la
reivindicación de la comunidad idílica lleva, sin remedio, a la
discriminación y a la coacción. Es el moderno ‘lecho de Procusto’
utilizado por los nacionalistas (y sus compañeros de viaje) para
uniformizar a sus habitantes, miembros de una comunidad espiritual que
sacraliza, en este caso, la lengua. Pero podría ser la etnia, u otros
signos de diferenciación y de pureza ficticia y originaria.
Rechazar
este proceso supone situarse fuera de las esencias patrias. Convertirse
en ‘enemigo interior’. Albert Boadella es sólo un ejemplo de lo que
digo. Ha tenido que marcharse de Cataluña. A pesar de que es un hijo
ilustre. Pero con ideas equivocadas. Más de doce mil profesores se han
tenido que marchar de Cataluña en las últimas décadas. Más de doscientos
mil vascos se han marchado del País Vasco. No querían. Pero no eran
miembros fiables de la tribu. Son los ‘traidores’, los que no se han
integrado en la comunidad, cuyos supuestos intereses colectivos son
superiores a los intereses de los individuos que la componen.
Como
nos recuerda José Díez Herrera, en ‘Los mitos del nacionalismo vasco’,
la historia del nacionalismo vasco es una mentira permanente, desde
Sabino Arana hasta hoy. Y el PNV un partido totalitario y antiespañol, que
no admite una sociedad pluralista como la sociedad vasca. Además, y en
virtud de la división social del trabajo, unos ‘mueven el árbol’ y otros
‘recogen las nueces’. ¿Qué hacen los ‘buenos’ nacionalistas? Callan, o
miran hacia otro lado. O se marchan del ‘paraíso’.
¿Hay
remedio contra esta enfermedad? Los grandes partidos, PSOE y PP han
permitido, o ayudado (cada uno con su propia cuota de responsabilidad y
salvando a los héroes y heroínas) a esta enfermiza y peligrosa deriva.
Sin olvidar a la prensa amarilla y de otros colores. En estos momentos,
la política con más sentido de Estado y con valor suficiente para
defender la unidad de España (algo que debería ser obvio, además de ser
constitucional), la protagoniza Rosa Díez y su partido UPD y, a veces,
el PP. En el País Vasco, los políticos dignos han de llevar escolta. En
Cataluña, los políticos del PP, UPD y Ciutadans, son tratados por la
prensa como ‘anticatalanes’ y sufren un ambiente hostil.
En Baleares,
Carlos Delgado, el único que no se inclina ante los nacionalistas, es
acusado de ‘catalanofobia’. Y de ser facha, por supuesto.
No
confío mucho en que los partidos políticos hagan algo. Algo sensato y
decente quiero decir. Creo que tendrá que ser la llamada sociedad civil.
Sin descartar un deterioro, aún mayor, de la situación. Anuncios ya los
hay. El Estatuto de Cataluña, el anunciado referéndum soberanista en el
País Vasco este mismo año y el de Cataluña para 2014. En fin, la
deslealtad constitucional generalizada de los nacionalistas, consentida
por quienes han jurado, o prometido, la Constitución.
No se puede ser tolerante con los intolerantes. Es decir, los nacionalismos excluyentes y liberticidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario