5 de abril de 2010 | ||
Como se sabe, el pasado miércoles santo un grupo de “turistas” musulmanes procedentes de Austria intentaron rezar según sus creencias en el interior de la mezquita-catedral de Córdoba, provocando un altercado con las fuerzas de seguridad al desobedecer las indicaciones de éstas y ser, en consecuencia, expulsados del templo católico.
Eran 118, aunque sólo un puñado de ellos se mostró violento. Parece ser que la acción estaba planificada de antemano, ya que fueron penetrando en la catedral por diversas entradas en una acción coordinada mediante walkie-talkies.
Los implicados en el incidente alegaron, sin embargo, que todo fue una reacción espontánea al hallarse en un recinto “en el que se respira espiritualidad”. Pero es muy significativo que esto no haya ocurrido en la catedral de la Almudena, ni en la Sagrada Familia de Barcelona, sino en la catedral cordobesa, que efectivamente fue mezquita, de lo cual es innegable testimonio su estilo arquitectónico predominante. No es, pues, casual este hecho que comentamos y que pone de manifiesto una vez más la pretensión musulmana de que España (o Al-Andalus) pertenece de derecho al Islam.
Puntualicemos de entrada que, si bien es verdad que la actual catedral de Córdoba fue mezquita, no es menos verdad que ésta había sido previamente una basílica cristiana visigoda dedicada al diácono español san Vicente y destruida en 786. Es decir que cuando, tras la conquista de la capital del antiguo califato por Fernando III el Santo en 1236, este rey convirtió la mezquita en catedral, no hizo con ello sino devolver el lugar al culto original para el que fue destinado. Si hubo una usurpación, ésa fue la que realizaron los invasores árabes.
En la actualidad organizaciones musulmanas reclaman que se ceda un espacio de la catedral para el rezo coránico y se comparta así el templo que tantas reminiscencias tiene de su pasado islámico. El obispado ya ha respondido que tal uso compartido de la mezquita-catedral no contribuiría a la pacífica convivencia de cristianos y musulmanes, sino que sembraría confusión y favorecería el indiferentismo religioso. Y no le falta razón. Tal uso compartido ya se dio en el siglo VIII, cuando el moro Muza repartió en 714 el recinto basilical de san Vicente entre musulmanes y cristianos para que pudieran practicar su culto en la parte que les tocó. Se garantizó a los cristianos que serían tolerados mientras pagaran el tributo, pero fueron los seguidores de Mahoma los que en varias ocasiones no respetaron lo establecido y violaron el espacio sagrado de los cristianos, hasta que finalmente se les quitó, siendo demolida la basílica para construir la mezquita, íntegramente consagrada al culto islámico.
También conviene observar que, como en otros capítulos de las relaciones interreligiosas y de la tan cacareada “alianza de civilizaciones” no se da la recíproca de las pretensiones de los musulmanes. Cualquiera les dice, por poner un ejemplo, que se erija un altar para decir misa en la Mezquita Azul de Estambul o en la que Hassan II hizo construir en Rabat. Que un grupo de cristianos se ponga a rezar el rosario en público en cualquier mezquita del mundo islámico y se verá cómo no se van tan de rositas como los “turistas” austro-coránicos. Pruébese a hacer manifestaciones o sentadas ante la Santa Sofía de Estambul para pedir que el gobierno turco restituya esa antigua basílica bizantina a los cristianos, a los que les fue arrebatada a sangre y fuego en 1453, al caer Constantinopla. La policía no tardaría en disolverlas con mucha más contundencia que en Córdoba.
Esto pone el dedo en la llaga de la espinosa cuestión de la universalidad de ciertos principios. En el mundo occidental se reconoce plenamente la libertad religiosa, la cual ha adquirido la categoría de un principio inviolable. Pero resulta que los países musulmanes son confesionales, la mayoría de ellos con la prohibición del ejercicio público de cualquier otro culto.¿Por qué la confesionalidad está mal vista en Occidente y, sin embargo se tolera sin chistar que en el mundo islámico sea la norma?
Esto pone el dedo en la llaga de la espinosa cuestión de la universalidad de ciertos principios. En el mundo occidental se reconoce plenamente la libertad religiosa, la cual ha adquirido la categoría de un principio inviolable. Pero resulta que los países musulmanes son confesionales, la mayoría de ellos con la prohibición del ejercicio público de cualquier otro culto.¿Por qué la confesionalidad está mal vista en Occidente y, sin embargo se tolera sin chistar que en el mundo islámico sea la norma?
Otro punto preocupante es que los protagonistas del incidente de la catedral de Córdoba no han sido magrebíes o árabes recién llegados de sus tierras de origen. Por el contrario, se trata de jóvenes de la segunda y tercera generación de inmigrantes, que se supone que deberían haberse integrado a las sociedades de los países en europeos en los que han nacido y cuya nacionalidad ostentan. En el caso que nos ocupa se trataba de austríacos, pero éstos, lejos de asimilar los fundamentos de la convivencia sobre los que se asientan las sociedades occidentales, mantienen la mentalidad autóctona de sus mayores. Nadie les dice, por supuesto, que por el hecho de ser austriacos (o franceses o alemanes) tengan que abandonar la religión y las tradiciones en las que han sido criados, pero sí se tiene derecho a esperar de ellos que conformen sus actitudes al modo de ser y vivir nuestro, a nuestras reglas de sociabilidad.
No puede permitirse que se perpetúen guetos étnico-religiosos que constituyen focos de desestabilización y de conflicto en nuestra gran comunidad occidental. Sin embargo, es lo que fatalmente ocurre cuando los hijos y nietos de los inmigrantes musulmanes parece que sólo han asimilado algunos aspectos materiales de la cultura occidental (forma de vestir, adelantos técnicos, etc.), pero guardan intacta la repulsión por sus aspectos más substanciales. Ciudades europeas importantes como París, Viena, Amsterdam y Berlín ya cuentan con cinturones de extrarradio en los que este fenómeno se muestra peligrosamente evidente.
No puede permitirse que se perpetúen guetos étnico-religiosos que constituyen focos de desestabilización y de conflicto en nuestra gran comunidad occidental. Sin embargo, es lo que fatalmente ocurre cuando los hijos y nietos de los inmigrantes musulmanes parece que sólo han asimilado algunos aspectos materiales de la cultura occidental (forma de vestir, adelantos técnicos, etc.), pero guardan intacta la repulsión por sus aspectos más substanciales. Ciudades europeas importantes como París, Viena, Amsterdam y Berlín ya cuentan con cinturones de extrarradio en los que este fenómeno se muestra peligrosamente evidente.
No deja de ser irónico que los invasores de la catedral de Córdoba hayan venido de Austria: un país históricamente definido, en contraste con el Islam, como baluarte del cristianismo. Sus señores naturales acabaron siendo los soberanos del Sacro Imperio heredero de la antigua Roma, custodios de la civilización occidental, defensores de la Cristiandad contra la Media Luna. La liberación de Viena en 1683, gracias a la intervención combinada del rey polaco Juan III Sobiesky y del príncipe Eugenio de Saboya, marcó un hito determinante no sólo para Austria, sino para toda Europa, ya que salvó a ésta de ser avasallada por los turcos otomanos y posibilitó la ventajosa paz de Carlowitz (1699), por la que éstos hubieron de renunciar a sus afanes expansionistas y reconocer su derrota definitiva, devolviendo Hungría, Transilvania, Croacia y Eslovenia a Europa. No se olvide tampoco que los Habsburgo eran los campeones del catolicismo e hicieron de Austria una nación cuya identidad se basaba en la fe de Roma.
El problema es que cada vez hay más musulmanes nacidos en Europa y menos europeos. Aquéllos no abortan ni controlan la natalidad. Hoy entran en la mezquita de Córdoba porque la consideran suya; mañana pedirán que se retiren las cruces porque su visión les ofende; pasado mañana exigirán la retirada de los monumentos de los héroes de Mohács, Belgrado, Lepanto: Juan Hunyadi, Skanderbeg, Matías Corvino, Don Juan de Austria, enemigos irreconciliables del Islam; y acabarán acampando en el Vaticano para decirle al Papa que les construya un minarete en la Plaza de San Pedro en lugar del obelisco de Diocleciano. Desgraciadamente, ya cualquier cosa es posible. Por cierto y para terminar: la terminología híbrida “mezquita-catedral” de Córdoba se presta a equívocos, aunque es claro que aquí “mezquita” designa la forma y estilo arquitectónicos del edificio, mientras “catedral” expresa su carácter religioso como sede del obispo cordubense.
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ALIANZA DE CIVILIZACIONES.
En una sociedad tan cobarde como la española no parece probable una actitud digna, que exija reciprocidad y respeto por los valores que inspiran nuestra Constitución y nuestra convivencia.
Por el contrario, la cobardía y el miedo van de la mano del botellón, el 'todo vale', 'que sea diver', el hedonismo y el relativismo. O sea, una sociedad apestosa que no se respeta a sí misma. ¡Viva la LOGSE! ¡Viva Educación para la Ciudadanía! ¡Viva el botellón!.
En resumen, se confunde (a propósito) la tolerancia con la cobardía y el miedo.
Aunque no todo el mundo es así. Afortunadamente.
Sebastián Urbina.
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ALIANZA DE CIVILIZACIONES.
En una sociedad tan cobarde como la española no parece probable una actitud digna, que exija reciprocidad y respeto por los valores que inspiran nuestra Constitución y nuestra convivencia.
Por el contrario, la cobardía y el miedo van de la mano del botellón, el 'todo vale', 'que sea diver', el hedonismo y el relativismo. O sea, una sociedad apestosa que no se respeta a sí misma. ¡Viva la LOGSE! ¡Viva Educación para la Ciudadanía! ¡Viva el botellón!.
En resumen, se confunde (a propósito) la tolerancia con la cobardía y el miedo.
Aunque no todo el mundo es así. Afortunadamente.
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